La vida en blanco o negro

La vida en blanco o negro

Cada vez es más difícil ponernos en la piel de otros y practicar la empatía.

.Yolanda Domínguez

Hoy he tenido una horrible pesadilla. Sonaba el despertador y al abrir los ojos mi cuarto era otro. Los cuadros de las paredes parecían radiografías, las plantas se habían oscurecido, la alfombra, las sábanas y las mantas no se distinguían y la mesita de noche parecía haberse carbonizado junto con las zapatillas. Me levanté asustada y corrí al salón. Por el camino tropecé con varios muebles que se confundían con las paredes. Empecé a tocarlo todo en un intento desesperado de enfocarlo. Salí a la calle y entré en pánico. El suelo era completamente negro, los edificios blancos, las personas amasijos monocromáticos, sin ojos, sin nariz, sin rostro, hasta los árboles se habían convertido en extensiones del asfalto. Parecía que el mundo se había simplificado y a la vez se había separado. Perdimos “lo del medio” y con ello la mayor parte de la información. No había matices, ni contrastes, ni detalles. Todo era blanco o negro. 

En realidad, la escena que describo no dista mucho de lo que vemos diariamente en los medios. Titulares que amenazan. Presentadores que narran las noticias como si el fin del mundo se acercara. Imágenes de muerte y violencia. Realities que nos entretienen con el sufrimiento ajeno. Tertulias en clave de gritos y peleas. El triunfo entendido como la derrota del contrario. Traición. Polémicas. Bandos. Hemos borrado de nuestro paisaje conceptos tan importantes como colaboración, solidaridad, diálogo, comprensión, escucha, espera o tolerancia y los hemos transformado en cuernos, venganza, crimen, odio, conflicto y alarma. Si algo no es extremo, excesivo o extremado directamente ni lo vemos ni lo escuchamos.

Cada vez es más difícil ponernos en la piel de otros y practicar la empatía.

Las redes sociales son la consecuencia del campo de batalla mediático. Vemos, aprendemos e imitamos. Los algoritmos tampoco ayudan y en lugar de crear comunidad nos separan cada vez más. Solo nos muestran las publicaciones de las personas con las que interactuamos y las noticias que refuerzan lo que ya pensamos. Cada vez es más difícil ponernos en la piel de otros y practicar la empatía. Cuando no entendemos algo jamás preguntamos. Si no nos gusta lo que alguien dice, lo atacamos. Si algo nos molesta, abandonamos. Si discutimos con alguien le “retiramos el like” y dejamos de seguirle en Instagram. ¿En qué momento pensar diferente se convirtió en sinónimo de estar en contra? Sólo podemos ser guapos o feos. De izquierdas o de derechas. Perfectos o desastrosos. Triunfadores o fracasados. Amigos o adversarios.

Recuerdo cuando era niña la ilusión que me hacía que me regalaran cajas de lápices. El mejor momento era cuando la abría y veía todos alineados, con las puntas perfectamente afiladas, listas para dibujar toda clase de paisajes. Esas cajas significaban un mundo lleno de posibilidades. Un día me animaba a colorear el sol de azul y las nubes de morado, y al siguiente la lluvia verde y los árboles anaranjados. También me gustaba que los lápices se fuesen desgastando. Había algunos como nuevos, otros sin punta, y muchos descolocados. Resulta que ahora tampoco admitimos el error ni el fallo. Tenemos que nacer sabiéndolo todo, y el aprendizaje directamente nos lo cargamos. Además, si eliges un color ya no puedes cambiarlo, te tacharían de traidor, de vendido y de falso. Imagino ahora la cara de los niños y de las niñas al encender sus pantallas y ver el mundo sin un solo color, con la presión de tener que hacerlo todo bien. No me extraña que muchos se queden paralizados.

Es necesario que veamos, pero en toda su amplitud y desde todas las perspectivas. Abandonemos los totalitarismos, las posturas únicas y abracemos los medios tonos de vez en cuando. Hagámonos el enorme favor de relajarnos e intentar encontrarnos. Ponerse en la piel de otras personas es comprender que cada cual tiene su propia caja de colores, permitamos que experimente el mundo a su ritmo y a su manera… E intercambiemos esos lápices de vez en cuando.