Lo que está ocurriendo es surrealista...

Lo que está ocurriendo es surrealista...

Como si estuviéramos viviendo la realidad irracional de una intensa pesadilla que no tiene fin...

Panicked woman wearing a face mask against covid-19, she is scared and stresseddemaerre via Getty Images

La crisis de la pandemia Covid-19 ha cambiado la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, ha transformado valores y ha significado una percepción surrealista del tiempo y el espacio. ¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que lo que está ocurriendo es surrealista? ¿Cuántas veces hemos pensado que estamos viviendo una pesadilla? Muchas veces. También durante el confinamiento lo hemos oído decir a nuestros amigos y familiares, conversando con ellos por el móvil y el Skype. Incluso en los múltiples mensajes que nos enviamos por WhatsApp. 

Lo hemos pensado en el súper o en el colmado, no en la caja para pagar, con una mampara de metacrilato o de cristal interponiéndose entre el cajero o la cajera y nosotros, sino en la calle haciendo cola, dispuestos cuidadosamente a dos metros de distancia de los otros compradores. Por no hablar de la nueva prenda de vestir que hace furor: la mascarilla y sus más variopintas maneras de usarla; en algunos la vemos colgada en el cuello como un collar,  en otros  en la oreja como un pendiente, y todos mientras conversan con entusiasmo cara a cara. Sin ir más lejos, el otro día vi horrorizada cómo el comprador que me precedía en la cola de la panadería se colocaba la mascarilla a modo y manera de visera para pedir dos barras de pan a la vendedora. Absolutamente surrealista, pensé.

Que lo que está ocurriendo es surrealista se lo han dicho a sí mismo los abuelos cuando solo podían enviar desde lejos abrazos y besos a sus nietos. O cuando las personas mayores, abuelos y no abuelos, son tratadas públicamente con condescendencia por los medios de comunicación y por los políticos con lo que esta actitud conlleva de menosprecio y agravio a la autoestima, sobre todo para aquellas que no son ni físicamente ni mentalmente dependientes. Sí, esto también es surrealista. Y hemos vuelto a decirlo al saber, directamente o a través de los medios de comunicación, que los hospitales estaban colapsados con pacientes infectados del coronavirus, muchos de ellos muriéndose por los pasillos sin ni tan siquiera poder despedirse de sus seres queridos. O cuando nosotros mismos hemos llorado la muerte de un familiar o de un amigo infectado. Tal vez también, cuando nos hemos enterado de que en el lapso de tan sólo unas pocas semanas el paro en España aumentó en 302.265 personas respecto al mes de febrero, a medida que la industria, los comercios, los restaurantes, los bares, los hoteles, los hostales, los campings... iban cayendo uno tras otro como fichas de dominó. Tal vez cuando no pudimos tener en el momento que queríamos papel higiénico y cervezas, entre otras muchas cosas. Y es que, ni lo uno ni lo otro, no crece en los árboles ni tampoco sale de debajo de las piedras. Esto es surrealista, nos hemos dicho una y otra vez. Como si estuviéramos viviendo la realidad irracional de una intensa pesadilla que no tiene fin.

Nos hemos visto obligados a abandonar nuestras rutinas diarias, la forma en que organizamos la información y nuestro tiempo, y sin rutinas nos sentimos realmente perdidos.

El surrealismo, lo surreal, no es un ámbito de estudio oficial de la psicología. Aunque los surrealistas se inspiraron en las teorías del psicólogo Sigmund Freud sobre la interpretación de los sueños, el surrealismo se estudia como un movimiento literario y artístico: Dalí, en la pintura, Kafka, en la literatura, Buñuel, en el cine... etc. Los surrealistas, guiados por la irracionalidad de los sueños, trascienden todo lo real. Hay muchas y buenas razones psicológicas por las que nos sentimos como si estuviéramos viviendo dentro de una burbuja surrealista. El hecho es que nunca antes hemos estado en una situación similar y esto es lo que hace que experimentemos un sentimiento extraño de desorientación. Desorientados en el tiempo y en nuestro espacio cotidiano.

Imaginaros un cuadro abstracto muy grande colgado en un museo; la gran mayoría de personas intentarán ver algo, darle sentido, proveerlo de un significado cognoscible: ”¡Ah, ya veo, es una montaña!”. No todas las personas tienen la misma tolerancia a la ambigüedad; mejor dicho, en general se la tolera mal, y esa pintura abstracta del museo les hará sentir incómodas si no son capaces de encuadrarla en un esquema cognitivo. Al fin y al cabo, los humanos estamos programados para buscar patrones y esquemas, y así movernos mentalmente con soltura entre el caos. La complejidad del caos nos desasosiega; de modo que parcelar la realidad que nos rodea, estigmatizarla, reducirla a esquemas comprensibles, nos hace sentir bien. ¿Qué nos está pasando con la crisis del Covid-19? Pues que muchos de los esquemas en los que nos apuntalamos en nuestro discurrir diario se han hecho añicos de golpe. Se han borrado en un tiempo récord. El mundo se ha trastornado. Nos hemos visto obligados a abandonar nuestras rutinas diarias, la forma en que organizamos la información y nuestro tiempo, y sin rutinas nos sentimos realmente perdidos. Levantarnos temprano para ir al trabajo, vestirnos, desayunar, llevar a los niños a la escuela, salir con los amigos, ir al cine o al teatro... todo son rutinas muy cotidianas, sin duda, pero que nos mantienen en armonía con nosotros mismos, en equilibrio, sobre todo a los pequeños. Tampoco hemos podido planificar nuestro veraneo ni el viaje que quizás teníamos pensado realizar. Y los familiares que tienen que hacer un vuelo transoceánico para poder pasar las vacaciones con nosotros no podrán hacerlo y no sabemos cuándo estaremos todos juntos.

Efectivamente, las rutinas constituyen el andamio de la vida y si no podemos seguirlas nos quedamos como desconcertados, con la mente confundida.

Es como si no hubiera futuro. Como si el tiempo se hubiera detenido en el presente. En un presente eterno. No podemos planificar nada; ni pensar en el porvenir más inmediato, mutilados como estamos para planear qué haremos dentro de tres o seis meses, o incluso mañana mismo.  Nos hemos sentido, y seguimos sintiéndonos, completamente inmersos en otro mundo. Apartados de nuestras costumbres y rutinas, de las cosas que nos son familiares, perdemos la noción de nosotros mismos, nuestra identidad se desvanece. Efectivamente, las rutinas constituyen el andamio de la vida y si no podemos seguirlas nos quedamos como desconcertados, con la mente confundida.  Lo que digo ha sido aún más cierto en las personas que viven solas y aisladas ya que su soledad y aislamiento se ha multiplicado. Por no extenderme en el hecho de que las relaciones abusivas han resurgido y empeorado. En que el consumo de alcohol ha aumentado, y que la violencia por razón de género y el abuso infantil se han agudizado. Por si fuera poco se ha disparado la adicción a los videojuegos.

El tiempo se ha detenido. E ignoramos cuándo se decidirá a continuar. Se ha congelado. Como el reloj de Dalí, todo se derrite, todo flota, todo está en el aire y esto genera angustia. Y es que lo que hemos vivido y estamos viviendo es surrealista. Tardaremos en acostumbrarnos a las nuevas rutinas que nos esperan. Depende de nosotros que estas tomen un camino u otro.