La salida de la pandemia: nos curamos juntos o morimos solos

La salida de la pandemia: nos curamos juntos o morimos solos

La cultura marca la diferencia.

Fingers art of family with face mask.Mukhina1 via Getty Images

Por Fernando Díez Ruiz, profesor doctor Facultad de Psicología y Educación, Universidad de Deusto; y Pablo Atela, Ph.D., profesor doctor en Deusto Business School, Universidad de Deusto:

“Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Solo a través de nuestro amor y amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos”. Esta frase del cineasta estadounidense Orson Welles nos sugiere el modo en que llegamos a esta vida y la forma en la que salimos.

¿Es así en todas las culturas? El afamado psicólogo Daniel Goleman, en sus diálogos científicos con el Dalai Lama, indica que las culturas occidentales son eminentemente individualistas (dan más importancia al individuo) cuando se las compara con las culturas orientales (cuyos individuos dan más valor al colectivo).

En la misma línea, Markus y Kitayama señalan que los occidentales muestran una mayor tendencia a poner por encima su “yo independiente”, mientras que los individuos de culturas orientales dan más valor al “yo interdependiente”.

La antropóloga Margaret Mead nos muestra en sus investigaciones un ejemplo muy interesante sobre las diferencias entre individualismo y colectivismo. Mead analizó varias tribus en la isla de Nueva Guinea, de las que destacaremos dos: los Arapesh y los Mundugumor.

Los Arapesh eran un pueblo cooperador y amistoso, con relaciones sociales y políticas poco complejas y, lo más relevante, con la máxima preocupación por la educación emocional de sus hijas e hijos. Los Mundugumor, en cambio, eran un pueblo áspero, malhumorado, irascible y desconfiado, con tratamientos sociales llenos de prohibiciones. Las mujeres rara vez se reunían, y los hombres nunca lo hacían, observándose siempre a distancia ya que desconfiaban totalmente unos de otros.

Lo más impactante de la investigación de Mead no son las enormes diferencias entre una y otra cultura, sino que estos dos pueblos están separados por solo 160 kilómetros de distancia y son genéticamente idénticos. Por lo tanto, es su estilo de relaciones aprendido –su cultura, al fin y al cabo– la que los define como individualistas o colectivistas, no su genética.

Así que la próxima vez que escuchen a alguien decir que somos egoístas o individualistas porque “nacemos así”, pueden con toda humildad proponerle otra mirada a esta cuestión: somos individualistas porque, en nuestra cultura, “elegimos ser así”.

El talento individual, tan importante en el pasado, está cediendo paso al talento colectivo.

Esta es una evidencia en el entorno empresarial y en el social. Los retos complejos a los que se enfrentan las empresas no los puede solucionar una persona. Sucede lo mismo con los retos sociales, donde es imprescindible la cooperación de varias personas y organizaciones para dar una respuesta efectiva.

Ahora bien, nuestra cultura occidental nos lleva a ser mentalmente presos, haciéndonos creer que siempre es “uno” –y habitualmente, además, un hombre– quien consigue todos los logros. Allá donde miremos (política, historia, ciencia, etc…) mencionamos a Napoleón, Obama, Edison, Fleming o Steve Jobs y pensamos que ellos solos, individualmente lo han hecho todo. A este efecto lo llamamos “modelo mental”: verdades que, sin serlo, consideramos universales. Y, en nuestro caso, las damos por ciertas simplemente porque vivimos en una cultura que ensalza el logro individual por encima del colectivo.

En la película Un domingo cualquiera, Al Pacino anima a sus jugadores. Y les plantea el siguiente dilema, cuando van perdiendo una final: “O nos curamos ahora como equipo, o moriremos como individuos”.

