La supresión del voto de los ciudadanos: El pecado original de la democracia americana

La supresión del voto de los ciudadanos: El pecado original de la democracia americana

Como cada estado controla las reglas del voto, es relativamente fácil inventar requisitos que excluyen a los votantes de minorías étnicas.

Seguidores de Joe Biden celebran su victoria frente a Donald Trump. Tom Williams via Getty Images

La comunidad internacional contempla con asombro el lamentable espectáculo que está dando Estados Unidos en las elecciones presidenciales de 2020. Se pregunta cómo es posible que un personaje tan deleznable como Donald Trump, no solamente haya llegado a la presidencia, sino que además esté intentando mantenerse en ella tras su derrota en los comicios. Aparte de haber echado de su cargo al director de la Agencia de Seguridad Cibernética del Gobierno por haber declarado que estas elecciones presidenciales habían sido las más seguras de la historia, Trump ha puesto más de treinta pleitos para intentar descontar votos en distritos de mayoría demócrata o para hacer recuentos de votos con el fin de sembrar dudas sobre los resultados de los comicios. Su estrategia es la supresión del voto de los ciudadanos, un fenómeno bien conocido en Estados Unidos, donde se conoce con el nombre de voter supression. Trump está intentando hacer esto de manera tanto literal como metafórica. Por una parte intenta eliminar votos en contra suya, por otra niega la existencia de esos votos.    

Que hacer cosas de este tipo sea posible les llama profundamente la atención a los ciudadanos de las democracias modernas, que están empezando a descubrir que la democracia americana no es una democracia plena. Los ciudadanos de Estados Unidos siempre han estado muy orgullosos del hecho de que su país sea la democracia más antigua del mundo, en funcionamiento ininterrumpido desde 1787. Aunque esto es, sin duda, un gran logro, es también una fuente de problemas, ya que se trata de un sistema muy arcaico al que nunca se le han hecho cambios significativos y ese sistema descansa sobre una base defectuosa.  

El principal problema de los Estados Unidos, su pecado original, es el racismo, que ha viciado el sistema democrático desde sus comienzos. En 1787, cuando se redactó la Constitución, había esclavitud y los esclavos no tenían derecho a las protecciones que ésta proporcionaba. Aunque la esclavitud no agradaba a algunos norteños, se aceptó como el precio que había que pagar para mantener a los sureños dentro de la Unión. Las tensiones entre norte y sur acabaron llevando al país a una guerra civil, que concluyó con la derrota del Sur y la abolición de la esclavitud, recogida, en 1865, en la enmienda número XIII de la Constitución. En 1868, la enmienda número XIV les dio la ciudadanía a los antiguos esclavos y, en 1870, la enmienda número XV hizo ilegal negar a cualquier ciudadano varón mayor de veintiún años el derecho al voto, lo que hizo posible el acceso de los negros a las urnas.  

Como cada estado controla las reglas del voto, es relativamente fácil inventar requisitos que excluyen a los votantes de color

Sin embargo, esta enmienda no proporcionaba protecciones a los votantes, que quedaron a merced de las reglas de los diversos estados, bastantes de los cuales pusieron requisitos cuyo objeto no era otro que impedir que los negros acudiesen a las urnas. Por ejemplo, en muchos sitios se exigía el pago de un impuesto especial para tener derecho al voto, así como la obtención de buena nota en un examen de conocimientos básicos, lo que dejaba fuera a los pobres y a los analfabetos, como lo eran muchos negros entonces. En algunos sitios se exigía incluso presentar pruebas de ser nieto de un votante, lo que automáticamente excluía a los descendientes de esclavos. Además de eso, en aquella época, en la que no eran raros los linchamientos, la intimidación de los votantes negros era común y muchos no se atrevían a registrarse ni a acudir a las urnas por miedo a ser atacados.

En los años 50 del siglo XX, empezó el movimiento a favor de los derechos civiles, que llegó a su apogeo en la época del presidente Kennedy, y que fue liderado por Martin Luther King. Ese movimiento tuvo como una de sus reivindicaciones centrales la protección al voto, la cual se consiguió con la ley de los derechos de los votantes, o Voting Rights Act, promulgada por el presidente Johnson en 1965. Esta ley fue una gran victoria y a partir de ese momento los negros, muchos de los cuales no acudían a las urnas debido a los obstáculos a los que se enfrentaban, empezaron a votar asiduamente. Sin embargo, para entonces las malas costumbres electorales estaban muy arraigadas entre los políticos, para los que la manipulación del sistema se había convertido en una segunda naturaleza.

