Le dije a mi madre que recurro a trabajadores del sexo y su respuesta cambió nuestra relación

Le dije a mi madre que recurro a trabajadores del sexo y su respuesta cambió nuestra relación

El autor y su madre.Andrew Gurza

Como hombre queer que va en silla de ruedas y le encanta el sexo y desnudarse con otros hombres, he tenido que afrontar mi salida del armario varias veces y de diversas formas.

La primera vez que revelé mi homosexualidad tenía 16 años. Por entonces, ya me resultaba complicado usar silla de ruedas y me aterrorizaba que desvelar mi sexualidad solo supusiera una carga más en mi vida como discapacitado.

Tras encontrar un término que sentía que me encajaba mejor, empecé a considerarme queer cuando tenía 27 años. Ya no me sentía cómodo utilizando el término gay. A causa de mi discapacidad, no soy musculoso; tampoco tengo pluma ni ninguno de esos rasgos que se suelen asociar culturalmente con esta palabra. Utilizar el término queer me resultaba más seguro. Significaba que no tenía que adherirme a una narrativa que recurre a ideas o imágenes que mi discapacidad no me permite cumplir.

Con 30 años, salí del armario como discapacitado queer. Fue durante mi fase de “Soy discapacitado, y si no te gusta, que te jodan”. Sabía qué pensaba la gente sobre las personas discapacitadas y el sexo y yo quería coger esas ideas erróneas, darles la vuelta y ponérmelas como medallas. Si reclamaba el uso de la palabra discapacitado y la decía yo primero, quizás el capacitismo y los prejuicios que me encuentro en mi día a día no me dolerían tanto, ¿no?

A lo largo de mi vida, he tenido que revelar mis distintas identidades a los cuidadores que me ayudan con tareas diarias como ducharme e ir al baño. Cada vez que se lo revelaba a uno de ellos, esperaba que mi sinceridad no le ofendiera, ya que dependo de su ayuda. Hubo muchas ocasiones en las que les oculté quién era para no perder sus cuidados.

También he tenido que salir del armario delante de miembros de la comunidad de discapacitados. Para mi gran sorpresa, con ellos a menudo me ha resultado aún más difícil. Me han llegado a decir que solo necesitaba una mujer sin discapacidades en mi vida y así todo se solucionaría. Cada una de estas salidas del armario ha moldeado en gran medida mi identidad como discapacitado queer, pero creo que mi experiencia más reciente ha sido la más poderosa y la que más me ha transformado en mi trayecto: le confesé a mi madre que contrato a trabajadores del sexo.

Estaba harto de que me preguntaran si me funcionaban los genitales y me dijeran que parezco retrasado y que nadie me va a querer.

Tomé la decisión de recurrir a trabajadores del sexo hace casi dos años. Estaba harto del capacitismo con el que me estaba topando cuando trataba de encontrar pareja. Harto de que me preguntaran si me funcionaban los genitales y me dijeran que soy “demasiado mono para ser discapacitado” o que parezco retrasado y que nadie me va a querer. El dolor que me provocaban estos mensajes estaban surtiendo un efecto devastador en mi autoestima y no sabía qué hacer al respecto. Me cabreaba no poder usar mi cuerpo como me gustaría y me dolía que los demás hombres queer no me consideraran sexualmente viable.

Un día, visité una página web de escorts varones homosexuales y eché un vistazo. No tenía ni idea de lo que hacía, pero sabía que necesitaba probar algo distinto.

Contacté con unos cuantos de los hombres de la página web y les pregunté si alguna vez se habían acostado con un cliente discapacitado. Algunos respondieron que sí y muchos otros que no. Al final encontré a un escort que me encantaba. Tenía el pelo marrón, los ojos azules y el pecho poblado de pelo (mi debilidad). Contacté con él y le dije que me gustaría fijar una sesión. Él accedió y nos empezamos a ver con regularidad.

Nuestra primera sesión estuvo marcada por el nerviosismo, ya que tuvimos que aprender a manejarnos con mi discapacidad. Él no quería hacerme daño y me dijo después que le preocupaba no haber cumplido mis expectativas. Yo me esforzaba por facilitarle lo máximo posible todo lo relativo a mi discapacidad (echarme en la cama, colocarme en un columpio especial, indicarle cómo moverme, etc.). Recuerdo que pasé esa primera noche con miedo de que me dijera que no podía hacerlo y que se marchara, como habían hecho tantos antes que él.

Pero se quedó y nos hemos ajustado el uno al otro. Compartimos nuestros cuerpos, nuestras vulnerabilidades y muchas risas. Hemos creado una confianza que no tengo con ninguna otra persona y eso no lo cambiaría por nada. Él me ha ayudado a conectar mi identidad queer con mi discapacidad de modos que no podría describir, y por ello le doy las gracias.

