La vida nos tiende una segunda mano

La vida nos tiende una segunda mano

La crisis ha disparado el mercado de objetos usados en España. No nos limitamos adquirir cosas viejas por coleccionismo, sino por necesitad o simplemente por la practicidad del ahorro. Artículos deportivos, de bebé, móviles y tabletas son las compras más solicitadas.

Hace veinte años acudí con regularidad a los yard sales de los suburbios de Filadelfia. Vivía con mi familia en una casa blanca a las afueras de la ciudad y los domingos visitábamos los jardines de las residencias del barrio donde se organizaban mercadillos. Era común que algún vecino saldara sus objetos inservibles. Este rastrillo lo anunciaban los propios vendedores pegando carteles en los árboles del distrito o publicando unas líneas en el periódico local.

Recuerdo el sentimiento de pudor ante aquellos puestecitos improvisados dentro de los garajes o en el porche de las casas. Allí la familia exponía sobre mesas o sobre el propio suelo todo aquello que vamos acumulando a lo largo de los años en cajones o trasteros, desde peluches a radios estropeadas, cubertería vieja, una máquina de escribir, una bola de bolos, un bolígrafo sin tapa, un pomo, unas zapatillas arrugadas, un teléfono... En todo aquel parné estaba manifiestamente presente la familia vendedora que, por supuesto, se encargaba personalmente del cobro y el pertinente regateo. Los precios eran ínfimos, pero lo cierto es que aquella quincalla no valía ya nada para sus propietarios. Sin embargo, los compradores encontrábamos de gran utilidad esas ofertas tanto porque estábamos montando una casa, como era nuestro caso, como porque percibíamos en aquellos objetos la sombra de un tiempo mejor.

Los españoles entonces no estábamos acostumbrados a este tipo de exhibicionismo comercial. La madre gorda y rubia nos intentaba convencer de la suavidad de ciertos cojines que habían amortiguado sus carnes durante miles de noches frente a la televisión, de la belleza de un reloj en forma de payaso con el que aprendió las horas su hija pequeña, de la facilidad de arreglar una impresora con menos piezas que la dentadura de un pirata. Aquel año en Filadelfia armamos un hogar de segunda mano. Un coche, un sofá, bicicletas, un balón de baloncesto para jugar bajo la canasta del garaje... todo lo adquirimos en tiendas de material usado o en yard sales los fines de semana.

Ahora, sin embargo, la crisis ha disparado el mercado de objetos usados en España. Hasta hace unos años eran los coches y los pisos quienes monopolizaban el negocio de la segunda mano. Sin embargo hoy páginas web como Segunda Mano, eBay, aplicaciones como Wallapop o tiendas como Cash Converter han propiciado que más de la mitad de los españoles compremos o vendamos ya material gastado. No nos limitamos adquirir cosas viejas por coleccionismo, sino por necesitad o simplemente por la practicidad del ahorro. Artículos deportivos, de bebé, móviles y tabletas son las compras más solicitadas en un nuevo escaparate con una oferta astronómica pero con precios a ras de suelo.

Hasta hace poco sólo pensábamos en comprar ropa de segunda mano cuando acudíamos a mercadillos cool del extranjero. Flohmarkts en Berlín, algún flea market en el west village neoyorkino o el los chiringuitos de Porta Portese en Roma. Sin contar, por supuesto, alguna prenda más estrafalaria que ponible hallada una mañana en el Rastro o por la noche en el mercadillo de El Camello en Barcelona. Cuando volvíamos a España con una chaqueta de pana o un bolso lo hacíamos realmente con un souvenir. Estábamos sumando un recuerdo, un objeto valioso por el aura de la ciudad extranjera y porque aquella ganga nos hacía cómplices de otra cultura donde el objeto usado es comúnmente intercambiado.

Sin embargo ahora es una nueva conciencia del consumo lo que nos impulsa a comprar lámparas o zapatos sin traza de virginidad. Algunos vendedores hablan de dar una nueva vida a los objetos, pero somos realmente los compradores quienes ganamos una renovada identidad haciéndonos con una corbata o una cartera ajena. La fiebre de la customización nos permitió distinguirnos, individualizarnos. La moda de la exclusividad nos sedujo porque parecía que, por un instante, nos rescataba del fango de la globalización. Ahora el mercado de segunda mano no nos diferencia subrayando nuestro carácter sino prestándonos uno nuevo, otra naturaleza sin rostro, brindándonos una historia, un pasado indefinido pero, en cualquier caso, desconocido y misterioso, inquietante y seductor.

Mientras que con la crisis sentimos que nuestra vida se decolora, que nuestra realidad se aleja poco a poco de su mejor versión como un demacrado Dorian Gray, el mundo de la segunda mano, como aquel planeta virtual de Second Life, nos permite investirnos de una nueva personalidad. Resquebrajada ya nuestra anterior caracterización al haber perdido la profesión, muchos procuramos reinventarnos, comenzar de cero, alejarnos de aquella existencia odiada o querida pero, en cualquier caso, pulverizada por el dragón bursátil.

La segunda mano es eso precisamente, una segunda mano que nos tiende la vida para levantarnos, para poder subsistir con el paro, con los ahorros, para volver casi a los tiempos del trueque y reencontrar una solidaridad en una sociedad que se intercambia lo que no necesita, cuyos miembros velan por sus intereses al tiempo que favorecen los del prójimo. Porque ahora que nos fundimos en el mercado virtual de lo usado, todos somos nuevos pero el mismo, rotando aquella chaqueta marrón que alguien trajo un día de Camden Market.