La serielización de la política española: el capítulo de Madrid

La serielización de la política española: el capítulo de Madrid

Ayuso e Iglesias son políticos a los que les aburre gobernar, que se sienten cómodos en campaña realizando declaraciones explosivas y recitando eslóganes simples.

El vicepresidente Pablo Iglesias interviene en una sesión parlamentaria en el Congreso.Emilia Gutiérrez / La Vanguardia / Pool / GTRES

Baron Noir es una serie francesa, solo apta para verdaderos enfermos de la política, donde Philippe Rickwaert, miembro relevante del Partido Socialista francés, realiza increíbles piruetas para conseguir su objetivo: el poder. El poder total, absoluto, la presidencia de Francia. Y la política española cada vez parece más una serie de televisión que un servicio a los ciudadanos.

Pablo Iglesias, consumidor y prescriptor habitual de contenido audiovisual, sigue el camino desde una óptica más leninista: “Un paso adelante, dos atrás”. Él, como dirigente del partido, es la vanguardia intelectual del obrerismo, la lucha de clases y la libertad, por ello debe enfrentarse a la opresión prolongada en el Madrid de las derechas. Como Gary Cooper, solo ante el peligro, asume la responsabilidad de enfrentarse a Isabel Díaz Ayuso y a Vox, de cohesionar las izquierdas rotas y, de paso, de salvar al partido de su debacle inminente.

Esta visión mesiánica de la política, esta urgencia vital, ha llevado a Iglesias, en tan solo seis años, a crear un partido, presentarse a las elecciones europeas y ganar el escaño, presentarse a tres elecciones generales españolas como candidato a presidente del Gobierno, ser vicepresidente de este y, finalmente, competir por la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Esta narrativa épica, sin embargo, esconde algunos elementos más terrenales. En primer lugar, su deseo de abandonar un Gobierno en el que se siente incómodo. Sus desavenencias políticas con Pedro Sánchez son crecientes y el último movimiento del PSOE, acercándose a Ciudadanos, pone en más tensión si cabe la coalición. Utilizando las elecciones madrileñas como excusa, logra una salida honrosa —para él, no para su votante— y, de paso, marca los tiempos de la transición en el liderazgo. Algo que, ni siquiera Lenin, consiguió dejar “atado y bien atado”.

Utilizando las elecciones madrileñas como excusa, Iglesias logra una salida honrosa

En segundo lugar, debe convencer a su íntimo enemigo —Íñigo Errejón— de que unan sus listas a las elecciones cuando, Más Madrid tiene el triple de votos en la comunidad autónoma que Podemos. El objetivo no es otro que salvar el partido, impedir su desaparición en Madrid que supondría, a largo plazo, su desaparición en España y la entronización de Más País como la izquierda alternativa viable. Lo que vulgarmente llamamos “el abrazo del oso”.

En tercer lugar, pero nada despreciable, es el narcisismo político. Ese afán de protagonismo que nos lleva a seguir al actor principal de la serie en todas sus vicisitudes. Ya sea Baron Noir, Borgen, El Ala Oeste de la Casa Blanca o simplemente, la Kalesi de Juego de Tronos. En este caso, además, con el aliciente que todo buen elemento audiovisual debe tener: un rival a la altura. Isabel Díaz Ayuso.

Ayuso e Iglesias tienen una rivalidad que polariza a las aficiones

Como Magic Johnson y Larry Bird, como Federer y Nadal, como Marc Márquez y Valentino Rossi, Ayuso e Iglesias tienen una rivalidad que polariza a las aficiones. El deporte mejoraba con esos duelos, la política española, me temo que no.

Los dos son políticos a los que les aburre gobernar —un mal extendido en la nueva política española—, que se sienten cómodos en campaña realizando declaraciones explosivas, recitando eslóganes simples y pegadizos en un estilo populista. Rodeados de una cohorte de supuestos estrategas, comunicólogos y pergeñadores de jugadas maestras —dignas de Gambito de Dama—.

A ambos les gusta marcar la agenda política española —no hay más que recordar el “España me debe una”, de Ayuso—, construir relatos y abandonar la estrechez de la política real. Esa que exige reuniones tediosas, negociaciones interminables y proyectos a largo plazo que no dan rentabilidad inmediata (votos), pero cambian la vida de los ciudadanos. La política como espectáculo mediático, heredada de Trump, que enriquece las portadas de los diarios, los titulares de las radios y los programas de televisión. Ambos tienen formación en ello: Ayuso como directora de comunicación digital de Esperanza Aguirre; Iglesias como director y presentador de La Tuerka en dónde, por cierto, Ayuso era contertulia.

¿Y el ciudadano qué? En medio de la pandemia, haciendo sacrificios conscientes por el bien común, acatando ordenes de quienes, en teoría, lo preservan, observan como son llamados a las urnas sin necesidad. Sorprendidos, cuando no indignados, de la poca capacidad que, en general, tienen los políticos para explicar los asuntos con naturalidad. Creciendo en desconfianza, pensando que tienen demasiadas cosas que callar e intereses que preservar. Es decir, creciendo en el sentimiento anti político, preludio de todos los males de la Europa del Siglo XX.

Quizás, todos esos expertos que los rodean han convencido a nuestros políticos de que un mensaje natural, reconociendo aciertos y errores propios y ajenos, no gana votos. Pero se equivocan, la verdadera nueva política parece que va por ese camino. Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, gana elecciones con un lenguaje claro y directo, con una gestión de la pandemia en la que trata al ciudadano como adulto, capaz de entender los dilemas que se plantean y la complejidad de las decisiones. Solo Angela Merkel, a la que añoraremos a largo plazo, nos dijo la verdad desde el inicio del covid-19: “un 70% de los ciudadanos acabarán infectados”.

Como en Baron Noir, quizá cuando Iglesias regrese a la fábrica, los obreros le rechacen al grito de “no éramos nosotros, era el poder”.