Las dos almas del Partido Demócrata que Cuba deja al aire

Las dos almas del Partido Demócrata que Cuba deja al aire

Ocasio-Cortez y sus críticas al embargo son un nuevo ejemplo de cómo la rama más socialista no está dispuesta a callar ante lo que el presidente Biden hace mal.

Alexandria Ocasio-Cortez y Joe Biden, en sendas imágenes de archivo.REUTERS

El Partido Demócrata estadounidense tiene cada vez dos almas más diferenciadas. La corriente socialista, la más izquierdista y minoritaria, se ha asentado ya sin miedos a etiquetas ni a señalamientos en el seno de una formación que siempre ha sido progresista, pero con un núcleo centrista de enorme peso y, por supuesto, capitalista hasta el tuétano. Siempre se han dado por sentadas cosas esenciales, como el apoyo a aliados históricos o el respeto al stablishment. Ya no.

Ahora surgen voces que alertan de lo que hacen mal hasta los propios -es más, hasta el presidente- o que piden que se revisen actitudes y lealtades que no son justas u oportunas. Bernie Sanders, que peleó en las primarias del partido como aspirante a la Casa Blanca dando la campanada, logrando un apoyo inesperado, ya no es el único que marca otra agenda y otras debates. Y Cuba ha sido el último motivo de fricción, que deja al aire esta división.

Esta semana, la representante demócrata en la Cámara de los Comunes por Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, una de las más destacadas impulsoras de esta ambiciosa familia al alza, criticó abiertamente al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por su defensa del embargo a la isla caribeña, que definió como “absurdo e intencionadamente cruel”. “El embargo es absurdamente cruel, y como tantas otras políticas estadounidenses dirigidas a América Latina, la crueldad es el punto”, afirmó la congresista en un comunicado que sonó como una bomba.

Suponía tocar un tabú, el embargo al que EEUU somete a Cuba desde 1962, impuesto tras la crisis de Bahía de Cochinos por el presidente John F. Kennedy, que sólo contempla excepciones en casos de alimentos y medicinas. Naciones Unidas ha condenado reiteradamente este bloqueo, que entiende como un castigo colectivo que perjudica a toda la población y que, 60 años después, sigue sin lograr un cambio de régimen.

No sólo eso: suponía constatar el daño infringido por Washington en toda la región, por boca de una latina. Y más aún: hablar del tema cuando en ese momento Biden aún no había abierto la boca. Poco después compareció para llamarlo “estallo fallido” y tender la mano en la donación de vacunas y el restablecimiento de Internet. El jueves anunció también nuevas sanciones a los boinas negras del Gobierno cubano, por la represión ejercida por las fuerzas de seguridad. Y, medidas y pronunciamientos aparte, un toque de atención para su compañera: “El comunismo es un sistema universalmente fallido (...). No veo el socialismo como un sustituto útil”.

Pero la bomba de AOC estaba lanzada, con mucho eco entre quienes, incluso obviando el debate del embargo, estaban molestos porque el mandatario iba tarde a la hora de condenar la represión policial y la detención de activistas en Cuba. Compañeros congresistas de Ocasio-Cortez comenzaron a arroparla en las redes sociales, con Sanders en cabeza, que en realidad ya le había tomado la delantera.

“Todas las personas tienen derecho a protestar y a vivir en una sociedad democrática. Hago un llamamiento al Gobierno cubano para que respete los derechos de la oposición y se abstenga de la violencia. También afirmo que es hora de poner fin al embargo unilateral de Estados Unidos sobre Cuba, que solo ha dolido, no ayudó al pueblo cubano”, dijo en Twitter tres días antes.

Mientras, los demócratas de toda la vida le afeaban el gesto en público. La reacción más furibunda, la de los correligionarios de Florida, donde el anticastrismo es intocable.

Algunos más conservadores han aprovechado para presentar quejas internas por los movimientos de los Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés). Dos han sido los más polémicos: el envío de una delegación a Caracas para verse con miembros del Gobierno de Nicolás Maduro y la crítica e incluso intento de bloqueo de una venta de armas de EEUU a Israel, coincidiendo con la ofensiva sobre Gaza del pasado mayo. No sólo está AOC en este grupo; le acompañan las otras congresistas conocidas como el “escuadrón” -el mote de lo puso Donald Trump-, como Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley. “Estamos construyendo un movimiento”, remarcan.

Influencia creciente

Por ahora, estas salidas de tiesto no han llegado a nada concreto. Palabras, palabras, palabras. Ni el grupo que cuajó Sanders ni las nuevas fuerzas más a la izquierda tienen aún poder para cambiar las cosas, aunque sí una creciente capacidad de influir y marcar los temas prioritarios. Conviven los niños terribles con el poder establecido de siempre, pero en los últimos años han ido evolucionando estas nuevas corrientes y ganando terreno.

Patrick Iber, profesor de Historia en la Universidad de Wisconsin y estudioso del Partido Demócrata, ha analizado esa evolución y explica que ascensos como el de AOC y sus compañeras “no es un accidente demográfico” sino que “es significativa por lo que expresa acerca del estado de la relación de los movimientos sociales en Estados Unidos con la política electoral”, escribe. La izquierda más roja, por llamarla de alguna manera, ha estado en las ONG, las organizaciones de base, vecinales, feministas, que estaban alejadas de las formaciones clásicas y, poco a poco, han entrado en los demócratas, forzando sus costuras. Esa izquierda “no sólo se organizó contra la presidencia de Trump y el Partido Republicano que lo apoya, sino que está decidida a transformar a su vez al Partido Demócrata”, sostiene el experto.

Pone ejemplos que van desde Occupy Wall Street Black Lives Matters, sumados a movimientos locales sobre justicia social, vivienda o medio ambiente, que han acabado alimentando las listas demócratas y transformando sus filas. “Al combinarse, estos movimientos de base le dan a la izquierda una agenda sólida y políticamente orientadora”, señala. En mitad de ese estallido social, apareció Sanders, peleando con Hillary Clinton por la candidatura del Partido Demócrata en 2015.

Frente a la elección del partido, la alternativa. Ilusionó a estos movimientos y les abrió la puerta de la política formal. Se llamó a sí mismo “socialista democrático” y dejó de sentir que esa ideología era una losa. Y las encuestas le dan la razón: varias han mostrado que los jóvenes millennials de EEUU tienen una visión positiva del socialismo, mientras que las generaciones mayores lo ven con hostilidad. La era Trump ayudó a consolidar ese nuevo camino: tras vencer en 2016, el número de afiliados de la DSA subió a más de 25.000 y hoy rozan los 45.000, con más de 220 filiales en los 50 estados.

Es una fuerza viva que crece, por más que nadie sepa aclarar una terminología de base que en EEUU es confusa y sirve de arma arrojadiza, que suena a los tiempos de la caza de brujas. Los movimientos más a la izquierda califican hasta a Bernie de “liberal de tapadillo” y no se conforman con las pinceladas sobre los derechos de los palestinos o el Green New Deal. Fuerzas y contrafuerzas para parir “un partido del verdadero siglo XXI”, en palabras de Ocasio.