Las guerras civiles españolas

Las guerras civiles españolas

¿Fue la Guerra Civil Española la Cuarta Guerra Carlista?

Un cartel de propaganda carlista de la época de la Guerra Civil Española. Photo 12 via Getty Images

La Guerra Civil Española fue un periodo espantoso, así que imaginen cuánto horror encerraría nuestra historia si no hubiéramos sufrido una guerra civil, sino dos (o más). Y así ha sido, sin necesidad de que forcemos demasiado el lenguaje. El historiador Mark Lawrence ha publicado Las guerras civiles españolas, un estudio comparado de la Primera Guerra Carlista (1833-1840) y la Guerra Civil Española (1936-1939). ¿Podríamos rebautizar la Guerra Civil como la Cuarta Guerra Carlista? De eso trata mi entrevista con Lawrence:

ANDRÉS LOMEÑA: Le hablo más como antiguo alumno de instituto que como periodista, ya que la Guerra Civil Española se me contó en la escuela de pasada y la Primera Guerra Carlista la estudié sin el debido contexto. Agradezco profundamente su estudio comparatista, y no puedo más que preguntarme por qué el comparatismo no ha gozado de más éxito en España. Es más, ya que usted aborda la idea de las dos Españas, le pregunto si existen dos historiografías españolas, una endógena (Ángel Viñas o Santos Juliá, por ejemplo), frente a una exógena, la de hispanistas como usted o Paul Preston.

MARK LAWRENCE: Existen varios estudios comparados sobre la historia española contemporánea (los de Julián Casanova, Stanley Payne o Michael Seidman, por ejemplo). Sin embargo, el comparatismo es un método historiográfico del siglo XX muy identificado con el fundador de la escuela de los Annales, Marc Bloch. Es un método que sigue infravalorado en todos los sistemas universitarios, pero sobre todo en el español, como ha criticado muy bien el historiador Julián Casanova, por el enfoque nacional de los historiadores españoles. En cuanto a la historiografía de la Guerra Civil Española, ahora existe mucha menos diferencia entre la historiografía endógena y la exógena de la que existía hace varias décadas. Durante el franquismo era imposible ganarse la vida en España como un historiador objetivo de la Guerra Civil, así que los primeros estudios buenos estaban escritos o por extranjeros (como Gabriel Jackson o Hugh Thomas) o por españoles en el extranjero. Llegada la democracia, se fusionó una nueva generación de historiadores excelentes extranjeros (como Paul Preston) con nuevos historiadores españoles como Santos Juliá o Ángel Viñas, mientras que otros historiadores mayores, como el conservador Stanley Payne, han tenido carreras que han abarcado varios episodios clave como el tardofranquismo, la Transición y la democracia.

Actualmente, sobre todo a partir de los años noventa, gozamos de una historiografía de la Guerra Civil mucho más diversa, tanto por españoles como por el gran número de extranjeros que siguen dedicados al tema. Un problema sigue siendo la politización de muchos estudios, y no solo entre historiadores españoles. Algunos estudios siguen empeñados en reivindicar la causa de la derecha, algunos hasta la del franquismo, mientras otros solo a regañadientes toleran críticas a la República fracasada en los treinta o a ciertos revolucionarios de izquierda. Sigue habiendo tantos estudios sobre la culpabilidad de los protagonistas en la Guerra Civil que se olvida que las guerras civiles son fenómenos universales. Lo más importante es entender cómo lidiaban las clases populares con una guerra que no querían, y el grado en que la Guerra Civil Española reflejaba normas y fallos propios en lugar de las ideologías intolerantes del comunismo o el fascismo proyectadas muchas veces con un efecto distorsionador desde el resto de Europa. 

A.L.: La Guerra Civil Española se podría entender como una Cuarta Guerra Carlista. Si nos acercamos a la historia desde la longue durée, se podría interpretar que al triunfo del Gobierno español en 1839 le sucedió una derrota en 1939. Hablaríamos, por tanto, de una guerra de cien años donde se repiten el sectarismo y el maniqueísmo entre vencedores y vencidos, así como la encarnizada guerra ideológica entre liberalismo y tradicionalismo. ¿Qué acogida ha recibido su obra hasta el momento?