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A medida que mi aventura en este nuevo mundo se desarrollaba, le ocultaba mis experiencias a mi madre y eso me mataba. Ella me ha visto (a mí y a mi cuerpo) en mis mejores y mis peores momentos y siempre hemos sido muy abiertos y sinceros el uno con el otro en todo. Sin embargo, no era capaz de admitir que había estado contratando a un escort. Parte de mí sentía una enorme vergüenza y no quería que mi madre la sintiera también. Tampoco quería que se preocupara de que su hijo, un hombre físicamente vulnerable, había tomado un camino oscuro, y tampoco quería que se preguntara qué podía significar esta decisión para mí y para mi futuro. Así las cosas, no le conté lo que había estado haciendo (felizmente)... hasta hace un par de semanas.

Era martes por la noche y mi madre y yo estábamos en medio de una de nuestras conversaciones telefónicas diarias. No recuerdo de qué estábamos hablando (era un tema irrelevante) y, de repente, me atreví y solté: "¿Sabes una cosa, mamá? Recurro a trabajadores del sexo".

Me daba un miedo terrible su respuesta. Recuerdo que jadeé sonoramente tras decirlo. Mi madre estuvo unos 10 segundos sin decir nada y yo ya me imaginaba los peores escenarios posibles. Se iba a enfadar. Me iba a denunciar. Se avergonzaría de mí. Tras esa breve pausa (que a mí me parecieron 100 años), me dijo algo que jamás olvidaré: “Me parece estupendo”.

Sentí un gran alivio al instante. Respiré hondo. Cuando me asusto, me emociono o siento cualquier emoción fuerte, se me tensan los músculos (Gracias, parálisis cerebral). En ese momento, mis músculos se relajaron de inmediato y me arrellané en mi silla de ruedas. De repente me sentí más libre de lo que jamás recuerdo haber estado. Podía ser yo mismo con mi madre: un hombre queer que utiliza silla de ruedas y que contrata a trabajadores sexuales para satisfacer sus necesidades.

Mis músculos se relajaron de inmediato. De repente me sentí más libre de lo que jamás recuerdo haber estado. Podía ser yo mismo con mi madre.

Contarle a mi madre esta parte de mi vida me ha ayudado a aceptar y celebrar la autonomía que tengo sobre mi cuerpo, mi tiempo y mi dinero, y me ha permitido cambiar la forma en que concibo la intimidad, el sexo y el amor.

Uno de los comentarios que me hizo mi madre después de nuestra conversación fue: “Andrew, el sexo no es algo malo”.

Es un comentario muy simple, pero es muy poderoso cuando te lo dice una persona a la que respetas, amas y quieres que se sienta orgullosa de ti. También me dijo: “Se puede practicar sexo a secas, no tiene por qué haber amor”. Como gran parte de la narrativa del sexo y la discapacidad se relaciona con el amor (y con encontrar a alguien que te quiera “más allá de tu discapacidad”), me parece genial su afirmación y el apoyo que me ha brindado por ser un descapacitado queer con una actividad puramente sexual con quien quiera y cuando quiera.

Y lo más importante: creo que confesarle a mi madre que contrato trabajadores sexuales ha fortalecido nuestra relación. Ahora creo que de verdad puedo compartir con ella cada parte de mi vida como queer discapacitado y eso lo significa todo para mí.  Es más: ahora podemos construir una relación más sólida como dos individuos, sin limitarnos a representar nuestro papel de madre e hijo.

Salir del armario nunca es sencillo. Siempre está presente la amenaza de sentirte rechazado y dolido, y si además eres discapacitado, puedes perder mucho más. Sin embargo, cuanto más contemos nuestra historia y más compartamos las experiencias que vivimos (y los motivos por los que hemos tomado ciertas decisiones) más barreras derribaremos entre la gente que queremos el resto del mundo..

Por desgracia, en 2019, contratar a trabajadores del sexo aún está muy estigmatizado en nuestra sociedad, aunque no debería. Lo que sucede entre dos adultos que dan su consentimiento debería ser asunto suyo y solo suyo. Como discapacitado queer con un apetito sexual sano, me permite utilizar mi cuerpo y mi sexualidad de un modo que me hace sentirme poderoso, atractivo y, sobre todo, todo aquello que no se suele asociar a mi discapacidad.

Tengo la suerte de tener una madre que me acepta enteramente. Sé que no todo el mundo es tan afortunado como yo en ese aspecto, pero quizás, solo quizás, al compartir mi historia y revelar quién soy, le insuflaré a alguien el valor para hablar con sus seres queridos y abrirse más.

Yo fui capaz de hacerlo y doy fe de merece la pena.

Andrew Gurza trabaja de asesor para concienciar a la gente sobre las discapacidades y es creador de contenido para personas con discapacidades. Su trabajo ha aparecido en medios como el Daily Xtra, Gay Times UK, HuffPost, The Advocate, Everyday Feminism, Mashable, Out.com y otros. Presenta el podcast DisabilityAfterDark: The Podcast Shining a Bright Light on Sex and Disability, disponible en todas las plataformas de podcasts. Puedes seguirlo en @disaftdarkpod. También es el creador del hashtag viral #DisabledPeopleAreHot. Descubre más sobre Andrew en www.andrewgurza.com o a través de Twitter e Instagram:@theandrewgurza.

Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.