Lo que debemos a los españoles de Mauthausen y nunca habría que olvidar

Lo que debemos a los españoles de Mauthausen y nunca habría que olvidar

Se calcula que 9.300 fueron deportados a los campos de concentración, de los que 5.500 fueron exterminados. Por antifascistas. Por la libertad

Los presos de Mauthausen dan la bienvenida a las tropas de EEUU, el 6 de mayo de 1945, con una pancarta escrita en español. Historical via Getty Images

Ha muerto el cordobés Juan Romero, el último superviviente español del campo nazi de Mauthausen (Austria). Se ha ido reconocido, al fin, por las autoridades españolas, tras dedicar su vida a explicar al mundo lo que allí pasó. Para que nadie olvide. Para que nadie diga “no sabía”. Y, sobre todo, para que nadie, nunca, haga con el prójimo algo han infame como lo que hicieron con él y con sus compañeros.

¿Pero qué pasó en ese campo? ¿Por qué había españoles allí? ¿Por qué es vital que no olvidemos nunca, ahora que no queda quien vio el horror con sus propios ojos y lo contaba en nuestro propio idioma?

“Concentración”, sinónimo de “horror”

Mauthausen-Gusen fue un conjunto de campos de concentración levantados por los nazis, a las órdenes de Adolf Hitler, en Austria, en el llamado imperio alemán. El complejo, a unos 150 kilómetros al oeste de Viena, acabó siendo uno de los más grandes de Europa, destinado a la creación de mano de obra esclava. Los primeros presos llegaron en agosto de 1938 y el campo cerró en mayo de 1945, tras la liberación por parte de tropas de EEUU.

Unas 190.000 personas fueron deportadas allí en ese tiempo, según los gestores del memorial que hoy recuerda lo que pasó. Entre ellos, más de 7.500 españoles, de los que 4.800 se dejaron la vida. En su inmensa mayoría, eran excombatientes republicanos huidos a Francia tras el fin de la Guerra Civil.

Mauthausen-Gusen fue clasificado en su momento como el único campo de la “Categoría III”, lo que conllevaba las condiciones de detención más severas entre los campos de concentración nacionalsocialistas. “La aniquilación a través del trabajo”, decían los nazis. En ese tiempo, la mortalidad fue una de las más altas entre los campos de concentración del III Reich.

Los sometidos tuvieron, primero, que construir el propio campo y, luego, fueron explotados para obtener materiales de construcción y como mano de obra para la industria bélica, en factorías anexas. Las jornadas laborales eran, al menos, de 11 horas. En el último año, ante el cierre de otros campos, el hacinamiento y el hambre fueron una plaga.

Un sufrimiento europeo

Entre los deportados a Mauthausen, la mayoría procedía de Polonia, seguidos por los ciudadanos soviéticos y los húngaros. Pero también fueron presos grandes grupos de alemanes y austriacos, franceses, italianos, yugoslavos... y españoles. En conjunto, la dirección de las terribles SS registró a hombres, mujeres y niños de más de 40 naciones. Los presos judíos llegaron en su mayoría de Polonia y Hungría a partir de mayo de 1944; sus posibilidades de sobrevivir fueron las más bajas.

Miles de presos, en un número difícil de concretar, fueron muertos a golpes o abatidos a tiros cuando ya dejaron de ser útiles, o asesinados mediante inyecciones o dejados tirados en el campo, para morir por congelación. Al menos 10.200 presos del campo de concentración fueron asesinados mediante gas letal en la cámara de gas del campo central, en el campo de Gusen, en el centro de ejecución del castillo de Hartheim o en un vehículo adaptado para ello, que realizaba el trayecto entre Mauthausen y Gusen, mientras se liberaba monóxido de carbono. Una ruta sin retorno.

La mayoría de los presos murió como consecuencia de su explotación como mano de obra, llevada a cabo sin ningún escrúpulo y acompañada de malos tratos, así como unas raciones alimentarias insuficientes, una vestimenta deficiente y la carencia de atención médica. En total, perdieron la vida al menos 90.000 presos en Mauthausen, Gusen y sus subcampos (hasta 40 complejos en total), cerca de la mitad de ellos en los últimos cuatro meses que precedieron a la liberación. Por tan poco...

“Yo veía a toda la gente que entraba en las cámaras de gas. Algunos pasaban primero por el campo de concentración, pero otros les llevaban a las duchas directamente desde el tren”, recordaba Romero a la Agencia EFE en su casa en Aÿ-Champagne, Francia, en una de sus últimas entrevistas. Rememoró uno de los momentos que se le quedó clavado de su paso por Mauthausen: una niña cuya mirada inocente llevó consigo hasta su muerte este sábado. “Me sonrió, la pobre, no sabía dónde iba. Yo tenía ganas de abrazarla, de besarla, pero sabía que si lo hacía, yo iba con ella a la cámara de gas. Eran criminales. Ese recuerdo me ha perseguido toda la vida”, contaba Romero.

  Supervivientes del campo de Mauthausen, en mayo de 2000, conmemorando la liberación del campo.ASSOCIATED PRESS

La presencia española

Se calcula que 9.300 españoles y españolas fueron deportados en total a los campos de concentración, de los que 5.500 fueron exterminados allí mismo. Los primeros españoles que llegaron a Mauthausen lo hicieron en 1940, republicanos, luchadores en favor del Gobierno legal de España cuando se produjo el golpe de 1936. Meses después, a ellos se les sumarían los que habían luchado con uniforme francés contra los nazis. Los últimos en sumarse a ese grupo fueron los detenidos a partir de 1943 por participar en la resistencia francesa, y que fueron capturados junto a miles de galos.

En agosto del pasado año, el Boletín Oficial del Estado (BOE), en un gesto de reconocimiento y justicia, publicó los nombres de 4.427 españoles, más sus datos personales, como lugares de nacimiento y fechas de defunción, que permitían unir los crímenes nazis con las miles de historias personales de estos españoles republicanos. Se calcula que puede haber unos 300 más sin identificar.

La Ley de Memoria Histórica de 2007 contemplaba un apartado para reparación de las víctimas del nazismo y una parte era, justo, añadir como fallecidas a estas personas en el Registro Civil Central. Muchas estaban en los libros de Historia, pero no en el registro de su propio país. “Siempre estaremos en deuda con los antifascistas españoles”, enfatizó este verano la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo (PSOE), cuando anunció el nuevo proyecto de ley de memoria democrática, que al fin se llevó al Consejo de Ministros dos semanas atrás.

Calvo, precisamente, encabezó el homenaje a Romero, un acto en el que le dijo: “Tu vida es de las pocas que tienen pleno sentido. Has tenido el valor de saber cuál era tu lugar en el mundo y con eso nos has ofrecido a los demás un reguero de horizonte y de orientación importantísimo. Eres un ejemplo admirable para muchos españoles que hoy nos miramos en ti”. Por eso no hay que olvidar a los Romero que fueron y ya no son.

En los últimos años, su legado de lucha contra el fascismo, en España y en Europa, ha quedado reflejado en justos éxitos culturales, como los libros de Carlos Hernández (Los últimos españoles de Mauthausen: La historia de nuestros deportados, sus verdugos y sus cómplices) o la película El fotógrafo de Mauthausen, protagonizada por Mario Casas.