Tras el movimiento a favor de los derechos civiles, apoyado por los presidentes Kennedy y Johnson, los miembros de las minorías étnicas, que ya simpatizaban con el Partido Demócrata desde la época del presidente Roosevelt y el New Deal, empezaron a darle su voto consistentemente. Esto sucedió a la vez que este grupo aumentaba mucho de tamaño e importancia electoral, pues a los negros y a los indios americanos se sumaron crecientes números de hispanos y asiáticos. El Partido Republicano podría haber adoptado políticas más abiertas para intentar captar el apoyo de las minorías étnicas y mantener su viabilidad.  Sin embargo, hizo todo lo contrario, usando reclamos racistas con el objeto de atraer a aquellos votantes blancos amantes de sus privilegios a quienes molestaba la igualdad reivindicada por el movimiento a favor de los derechos civiles. Pero el problema de los números persistía. Los miembros de las minorías étnicas, cuando acudían a las urnas en números considerables, daban la victoria a los demócratas.

Con los blancos solamente el Partido Republicano no puede ganar, y los blancos cada vez son un porcentaje menor del electorado

Ante esta situación, el Partido Republicano recurrió a un viejo truco, a saber, suprimir el voto de aquellos ciudadanos que no le eran favorables. Como cada estado controla las reglas del voto, es relativamente fácil inventar requisitos que excluyen a los votantes de color. Esto no se hace abiertamente. Se invocan razones en apariencia respetables. Por ejemplo, en unos casos se depuran las listas electorales de ciertos distritos con la excusa de combatir el fraude. En otros casos, alegando falta de fondos, simplemente se les retiran recursos a los distritos en los que viven las minorías étnicas. Se cierran colegios electorales o se les recorta el presupuesto eliminando máquinas de votar y personal. Muchas veces también se elimina la posibilidad de votar en persona por adelantado o de votar por correo, ya que las elecciones se celebran siempre un martes  y muchos miembros de las minorías étnicas no pueden permitirse el lujo de perder unas horas de trabajo, y menos un día entero, si hay que ir lejos a votar o si las colas son largas. Ésta es la situación que existía cuando Trump llegó al poder.  Todos los ingredientes para su ataque frontal a la democracia estaban ahí. Lo único nuevo que ha hecho es efectuar su asalto a la luz del día.

Como los demócratas tienden a votar por correo, mientras que los republicanos suelen hacerlo en persona, Trump intentó por todos los medios impedir el voto por correo, hasta el extremo de poner a un aliado suyo como jefe de ese servicio poco antes de las elecciones presidenciales con el propósito de ralentizarlo e impedir que pudiese procesar todas las papeletas a tiempo para el recuento.  Ahora ha puesto pleitos en varios estados para impedir que se cuenten los votos que llegaron tarde. Y los republicanos, que le tienen pavor, porque con un simple mensaje de Twitter puede destruir la carrera de cualquiera de ellos, le siguen la corriente sin pudor. El daño que esta situación está causando al país es incalculable.

El miedo que expresan muchos comentaristas es que, ahora que el Partido Republicano ha perdido por completo la vergüenza, extreme sus medidas de manipulación del sistema y de supresión del voto de los ciudadanos. Hace años que el partido republicano no cuenta con el apoyo de la mayoría de los votantes. Si ha ganado las elecciones presidenciales de 2000 y de 2016 ha sido por las particularidades del Colegio Electoral, no porque tuviese más votos que el Partido Demócrata. Con los blancos solamente no puede ganar, y los blancos cada vez son un porcentaje menor del electorado. Necesita una parte significativa de las minorías étnicas. Lo lógico sería que el Partido Republicano hiciese una política de captación de este grupo, como le han aconsejado sus asesores más de una vez. El problema es que ahora una parte muy importante de sus votantes lo sigue precisamente por las fuertes actitudes racistas que ha adoptado en los últimos tiempos. En esta situación, dar marcha atrás le resultaría muy difícil. El pecado original lo persigue. Muchos ciudadanos temen que, atrapado en la peligrosa red que él mismo ha tejido, el Partido Republicano se entregue a comportamientos cada vez más irregulares y acabe de minar la defectuosa base sobre la que está construida la democracia americana.

Cristina González es catedrática emérita de la Universidad de California-Davis, donde ha impartido clases de Literatura y Cultura Hispánicas en el Departamento de Español y de Historia y situación actual de la universidad americana en la Facultad de Educación.