Leer literatura en el fin del mundo

Leer literatura en el fin del mundo

Durante la pandemia, se hace más urgente que nunca la literatura. Los libros son bóvedas que guardan el inconsciente colectivo y la historia.

Young woman reading book in apartment window during COVID-19 isolationKlaus Vedfelt via Getty Images

Llamadas de auxilio han emergido de diferentes partes de la cadena del libro. Las ferias se han cancelado, los eventos literarios presenciales dejaron de programarse y muchas librerías cerraron. Algunas se mantienen a flote con dificultad, ofreciendo envíos a compradores potenciales escépticos, que no quieren arriesgarse al contagio. En muchos lugares se han iniciado campañas de crowfunding para salvar a los actores de esta industria. Esto, por supuesto, reaviva la discusión sobre la importancia de los libros. 

¿Por qué consumir literatura en medio de la pandemia?, ¿de qué sirve? Escribir y leer parecen actos superfluos, sin sentido, en un mundo que reclama cuidados médicos y el compromiso de políticos, empresarios y todos aquellos vinculados con la cadena de alimentos. La literatura, entonces, toma la apariencia de un accesorio inútil, un jarrón antiguo adornando una sala vacía. De este modo, se regresa a la pregunta del “para qué”.

Mientras intento elaborar una respuesta viene a mi mente La continuidad de los parques de Julio Cortázar, un relato corto, popular hasta el cliché, que ilustra de manera maravillosa la facultad profética y cosmogónica de la literatura: un hombre lee en un libro su trágico destino. 

A pesar de su poca longitud, el relato de Cortázar es un mundo con sus propias reglas: hay un principio, un desarrollo y una finalidad. No entendido esto en el sentido estructural clásico. Hay que ver el relato como un ecosistema con su propio origen y un destino particular.

Durante la pandemia, se hace más urgente que nunca la literatura. Los libros son bóvedas que guardan el inconsciente colectivo y la historia.

Quizá sea este “cliché” de seiscientas palabras más revelador de lo que a primera vista parece. No se trata solo de un juego del autor, una vuelta de tuerca para sorprender al lector ubicándolo en el interior de la trama y mostrando las posibilidades de la literatura; sino una declaración sobre su poder: leer no solo es imaginar, también es adentrarnos en un reflejo de la realidad que habitamos y sus posibilidades.

Lo mismo que ha hecho el personaje del cuento de Cortázar, lo he hecho yo al leer La peste de Albert Camus o Ensayo sobre la ceguera de José Saramago: revisitar el mundo donde habito.

Por eso, durante la pandemia, se hace más urgente que nunca la literatura. Los libros son bóvedas que guardan el inconsciente colectivo y la historia. Basta con leer Guerra y paz de Tolstoi para contemplar las penurias y anhelos durante la guerra, escuchar el corazón de la mujer que ama a su padre y, no obstante, encuentra en su muerte un aire liberador; recorrer las páginas de El castillo de Kafka permite dar un vistazo a las estructuras burocráticas y su sinsentido; Un mundo feliz, de Aldous Huxley, retrata un futuro bajo el control tecnológico y la vigilancia.

El mundo en el que se transita, con sus bellezas y miserias, se encuentra en la literatura, y leer es recorrer el camino propio y el de otros, atestiguar descubrimientos, reflejar misterios. Es posible creer que se están terminando las distopías y queda la realidad. Pero la literatura siempre ha mostrado lo real. Leer es frotar una bola de cristal.

¿Los libros son objetos de primera necesidad? No me veo sirviendo 'Guerra y paz' en el centro de la mesa para comer sus mil trescientas páginas.

Por estos días muchas editoriales han regalado libros de sus catálogos para apoyar el confinamiento: Anagrama, Acantilado, Planeta, para nombrar algunas; otras han elaborado antologías para descarga gratuita; viene a mi mente Historias para animales escondidos, editada por la editorial hispano-canadiense Lugar Común y que puede descargarse en este enlace.

De este modo surge otra pregunta: ¿los libros son objetos de primera necesidad? No me veo sirviendo Guerra y paz en el centro de la mesa para comer sus mil trescientas páginas. Sin embargo, tampoco me imagino una vida sin ese espejo maravilloso, sin la posibilidad de frotar la bola de cristal que da cuenta de mi pasado, mi presente y mi futuro. La vida sin literatura sería más pobre. Me perdería de la riqueza ofrecida por ese ecosistema que retrata la humanidad, su destino y sus posibilidades. Leer es contemplar esta época, entender sus miedos, esperanzas y anhelos; abrir y cerrar muchas ventanas hacia el fin del mundo.