¿Cómo se van a comportar cuando se encuentren el virus de la gripe y el coronavirus?

¿Cómo se van a comportar cuando se encuentren el virus de la gripe y el coronavirus?

Debemos evitar en la medida de lo posible la infección por ambos virus vacunándonos frente a la gripe.

Reflejo en un cristal de una pareja de personas mayores paseando por Madrid. Sergio Perez / Reuters

El otoño es la estación en la que los árboles caducifolios pierden el follaje, se desprenden de su abrigo veraniego y renuevan su vestuario, al tiempo que los campos se tiñen de un precioso color rojizo amarillento o amarronado. 

Es un proceso biológico programado que llega todos los años con una puntualidad meridiana, a la que los griegos, con esa precisión lingüística que les caracteriza, llamaron apoptosis

Este vocablo lo podríamos traducir por desprendimiento de los pétalos de las flores o de las hojas de los árboles. ¡Qué preciosidad!

El término no tardó en traspasar la frágil línea de la ciencia y, allá por el siglo V a. de C, Hipócrates lo utilizó por vez primera para referirse al proceso lento pero inexorable que acompaña a la gangrena, en la cual se desgajan elementos óseos.

Más próximo a nosotros en la línea del tiempo, concretamente en el año 1982, un biólogo estadounidense –Howard R Horvitz– descubrió que en un gusano terrestre, el Caenohabditis elegans, sus células agonizaban de forma programada. Un reloj interno establecía el momento exacto en el cual se producía el cese de las funciones celulares.

Si las temperaturas descienden por debajo de los cinco grados centígrados y la humedad es inferior al veinte por ciento es cuando se produce el mayor número de contagios.

De alguna forma, el código genético del gusano fijaba la fecha de caducidad celular, al igual que la caída de las hojas se produce siempre en la misma estación. Por ese motivo, Horvitz denominó a este proceso biológico apoptosis, la muerte celular programada.

Otra de las citas otoñales que nunca falta es la que tenemos los homo sapiens con el virus de la gripe. Este binomio temporal se debe a que cuando la humedad absoluta es baja, las partículas que segregamos, en forma de tos y estornudos, y que portan a los virus, son más ligeras y permanecen más tiempo en el aire, favoreciendo el contagio.

Los científicos han establecido que si las temperaturas descienden por debajo de los cinco grados centígrados y la humedad es inferior al veinte por ciento es cuando se produce el mayor número de contagios. Por el contrario, si la humedad está por encima del ochenta por ciento los contagios descienden drásticamente. En definitiva, el contagio del virus de la gripe no depende tanto del frío como de la humedad.

Este otoño va a ser especial, el virus influenzae va a tener que compartir su espacio biológico con un invitado, el coronavirus, ese conjunto de malas noticias encerrado en una envoltura de proteínas. Ahora bien, ¿cómo se van a comportarán cuando se encuentren?

En definitiva, el contagio del virus de la gripe no depende tanto del frío como de la humedad.

Un estudio realizado en el Reino Unido durante el mes de mayo –en plena primera oleada de la COVID-19- sugiere que en aquellos pacientes que se coinfectaron de la gripe y del SARS-COV-2 tuvieron casi el doble de mortalidad en relación con los que sólo contrajeron el coronavirus.

Esta situación de coinfección fue especialmente grave en los grupos considerados de riesgo, como son las personas mayores, aquellas que tienen enfermedades crónicas (cardiacas, renales o pulmonares) y los niños muy pequeños.

Para prevenir estas posibles complicaciones debemos evitar en la medida de lo posible la infección por ambos virus vacunándonos frente a la gripe. Intentemos, con el amparo de la ciencia, obtener los mejores resultados posibles en las peores circunstancias.

Actuemos con sentido común y sigamos las recomendaciones sanitarias, para que podamos seguir disfrutando, año tras año, del regalo que nos brinda la naturaleza con su apoptosis otoñal, una especie de obsolescencia biológica programada.