Landita, en el pueblo de Jose Mari

Landita, en el pueblo de Jose Mari

Estación de Atocha. El actor Antonio de la Torre guarda fila para acceder al AVE. Le acompaña su amigo y representante. En Calatayud les esperan para llevarles a La Almunia de Doña Godina, donde recibirá el Premio Florián Rey. La fiesta del cine que se organiza en este pueblo desde 1996 la dirigía José María Pemán.

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Sábado 11 de mayo. Estación de Atocha. 11.15 de la mañana. El actor Antonio de la Torre guarda fila para acceder al AVE. Le acompaña Bigarren Saiz, su amigo y representante. En Calatayud les esperan para llevarles a La Almunia de Doña Godina. Esta noche, durante la clausura del Festival de Cine de La Almunia (Fescila), Antonio recibirá el Premio Florián Rey que, desde 1998, distingue a grandes personalidades del cine español. El sábado anterior Luisa Gavasa, enorme, recibió el premio Villa de La Almunia. La fiesta del cine que se organiza en este pueblo desde 1996 se llamaba hasta ahora "Jornadas de Cine" y las dirigía José María Pemán. Ahora se ha rebautizado como Fescila y sus codirectoras son Raquel Viejo y Carmen Pemán, hija de José Mari, un clásico del cine en Aragón.

En la cola del AVE Antonio descubre a cuatro amigos, el productor José Antonio Félez, Ángeles González Sinde - su directora en Una palabra tuya- y los actores Raúl Arévalo y Pilar Castro: "¿Pero qué hacéis aquí? ¿Dónde vais?" Y ellos: "¿Y tú?" "Yo, a la Almunia". Y ellos: "Pues nosotros también". Los amigos le desvelan la sorpresa: ellos forman parte del homenaje de La Almunia y se trataba de que se tropezaran con él en el tren. Mientras, desde Zaragoza, viajo a La Almunia en el coche del mismísimo José María Pemán. Ángeles me envía al móvil una foto del grupo con Antonio -muy sonriente-, como muestra de que Antonio ya ha sido sorprendido.

En La Almunia, le digo a Antonio que, entre los premiados con el Florián Rey, figuran Fernando Trueba, Maribel Verdú, Borau, Saura o Berlanga. Y dice: "Ah, y este año, yo. Hay que ver cómo se nota la crisis". Le recreamos a Antonio el surrealista día que pasamos en La Almunia en mayo de 1999, cuando Alfredo Landa vino a acompañar a Luis Berlanga el año de su premio y, a la hora de la siesta, los dos compartieron cama en el hotel El Patio. Antonio cuenta algo que ya no puede venir más al caso: él, en sus inicios, hizo un personaje muy breve en la serie que Berlanga dirigió sobre Blasco Ibáñez. A Berlanga, Antonio le recordaba tanto a Landa que le llamaba, todo el rato, "Landita". Antonio coincidió con Landa en la serie Lleno, por favor y le observaba con un arrobo total. Antonio ha lamentado mucho la muerte de Alfredo.

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De la Torre en la presentación de la película Primos. Foto: GTRESONLINE.

Antonio, 45 años, ojos azules, es un actorazo y uno de los menos encasillables de la historia de nuestro cine. Lleva siete años espléndidos, desde AzulOscuroCasiNegro, de su compadre Daniel Sánchez Arévalo que, cuando escribía ese guión, le prometió un personaje a la altura de su talento. Antonio estuvo a la altura de su talento y ganó el Goya. Ha interpretado toda clase de papeles y de géneros y cualquiera aspira a trabajar con él. Para rodar Gordos engordó 33 kilos y luego los adelgazó. Se ha corrido la voz de que, además de buenísimo y moldeable, Antonio mejora mucho los lugares en los que está. Hay unanimidad en celebrar su generosidad, su calidez y su gracia imparable. Antonio es un grande que aún se cree muy pequeño. Él insinúa que no se ha sacudido el cateto malagueño que lleva dentro. Su humildad también le lleva a no imponerse sobre sus personajes, a diluirse en ellos y parecer cada vez un actor diferente. Es de esos actores a los que mucha gente, al verlos por la calle, siente que los conoce pero no acierta a saber de qué. Eso sería un sueño para él: mantenerse en esta profesión toda la vida sin soportar las pegas de la popularidad. Y dice: "Soy un poco puta. Cuando logro algo, deja de interesarme".

Antonio tiene tres ciudades. En Málaga vivió hasta su juventud; en Madrid estudió Periodismo y decidió ser actor, estimulado por su compañero de carrera Alberto San Juán; y en Sevilla trabajó como periodista y allí vive ahora con su mujer y su hija. Es muy infrecuente que un actor tan brillante y ocupado no viva ni en Madrid ni en Barcelona y, en eso, también Antonio es especial.

Antonio perdió a su padre a los 18 años. Sus padres son sus referencias eternas. Ellos le contaron historias de hambre y miedo de la España de la posguerra. Él admite que sufre el síndrome del pobre: siempre ha estado abierto a cualquier propuesta digna de trabajo. Durante años recibía guiones en los que el personaje que le adjudicaban no tenía ni nombre: "parroquiano tercero", "tipo al fondo", "uno" o, incluso, "otro". El primer papel con frase se lo dio Emilio Martínez Lázaro en Los peores años de nuestra vida, en 1993. Sin embargo, aunque se le escucha, Antonio no sale en el plano. En las películas anteriores no se le oía y ahora no se le veía. A eso se le llama comenzar por todo lo alto.

En el Salón Blanco de La Almunia, en la gala de clausura, me siento al lado de Bigarren y Antonio. Desde el escenario, sus amigos Raúl, Ángeles, José Antonio y Pilar le acribillan a piropos. A Antonio le brillan los ojos. Bigarren susurra: "Está tocado". Luego, en el escenario, Antonio declara que La Almunia ya es uno de los lugares de su vida.

Cuando parece que Nacho Rubio, el conductor de la ceremonia, va a cerrar el acto, da un volantazo y presenta una guinda sensacional: un vídeo sorpresa dedicado a José María Pemán, en el que decenas de amigos le envían su cariño y gratitud por tantos años de alegrías: "Gracias Jose Marí", recitan uno detrás de otro. Jose Mari sube al escenario, tambaleándose un poco, y su hija Carmen le dice cosas que nunca se había atrevido a soltarle cara a cara. Jose Mari no había barruntado nada. Casi siempre hay alguien que chafa las sorpresas y, cuando eso no sucede, es una auténtica sorpresa. La vida es una fábrica incansable de tristeza, sueños rotos, contrariedades, sobresaltos, chascos inesperados y expectativas defraudadas. Las sorpresas agradables son tan exóticas que empeñarse en provocarlas se ha convertido casi en una obligación moral.

Jose Mari y Antonio, Landita, salen del Salón Blanco como volando, dispuestos a ser los últimos en abandonar esta noche que los ha unido para siempre.

Este artículo se publicó originalmente en el diario 'Heraldo de Aragón'.