M.L.: Mi libro ha tenido críticas positivas de varios historiadores en Estados Unidos y Reino Unido. La traducción española ha aparecido recientemente, pero espero que también suscite el interés entre los lectores españoles. Mi libro sostiene que la “europeización” de la Guerra Civil ha sido exagerada, en parte por una reivindicación política tanto para “normalizar” la historia española como para culpar a los países todavía democráticos en los treinta, que se negaban a intervenir en España para detener la marcha del fascismo. Pero, tal y como argumento, la “norma europea” es una quimera porque no existe. Y si importa subrayar la internacionalización de la lucha de 1936-39, entonces también importa entender la internacionalización poco conocida de la guerra civil de cien años antes, teniendo en cuenta todas las semejanzas endógenas y exógenas entre las dos guerras civiles.

La guerra relámpago no le convenía a Franco, ni por razones militares ni mucho menos por razones políticas.

A.L.: Cuenta que los alemanes del bando carlista se lamentaban de la beatería de los “libertadores” al pararse a oír misa y cien años más tarde los nazis reprocharon a Franco no haber usado la táctica de la guerra relámpago. En las últimas páginas argumenta que todas estas contrariedades militares fueron algo más bien primitivo o premoderno. ¿Qué conclusiones históricas o políticas podemos extraer de ese atavismo cultural?

M.L.: Esta pregunta abarca varios temas. Primero, los españoles en ambas guerras civiles atraían a voluntarios extranjeros que creyeron saber cómo librar la guerra en tierras españolas mejor que los propios españoles. En algunos casos tenían razón (o al menos poseían el rango o la experiencia para merecer tal presunción). Pero en muchos casos los voluntarios extranjeros proyectaban sus prejuicios románticos o ideológicos. De hecho, la expedición “real” (o “libertadora”) contra Madrid del año de 1837 marchaba lentamente por razones lógicas: la diplomacia clandestina tramada a través de elementos pro-carlistas en Nápoles y hasta en Madrid, la necesidad de consolidar el apoyo en pueblos afines al carlismo en el camino y de castigar a otros con saqueos y con actos aún peores (con “violencia lógica”, según la ciencia política), y sobre todo por el problema fundamental de la logística. Cien años más tarde los nazis se quejaban de la falta de una guerra relámpago por parte de la fuerzas de Franco. Sin embargo, Franco seguía su propia lógica. Avanzaba lentamente tanto para imponer un régimen de terror en los pueblos “liberados” como para proteger su logística, y con ello la cohesión de su ejército. Dicho de otra manera, la guerra relámpago no le convenía a Franco, ni por razones militares ni mucho menos por razones políticas.

Hablando del tema de la violencia, estas no son peculiaridades españolas. La represión de la Comuna de París en 1871, en un país supuestamente más “ilustrado” que España, fue mucho más sangrienta que cualquier represión española, incluso las matanzas de Badajoz en 1936. La guerra civil inglesa (mejor conocida como la Guerras de los Tres Reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda) produjo una mortalidad comparable con las guerras civiles españolas. Por un lado, es cierto que los rebeldes carlistas, y especialmente los franquistas, recurrieron al terror premeditado, igual que (aunque generalmente en menor medida) algunos exaltados de los 1830 y los revolucionarios en su “Terror Rojo” de 1936-37. Pero por otro lado, hay que subrayar que los insurgentes rebeldes en cualquier guerra civil son más propensos a recurrir a la violencia, por razones “lógicas”, como explica el politólogo Stathis Kalyvas. Los españoles no eran casos antropológicos excepcionales, pero es cierto que la crisis de legitimidad que une las dos guerras estudiadas en mi libro hizo posible en España el fenómeno de una violencia insurgente que no hubiera sido posible en otros países políticamente más estables.

A.L.: Su explicación de la contienda me parece muy detallista porque muestra las diferencias salariales de la Guerra Civil Española, la pandemia de cólera en la Primera Guerra Carlista, los atrasos en el pago de los sueldos para entender las deserciones, etcétera. Esta visión a ras de suelo se refuerza con una visión desde el aire donde sostiene que el desarrollo histórico lo definen en buena medida quienes lucharon por los escombros del imperialismo español. Así pues, ¿necesitamos revisitar y comparar con otros territorios esa descomposición imperial?

