"Los cuarenta son los nuevos veinte" y otras falacias

"Los cuarenta son los nuevos veinte" y otras falacias

¿No será esta frase una nueva forma de presión social con un disfraz juguetón?

Birthday cake with burning candlesWestend61 via Getty Images

En mi cumpleaños cuarenta mi hermana me dio un obsequio con una tarjetita que versaba: “Los cuarenta son los nuevos veinte”. Sé que el regalo y la dedicatoria fueron hechos con cariño, de eso no hay duda. Pero en esa popular frase hecha encuentro un doble significado: por un lado propone que los cuarenta de épocas recientes son considerados años de juventud. Y por el otro, que la juventud en sí es un atributo que, por fortuna, se conserva aún a los cuarenta. ¿Qué pasa entonces con los cincuenta? En algún lado leí que se han convertido “en los nuevos cuarenta”. ¿Y por qué no “los nuevos treinta” en todo caso?, la arbitrariedad de la sabiduría popular

Es notable que el deseo de “la eterna juventud” sea un tópico presente en la mitología, en la religión y, claro, en la ficción. Dicho concepto entraña ese anhelo por la lozanía, la belleza y la salud. Aunque también una profunda aversión y miedo a la vejez, a la enfermedad y por supuesto a la muerte. 

Hasta el siglo XIX el promedio de esperanza de vida en el mundo era de 35 a los 55 años, en el siglo XX alcanzó entre 50 a 65. La media actual ronda los 70 años. Es sorprendente saber que muchos de los grandes personajes de la historia realizaron sus proezas a edades tempranas, o que al menos son tempranas para nosotros. Bajo esta perspectiva podemos deducir que la juventud y la vejez son conceptos culturales que cambian con el tiempo. No es necesario mirar las generaciones de varios siglos atrás, basta con observar las de nuestros padres o abuelos para descubrir que su percepción de ambos conceptos es muy distinta a la nuestra.

¿No es acaso un privilegio haber alcanzado una esperanza de vida tan alta como nunca antes en la historia?

Ahora bien, la presión social a la que somos sometidas las mujeres con respecto a nuestra apariencia física es una realidad. Es palpable y se ejecuta desde que somos niñas, en donde muchos injustos preceptos se quedan grabados a fuego en la mente y en la autoestima. Dicha presión persiste y nos afecta incluso a edades en las que se supone el criterio personal es mucho más maduro.

La exigencia hacia las mujeres en este sentido ha persistido a lo largo de la historia. El constructo social de la belleza ha tratado sistemática y tiránicamente en particular a las mujeres. Ese peso invisible es transmitido y perpetuado por los productos culturales: películas, series, cómics, moda, y un largo etcétera. Por fortuna este asunto ha comenzado a cuestionarse. Más y más voces se han unido para señalar las fallas de esta injusticia histórica que redujo la belleza durante mucho tiempo a un espectro ridículamente reducido, dejando fuera no solo la diversidad, sino también el rango de edad en la que supuestamente la belleza alcanza su cénit.

¿Para qué necesitamos que los cuarenta sean los nuevos veinte? ¿No será esta frase una nueva forma de presión social con un disfraz juguetón? Lo he pensado desde que atravesé esa frontera de la mediana edad. Habrá quien quiera lucir o vivir como a sus veinte, personalmente agradezco que esos años demenciales hayan pasado. En la parte física he aprendido a alimentarme mejor, hago el ejercicio que nunca hice a mis veinte y no tengo los vicios que entonces. En resumidas cuentas, cuido de mi cuerpo como una forma de amor propio.

¿Quién o qué nos asegura estar más o menos lejos de la muerte por ser jóvenes o viejos?

No mentiré: en algunas ocasiones he visto algunos cambios en mi cuerpo y rostro y sí que le he encontrado sentido a ese deseo inmemorial de asir la juventud, de encontrar la forma de detener su deterioro. ¿Deterioro? ¿Y por qué no cuestionarnos también los conceptos sobre la madurez y la vejez? Es verdad que al paso de los años existe un deterioro físico, pero ¿no es acaso un privilegio haber alcanzado una esperanza de vida tan alta como nunca antes en la historia? ¿Por qué no darnos la oportunidad de disfrutarlo?

Y, más aún, ¿quién o qué nos asegura estar más o menos lejos de la muerte por ser jóvenes o viejos? Esa perpetua desolación humana por sabernos mortales también podría verse como una invitación para vivir de forma más plena, de alegrarnos por cada día y por cada cumpleaños. ¿No sería más divertida la vida si nos quitáramos de una vez por todas esos espejuelos sociales, esas falacias que nos han engañado desde siempre?