Los 'client savants', los filántropos y los descubrimientos que cambian el mundo

Los 'client savants', los filántropos y los descubrimientos que cambian el mundo

Uno de los mayores descubrimientos de la humanidad, y sin duda, el que más impacto ha tenido en diseñar el mundo tal y como hoy lo conocemos, sucedió gracias a un importante papel de la filantropía. Desde un punto de vista histórico, la investigación científica se ha podido desarrollar gracias al patrocinio.

En la lápida del Monasterio de la Rábida (Huelva) bajo la cual está sepultado Martín Alonso Pinzón, uno de los navegantes que acompañó a Cristobal Colón en su primer viaje de descubrimiento al Nuevo Mundo, también está grabado el nombre de un vecino de la villa de Palos de la Frontera, Diego Prieto de Moguer. Al visitante ocasional le surge de inmediato la duda, ¿qué hizo Diego Prieto para tener semejante distinción?

Diego Prieto fue uno de los mecenas que posibilitaron el viaje de Colón. En concreto, proporcionó y equipó las dos embarcaciones, La Pinta y La Niña, que acompañarían, haciendo la función de naves nodriza, a la nao en la que viajaba Colón, la Santa María. Podríamos decir, por tanto, que uno de los mayores descubrimientos de la humanidad, y sin duda, el que más impacto ha tenido en diseñar el mundo tal y como hoy lo conocemos, sucedió gracias a un importante papel de la filantropía. Una filantropía un tanto sui generis, ya que los Reyes Católicos, que apoyaban la aventura del viaje de Colón, instaron a Diego Prieto y otros vecinos potentados de Palos de la Frontera a equipar las carabelas como pago a unos "deservicios" previos, cuya naturaleza desconozco. Sea como fuere, el capital de Diego Prieto contribuyó a financiar el viaje de Colón y, por lo tanto, el descubrimiento del Nuevo Mundo.

El viaje de Colón y el descubrimiento del continente americano es un ejemplo clásico de innovación. En este caso, se trataba de testar un proceso innovador (una nueva ruta por mar a las Indias), basado en un descubrimiento científico fundamental: la Tierra es redonda. Como cualquier otro proceso innovador, si tenía éxito, contribuiría a aumentar la competitividad de los que lo financiaban, en este caso, de la recién creada nación española. Y así fue.

Galileo Galilei, uno de científicos que contribuyeron a demostrar el heliocentrismo, es decir, que el Sol está en el centro y los planetas giran a su alrededor (y no al revés, como se creía con anterioridad), también contó con apoyo filantrópico, en este caso, de un banquero florentino, Cosimo de'Medici. Cosimo de'Medici identificó la importancia del conocimiento fundamental y la importancia de individuos como Galileo, a quien tenía residiendo dentro de su propia corte. Los Medici, ya en el Renacimiento, representan uno de los primeros ejemplos de patrocinio y mecenazgo científico. Fue también en el Renacimiento, y a raiz de la fructífera relación entre científicos y filántropos, cuando se acuñó el termino client-savant para denominar a los científicos.

De hecho, desde un punto de vista histórico, podemos afirmar que la investigación científica se ha podido desarrollar gracias al patrocinio. En EEUU, no fue hasta 1800 cuando se desarrolló otra manera de financiar la ciencia. También fue en EEUU donde la necesidad de estabilizar los presupuestos de investigación llevó al desarrollo del endowment, en 1880. Ya en el siglo XX, aparecieron las primeras instituciones filantrópicas para financiar la ciencia, que estaban gestionadas profesionalmente. Así, surgió el Instituto Carnegie de Washington, con un endowment de 22 millones de dólares, que financiaba a aquellos "individuos excepcionales" (los client-savant del Renacimiento).

Hoy en día, la filantropía sigue teniendo un papel fundamental en la competitividad de países como EEUU, donde se canaliza fundamentalmente a través de la financiación de la actividad científica. A modo de ejemplo, en EEUU la filantropía supone un 30% de los fondos anuales destinados a investigación de las universidades más prestigiosas. Y este altísimo porcentaje va en aumento. De hecho, en el periodo 2005-2010, la financiación anual del Gobierno de EEUU a las universidades creció menos del 1%, mientras que la procedente de filantropía lo hizo hasta un 5%.