M.L.: En mi opinión, a ras de suelo es la mejor manera de entender las guerras civiles. Es imprescindible estudiar el trasfondo ideológico para entender por qué estallan las guerras. Pero una vez estalladas las guerras, la gente se comporta según la naturaleza humana y sus necesidades. El sueldo, el temor, la solidaridad, la traición, la corrupción, todo eso resulta más importante en la vida cotidiana que los motivos ideológicos. En cuanto a los escombros del imperialismo español, es cierto que las facciones militares dominantes en ambas guerras civiles estuvieron fraguadas en las contiendas imperiales: los “ayacuchos” de la causa perdida del realismo español en América liderados por Espartero en los 1830, y los “africanistas” liderados por Franco en los 1930. Ambos grupos de veteranos aplicaban lecciones de guerra colonial dentro de España, si bien en bandos diferentes. Por lo tanto, la descomposición imperial hay que matizarla en el contexto de las guerras civiles dentro de España.

Nada más permítame una crítica amistosa: los españoles a principios del siglo XIX apenas se sentían como si vivieran en los “escombros” del imperio porque la isla económicamente clave de Cuba seguía fiel y a los americanos emancipados se los veía como “hijos independientes de la Madre España” (la independencia americana era una “asunto familiar”, como el jefe de gobierno liberal, Juan Álvarez Mendizábal, le reprochó al embajador británico en 1836). La pérdida de Cuba y demás posesiones de ultramar en 1898, sin embargo, dejó un legado más traumático a nivel cultural e intelectual, lo que contribuyó a los orígenes de la guerra de los 1930.

A.L.: En la primera parte de su libro señala que las autoridades municipales de Málaga se opusieron a homenajear al militar liberal Francisco Espoz y Mina, que ordenó fusilar a la madre del líder carlista Ramón Cabrera. Además, en los agradecimientos incluye un descargo de responsabilidades sobre el Archivo Municipal de Málaga. Como malagueño, me da curiosidad saber qué posición mantuvo mi ciudad en la Primera Guerra Carlista y qué obstáculos o problemas ha encontrado para consultar fuentes en la capital malacitana.

M.L.: Málaga tuvo un papel destacado en la primera guerra carlista. A pesar de estar ubicada cientos de kilómetros lejos de los principales frentes de la contienda, se radicalizó mucho por la presencia de bandos carlistas en la Serranía de Ronda, así como por las reformas liberales impulsadas durante la experiencia de la guerra. Málaga era uno de los principales centros del radicalismo liberal y cuna de las revoluciones de 1835 y 1836. Varios gobernadores fueron despedidos, atacados e incluso asesinados, así que las autoridades locales eran reacias a permitir manifestaciones con matices radicales como el homenaje al héroe liberal, Francisco Espoz y Mina. Estudiar Málaga durante la primera guerra carlista es estudiar el radicalismo de izquierdas, igual que estudiar los barrios populares de Madrid y Barcelona en 1936.

En cuanto al descargo de responsabilidades sobre el archivo municipal de Málaga, solo se trata de unos correos electrónicos que envié a todos los archivos que utilicé para confirmar que iba a citar sus documentos. El único archivo que no me contestó fue el de Málaga. A lo mejor escribí mal mi correo, o quizás el archivo experimentó recortes o cambios de turno. Esto no refleja en absoluto mi experiencia consultando las fuentes en ese archivo, que fue muy positiva.

En cuanto a Espartero y Franco, sí existen muchos paralelismos.

A.L.: Me ha llamado la atención su mención a La cuestión española (1837) de John Stuart Mill, cuyo texto apenas puede rastrearse en Internet en lengua española. Lo cita porque parece un alegato anticipatorio de las Brigadas Internacionales. ¿Podemos afirmar entonces que Stuart Mill influyó poderosamente en la internacionalización de la Primera Guerra Carlista?