Otro ejemplo de la importancia del colectivo lo tenemos en la experiencia de la Expedición Imperial Transantártica del explorador irlandés Ernest Shackleton, en 1914. Su barco, el Endurance (Resistencia), quedó atrapado en el hielo y la tripulación consiguió sobrevivir casi dos años en la Antártida sin que muriera ni un solo hombre, a pesar de que la expedición estaba previsto que solo durara unos cuatro meses. En momentos así, frente a retos tan difíciles, es cuando uno se da cuenta de la importancia de las personas que le rodean.

Ahora bien, no son solo las circunstancias difíciles las que nos hacen entender la importancia del colectivo y el equipo. Deben también darse las condiciones culturales y sociales en el colectivo para que la cooperación funcione. En efecto, la expedición Endurance, y Shackleton como explorador antártico, pasaron a la historia sin haber conseguido ni un solo logro científico o descubrimiento de relevancia. Ni uno.

Si han pasado a la historia es porque antepusieron la supervivencia y el bienestar del equipo por encima de cualquier otra hazaña. En efecto, de todas las grandes expediciones polares registradas no hay ni una sola –excepto la de Shackleton– en la que no hubiese víctimas mortales.

En la crisis de 2008 muchos se preguntaban la razón por la que en España no hubo un incremento de la tasa de suicidios. Una de las razones más importantes fueron las relaciones sociales, algo muy importante en nuestra cultura, que ayudan a sentirse escuchado y comprendido, atenuando las soledades.

De hecho, algunos estudios demuestran que las personas felices tienen una mayor cantidad y calidad en sus relaciones familiares y de amistad. A su vez, ayudan a sentirse felices a los que les rodean, mostrándose dispuestas a ayudar a los demás, siendo más cooperativas y más sociables.

Parece que ha pasado una vida: Comenzamos a vivir la pandemia con un “sálvese quien pueda”, seguido del acopio indiscriminado e individualista de víveres y papel higiénico. La crisis afectó, al mismo tiempo, a todos los países del mundo (pandemia global), con escasez de mascarillas, guantes, etc. Poco a poco, comenzaron los movimientos colectivos para ayudar a vecinos sin recursos o vulnerables.

También para fabricar mascarillas en 3D (movimiento maker) o respiradores, como fue el ejemplo de SEAT. De esta forma nos dimos cuenta de que la cultura social estaba apoyando y sujetando una industria que se paralizaba.

Este es un problema que nos afecta a todos. Así nos lo está enseñando esta crisis. Y solo saldremos de ella si trabajamos unidos, como en el ejemplo del Endurance. Los gobiernos apelan a la responsabilidad individual por el bien colectivo: Debo cuidarme para cuidar a los demás. Debo protegerme para proteger a los demás. Hemos entrado juntos y saldremos juntos. No existe otra posibilidad. Como dijo Alejandro Magno: «Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos».

Y, por cierto, esto debe ocurrir a escala global. Seguramente, por primera vez en la Historia, no habrá “ganadores” o “perdedores” por pertenecer a un país más o menos rico. Y si no, que se lo pregunten a los ciudadanos del todopoderoso Estados Unidos de América, que tiene el triste honor de liderar el número de infectados y muertos en el mundo.

Se requiere una respuesta colectiva, y depende de nosotros. De cada uno de nosotros, y de todos. Se impone la cooperación, el pensar que con cada pequeña acción individual cuidamos de los demás, asumiendo de corazón que ellos harán lo mismo por nosotros. Se impone la puesta en marcha del talento colectivo y la apuesta por la innovación, bien sea cuidándonos, encontrando una vacuna o impulsando el mercado.

Les proponemos una reflexión con tres preguntas muy simples:

  • ¿Qué prefiere ser, Arapesh o Mundugumor?
  • ¿En qué expedición polar se embarcaría: en la de Shackleton o en otra?
  • ¿Prefiere morir como individuo o curarse como equipo?

Scott Fitzgerald escribe en El curioso caso de Benjamin Button: “Nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso las que perdemos”.

Pues bien, no perdamos la oportunidad de trabajar todos juntos. Solo así saldremos adelante.

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