Pero prestemos más atención a la naturaleza de la filantropía en EEUU. En EEUU, la filantropía procede fundamentalmente de fundaciones y donaciones particulares. Las razones que mueven al filántropo a donar son diversas, dos ejemplos dan una idea de esta situación:

El cofundador de Microsoft, Paul Allen, decidió apostar por el desarrollo de un proyecto de más de cien millones de dólares para explorar la existencia de vida inteligente en otro planeta. Un proyecto de ciencia básica con mucha dificultad para atraer financiación pública y/o apoyo de la industria. Por el contrario, un exalumno del MIT, David H. Koch, decidió apostar por la creación de un nuevo centro de investigación traslacional del cáncer, que a su vez atrajo gran cantidad de financiación externa (Howard Hughes, National Institute of Health, etc).

Así, en ocasiones la filantropía apuesta por financiar proyectos que ya reciben financiación de otras fuentes, con lo que se refuerza en gran medida la capacidad global de una institución, permitiendo el desarrollo de proyectos arriesgados en un entorno competitivo. En otros casos, algunos patronos deciden financiar a aquellos investigadores que todavía no han conseguido fondos competitivos de otro origen. Por lo tanto, la filantropía no solo tiene el potencial de determinar la capacidad y grado de desarrollo científico y tecnológico de un país, sino que además puede cubrir los espacios que quedan sin financiar por fondos públicos o privados.

Los beneficios fiscales que existen en EEUU, unido a una cultura muy arraigada de mecenazgo, hacen de aquel país un referente mundial en filantropía. Esto contrasta muy marcadamente con la situación de nuestro país, donde la filantropía supone un pequeñísimo porcentaje de la financiación de la investigación científica. Y esto lo debemos de ver como un hándicap de nuestro sistema de I+D+i, especialmente en momentos de crisis económica como el actual, ya que somete a la ciencia y a los científicos a los vaivenes económicos de un país.

La futura Ley de Mecenazgo, que necesariamente ha de ver la ciencia como parte indisoluble de la cultura, además de motor de crecimiento económico y mejoras sociales, sin duda puede ayudar a mejorar esta carencia.

No puedo terminar sin agradecer a las instituciones privadas que financian una parte importante de la Investigación que realizamos en el CNIO: Fundación BBVA, AXA Research Fund, Fundación Banco Santander, Fundación Jesús Serra Catalana Occidente o Avon, entre otras; así como a las organizaciones consagradas a la lucha contra el cáncer que confían en nostros, como Fundación Seve Ballesteros, Fundación CRIS Contra el Cancer o Fundación Científica de la AECC, por citar algunos entre los más importantes. Sin su apoyo, hubiese sido imposible acometer algunos de los proyectos que estamos desarrollando para el futuro beneficio de todos. Hoy más que nunca, su ayuda es vital para que la ciencia española siga estando entre las mejores del mundo.

MOSTRAR BIOGRAFíA

María A. Blasco realizó su tesis doctoral en el Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa” (CSIC-UAM; Madrid) bajo la supervisión de Margarita Salas, doctorándose en Bioquímica y Biología Molecular en 1993 por la Universidad Autónoma de Madrid. Ese mismo año, María A. Blasco se trasladó a Cold Spring Harbor Laboratory (Cold Spring Harbor, Nueva York, EE.UU.) incorporándose al laboratorio dirigido por Carol W. Greider como Becaria Posdoctoral. Regresó a España en 1997 para establecerse como Jefa de Grupo en el Centro Nacional de Biotecnología (CSIC; Madrid). Se trasladó al Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO, Madrid) en 2003 como Jefa del Grupo de Telómeros y Telomerasa y Directora del Programa de Oncología Molecular. Desde 2005 a 2011, María A. Blasco es también Vicedirectora de Investigación Básica del CNIO. En junio de 2011, fue nombrada Directora del CNIO. Desde su vuelta a España, María A. Blasco ha recibido diversos galardones y distinciones. Entre ellos se encuentran el Swiss Bridge Award for Research in Cancer, el Josef Steiner Cancer Research Award, la Medalla de Oro de EMBO, el Premio “Carmen y Severo Ochoa” en Biología Molecular, el Premio Rey Jaime I de Investigación Básica, el European Körber Science Award, el Premio Alberto Sols a la Mejor Labor Investigadora en Ciencias de la Salud y el Premio Nacional “Ramon y Cajal” en Biología. María A. Blasco es miembro electo de EMBO (European Molecular Biology Organization) y de la Academia Europaea. En enero de 2008 María A. Blasco entró a formar parte del Consejo Ejecutivo de EMBO. María A. Blasco es autora de más de 150 artículos originales de investigación y ha realizado contribuciones fundamentales en el campo de los telómeros y la telomerasa y la función que los anteriores desempeñan en cáncer y envejecimiento.