M.L.: John Stuart Mill defendía el principio del liberalismo internacional. Creía solucionar la paradoja de cómo justificar intervenir desde el extranjero en los asuntos internos de otra nación. Según su ensayo, la nación española (es decir, la liberal y anti-carlista) tenía el derecho de solicitar y recibir ayuda militar desde el extranjero, porque los imperios autocráticos (como Rusia, Prusia y Austria) estaban aplastando el nacionalismo liberal en países como Polonia e Italia. Entonces, si bien las naciones europeas tenían que liberarse a sí mismas, también tenían el derecho de pedir ayuda desde el extranjero para desafiar las intentonas de los poderes anti-liberales.

De hecho, la Europa de Metternich nunca se atrevió a desafiar abiertamente la hegemonía de los poderes liberales (Reino Unido, Francia, Portugal) en España, al igual que en los 1930 la guerra civil en España no se convirtió en una guerra internacional abiertamente declarada. Más bien España en ambas guerras civiles era un campo de prueba de corrientes europeas proyectadas en suelo español: de liberales y reaccionarios durante los 1830, con decenas de miles de voluntarios extranjeros luchando en los dos lados, y de fascistas/conservadores y comunistas/demócratas durante la guerra de 1936-39 en cifras comparables respecto a la población española de cien años antes. Muchas veces coincidían estos extranjeros con la realidad española, y muchas veces no. Sus experiencias españolas marcaban sus vidas: algunos cartistas ingleses habían servido en la legión auxiliar británica contra los carlistas, como Alexander Somerville, quien una vez logró calmar a una multitud alborotada en Nottingham con un llamamiento para evitar la “violencia española”. Veteranos extranjeros de los dos bandos protagonizaron las revoluciones europeas de 1848 (mataron, por ejemplo, al carlista prusiano Félix Lichnowsky durante los disturbios de Frankfurt de septiembre de 1848). Así que la “última gran causa” de las brigadas internacionales de los 1930 había sido anticipada cien años antes con una “primera gran causa” de voluntarismo europeo.

Habría que subrayar que el bando que contó con más apoyo extranjero ganó la guerra en ambos casos. La España liberal o cristina triunfó en muchos aspectos gracias al apoyo militar y diplomático de Francia, Portugal y sobre todo Reino Unido, mientras que los nacionales de Franco ganaron gracias al apoyo de los herederos de la Europa autocrática, sobre todo de Italia y la Alemania nazi.

A.L.: Para terminar, ya que insinúa en su libro ciertos parecidos entre Espartero y Franco, quisiera preguntarle si se atreve a buscar otros paralelismos. ¿Con qué figura histórica del siglo XIX se podría comparar a Largo Caballero, por ejemplo?

M.L.: Es difícil establecer paralelismos porque son hombres distintos con vidas distintas, a pesar de las similitudes macro-sociales y macro-políticas entres las dos guerras. Además, la escuela historiográfica de los “Grandes Hombres” sigue suscitando poco interés entre los historiadores del siglo XXI, aunque se vislumbra cierta recuperación en las biografías, gracias a los trabajos de hispanistas como Paul Preston. A mi parecer, Largo Caballero es difícil de comparar: un hombre nacido humilde, un sindicalista pragmático que luego se radicalizó como el “Lenin Español” a sus sesenta. La norma en la historia política española (como en otros países) es que los jóvenes radicales acaban siendo viejos conservadores, y pocas veces sucede este proceso en sentido inverso. Alguien que me llama la atención es el radical aragonés, Juan Romero Alpuente, también nacido humilde, que se radicalizó durante la Guerra de la Independencia y falleció de muerte natural durante la Primera Guerra Carlista.

En cuanto a Espartero y Franco, sí existen muchos paralelismos. Los dos eran veteranos de guerra coloniales, los dos se sentían por encima de la política civil, y los dos alcanzaron una mística de salvadores nacionales en tiempos de guerra. Hasta sus políticas de represión son comparables en muchos aspectos, si bien la de Franco fue mucho más sangrienta y despiadada.

La historia comparada tiene un largo recorrido por hacer, aunque Mark Lawrence ha allanado el camino y le estoy muy agradecido por ello.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).