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Cuanto más necesita Catalunya acuerdos, más insisten nuestros políticos en distanciarse y alejarse entre sí.

Imagen del inicio del debate electoral emitido este martes por TV3 con motivo de los comicios autonómicos catalanes. Handout via Getty Images

En las Elecciones Generales de 2008, el PSC lanzó uno de los eslóganes políticos de mayor notoriedad de los últimos tiempos: Si tu no hi vas, ells tornen (Si tu no vas, ellos vuelven). El ells era el PP, que había sido desalojado del Gobierno por Zapatero cuatro años atrás, tras la pésima gestión de los terribles atentados del 11-M. El eslogan era ingenioso, agudo y perspicaz y lograba ampliar el foco más allá de su radio influencia. Tal fue así, que los socialistas lograron una contundente victoria en Catalunya con 25 de los 47 diputados en liza. Pero al mismo tiempo, el Si tu no vas, ellos vuelven ilustra la pobreza de las ideas que hoy manejan los partidos en sus estrategias y su incapacidad para plantear propuestas y proyectos que sintonicen, ni que sea mínimamente, con la población. Lo que el PSC vino a decir es “no me votes a mí por lo que puedo hacer, sino porque los otros son peores”.

Y en este marco de los otros se está desarrollando la campaña de las elecciones catalanas. Unas elecciones que –al margen de su, previsiblemente, ajustado resultado y de las mayorías que se deriven– deberían dar paso a un escenario de mayor capacidad de diálogo y acuerdo entre las diversas fuerzas, a poder ser, de diferentes bloques. Esto es lo que está pidiendo la mayoría de la sociedad catalana, independientemente de la fórmula de gobierno que deseen y de la bandera con la que se identifiquen.

Pero, en cambio, la campaña se ha centrado en los vetos cruzados y en la voluntad de subrayar con quién no pactarán tras el 14-F. Es decir, cuanto más necesita este país acuerdos y confluencias para superar las heridas (en ambas partes), recuperar el prestigio y reactivar la economía, más insisten nuestros políticos en distanciarse y alejarse entre sí. 

Lo mejor de los vetos es que no se cumplen. Los partidos no tardarán en buscar la justificación para autocorregirse y matizar las hemerotecas.

En unas elecciones tan ajustadas como estas y con un elevado grado de indecisos a pocos días de la cita, es lógico que los partidos busquen convencer adeptos en sus fronteras (o no perderlos). Los vetos no son, obviamente, gratuitos. Si Salvador Illa apunta que en su gobierno no habría independentistas es para quedarse con el mayor botín posible de las papeletas de Ciutadans de 2017. Si Junqueras y Aragonés insisten que no pactarán con el PSC es para cortar una fuga de votos de su electorado más esencialista hacia Junts… Por el contrario, tanto Carrizosa como Borràs –que representan opciones radicales en ambos bloques– lanzan como armas arrojadizas los posibles pactos postelectorales de los adversarios con los que se disputan votos. Cuando la búsqueda de acuerdos debería de ser un valor añadido, algunos optan por salirse del partido y otros lo utilizan como una acusación.

Es cierto: lo mejor de los vetos es que no se cumplen. Los partidos no tardarán en buscar la justificación para autocorregirse y matizar las hemerotecas. Pero el acento que han puesto los candidatos –salvo raras excepciones– en marcar distancias por encima de dibujar proyectos reales y factibles pone de manifiesto la escasez de valentía para afrontar los retos colectivos con honestidad. Y constituye otro aviso acerca de la preocupante mediocridad que distingue a la clase política actual.

Catalunya ha llegado a un cruce de caminos, que, esta vez sí, requiere la toma de decisiones claras y evidentes. El procés no ha traído la independencia ni la traerá –a pesar las falsas expectativas que ofrece alguna candidata– y ni tan solo ha abierto la puerta a una imprescindible ampliación del autogobierno y una mejora de la financiación que evite la asfixia actual de la Generalitat. En estos últimos ocho años en Catalunya se han perdido demasiados trenes, que han dejado el país extremadamente debilitado en el terreno económico, social e institucional (cinco elecciones en una década no son, por supuesto, algo recomendable). Y, efectivamente, lo más importante de estas elecciones no es el resultado del podio del día 14, sino lo que empiece a pasar el día 15, a pesar de la gesticulación excesiva de la campaña o los intentos por adulterar la realidad.