La televisión pública ya no es para todos

La televisión pública ya no es para todos

La neutralidad, como lo que es una democracia o la libertad, tiende más a ser un concepto ideal construido socialmente que una realidad plenamente alcanzable.

El Presidente de RTVE, José Manuel Pérez Tornero, en su primera comparecencia en la comisión de control parlamentario de RTVE.Kiko Huesca / EFE

No tanto por la oferta, sino por la demanda. En esta etapa de polarización política y afectiva parece que la televisión pública está conmigo o contra mí, sensación que se agudiza en campaña electoral con el incremento de los ataques a la forma de informar o entrevistar de los trabajadores del ente público  a las élites políticas. Estas parecen acudir con afán de difundir su mensaje intacto y sin filtro, esperando que las preguntas e interpelaciones de los periodistas de la casa tengan un carácter de meras conductoras del programa.

Todas estas críticas en directo no están orientadas a buscar la mejora del funcionamiento general de la casa, solo contribuyendo a dar una imagen de parcialidad del medio, que es uno de los elementos que se encuentra detrás de la cada vez mayor desconfianza generalizada en los medios de comunicación. Hace pocos días un (ahora ex) candidato del partido azul (también lo fue del partido naranja) vertió acusaciones de falta de neutralidad en el programa matinal de La Primera y otro candidato del partido morado hurgó en la llaga de varios errores cometidos por parte del ente público en el Telediario con respecto a la visibilidad que recibía su partido y su persona.

La tentación tecnocrática y la (trampa de la) neutralidad van de la mano como si la apuesta por la técnica y sus resultados no fueran políticos y como si la neutralidad tampoco fuera un constructo social que varía entre culturas políticas y periodísticas, por no hablar de lo que se concibe como neutral para cada persona.

En origen, esta idea de transmisión de la información con neutralidad se asienta en el paradigma del positivismo científico aplicado a las ciencias sociales. Este asume que a la observación y al análisis de la realidad social se le pueden aplicar las mismas reglas que se aplican a las ciencias naturales y físicas. Cualquier científico social que lea estas líneas ha presenciado, cuando no tomado parte, de la (falsa) batalla entre los métodos de investigación empíricos, basados en el positivismo, y los métodos de investigación interpretativos, basados en el paradigma homónimo.

No entraré en ese debate aquí pero no hay duda de que esta batalla eterna subyace en la forma en la que los medios de comunicación y el periodismo informan, sobre todo cuando se habla de política. Tal es así que, en los últimos años, esta idea de neutralidad ha inspirado la creación de nuevos medios de comunicación, dando lugar al periodismo de “verificación”. Pero incluso los datos, aunque ciertos y bien interpretados, a veces son escasos o no describen la totalidad de la realidad social.

Los medios no pueden dejar de seleccionar qué noticia es interesante para la audiencia

Pese a que este periodismo se base totalmente en datos empíricos o en el criterio de reconocidos expertos en la materia polemizada en cada momento, los medios de comunicación no pueden dejar de seleccionar qué noticia es interesante para la audiencia, qué posturas y opiniones hay en la disputa —lo natural cuando hablamos de política— y quiénes son los protagonistas. Esta función la hacen todos los medios de comunicación: priorizan unos temas sobre otros y además les dan unos atributos, como postula la teoría de la agenda setting. Los medios de comunicación siempre acaban ofreciendo unos temas de actualidad determinados y unos puntos de vista.

Esto ya genera una acción de ocultar deliberadamente una parte de la realidad, de resaltar unos aspectos sobre otros o de ignorar una parte de lo que la ciudadanía puede percibir como mínimo noticiable. No necesariamente por mala praxis periodística (que a veces la hay), sino por cosas tan habituales en el periodismo como el valor de la noticia, el acceso a fuentes fiables o la línea editorial del medio, por poner algunos ejemplos.

Entonces no queda otra que asumir que la idea de neutralidad —como las ideas de lo que es una democracia o la libertad— tiende más a ser un concepto ideal construid socialmente que una realidad plenamente alcanzable.

¿Hay solución? Sí y es una mezcla de datos, rigor, calidad, contraste de información, fuentes fiables, buena comunicación, pero sobre todo pluralidad (ideológica, por supuesto) en la información. Se debe advertir aquí de que se puede caer también en la trampa de la pluralidad, si creemos que esto significa dar por válidos todos los puntos de vista sin pasar por el filtro que imponen los códigos deontológicos periodísticos. De lo contrario, estaríamos validando por igual la posición de un negacionista de las vacunas y la posición de una viróloga, por ejemplo.

Por otra parte, la tentación tecnocrática supone para este caso que el ente público debe guiarse por criterios técnicos, valga la redundancia. ¿Cuáles son los criterios técnicos que deben guiar el funcionamiento de un medio de comunicación como la radiotelevisión pública? ¿El nivel de audiencia? ¿Cómo relacionamos el nivel de audiencia con la necesidad de neutralidad si las mayores audiencias las registran hoy medios de comunicación privados y con un determinado sesgo ideológico en el tratamiento de la información política? ¿Y si el cambio debe ser en la forma de abordar la política para que sea más entretenida o espectacular?

¿Cuáles son los criterios técnicos que deben guiar el funcionamiento de un medio de comunicación como la radiotelevisión pública?

Son preguntas que no pretenden responderse aquí y que deben invitar a la reflexión. Sirva de ejemplo uno de los capítulos de la serie de política danesa Borgen en su tercera temporada, donde además de la continuación de la historia política de la protagonista Birgitte Nyborg, de fondo el espectador asiste a un cambio de tendencia en la narrativa de TV1, la cadena pública danesa ficticia en la serie (totalmente casualidad). El nuevo director de contenidos de la cadena, Alex Htjor, exige al jefe de informativos de la casa, Torben Friis, cambios en el enfoque informativo, debido a la bajada de los índices de audiencias de la cadena pública. El enfoque de Htjor pasa principalmente por hacer más entretenida la narrativa y el tratamiento informativo de TV1, poniendo ejemplos constantemente de como otras cadenas de televisión danesas obtienen más audiencias con sitcoms o realities, lo que enfrenta a Friis a una nueva realidad mediática, que pasa por ofrecer más entretenimiento a costa del rigor periodístico y calidad informativa.

Volviendo a la España de 2021, la pregunta que surge aquí es: ¿son los niveles de audiencia y la neutralidad la medicina que hará que RTVE, concretamente La 1, recupere su esplendor? Seguramente sea necesario tomarse en serio la situación de la cadena pública para que las propuestas se originen en un debate sosegado —a lo que no nos tiene acostumbrado la actual velocidad política y mediática—. Seguramente se tenga que tener en cuenta algunos criterios técnicos, pero también políticos, si es que de verdad queremos que sea la tele de todos.

Gran parte de la audiencia puede estar satisfecha con el acuerdo alcanzado por cuatro partidos para la renovación del Consejo de Administración de RTVE

Pudiendo ser una opinión impopular, creo que gran parte de la audiencia puede estar satisfecha con el acuerdo alcanzado por cuatro partidos para la renovación del Consejo de Administración de RTVE. Aquí, un elemento político necesario, que consiste en un acuerdo plural de origen. El elemento técnico lo pone el currículum de los miembros del Consejo y su forma de gestionar en los próximos años. Si algún político duda de ello, puede dar una lectura diagonal a los méritos de los ahora consejeros. Para la fiscalización de la gestión y el funcionamiento de RTVE, además de nuestro criterio como ciudadanos y ciudadanas, ya existe la Comisión Mixta de Control Parlamentario de RTVE en las Cortes Generales.