Los psicólogos también somos personas…

Los psicólogos también somos personas…

Una vez me dijeron: “Tú siendo psicólogo, no tendrás problemas, ¿no?”...

Doctor physician consulting with male patients in hospital psychology clinic exam room. Men's health and psychotherapy concept.Pornpak Khunatorn via Getty Images

Es poco frecuente encontrar que un psicólogo lleve bata en consulta, sin embargo, sí que solemos llevar otra prenda que no se ve, que no se toca, pero que esta ahí. 

Esta prenda es la que convierte la figura del psicólogo en un ejemplo de “supercordura”, o así lo sentimos muchos profesionales. 

Una compañera me contaba:

“Llego a casa cansada, me enfado porque me encuentro la casa echa un asco, me cabreo con mi pareja y me dice: ¿siendo psicóloga no deberías decir las cosas con más asertividad?”. 

Los psicólogos también somos personas… o eso tratamos de reivindicar. Sin embargo, cuando pongo en común con compañeros del gremio la presión que a veces sentimos, parece que para poder ser buenos profesionales debemos seguir siendo psicólogos cuando cocinamos, cuando nos cabreamos, cuando tenemos relaciones sexuales y en general, ante cualquier episodio normal de la vida.

A mí una vez me dijeron: “Tú siendo psicólogo, no tendrás problemas, ¿no?”. 

No sé en que momento ha ocurrido esto, pero la verdad sobre el psicólogo es que no es una persona que no tenga problemas, sino que es una que puede ayudarte a resolverlos. 

Son dos cosas muy distintas, ya que si para poder ser buenos profesionales se nos niega la irracionalidad, la impulsividad, la mala leche, la ansiedad, las inseguridades u otros, entonces sí: los psicólogos también somos extraterrestes.

¿De dónde viene esta concepción del psicólogo/a?

Todo lo que pueda aportar en este punto tiene un cierto grado de conjetura, pero tengo una teoría:

El indomable Will Hunting (1997). Robin Williams, interpreta a Sean Maguire, psicólogo. En el transcurso de la película, el personaje interpretado por Robin Williams nos ofrece una imagen de absoluta sensatez, control de las situaciones y un temperamento a prueba de cualquier incendio.

La imagen que tenemos del psicólogo quizás se haya visto influida por la corriente psicoanalítica. Según la misma, el paciente se tumba en un diván, mientras su terapeuta, en un impasible silencio, escucha. 

Cuando este rompe su silencio, lo hace para alumbrar con una interpretación de lo que realmente le sucede a su paciente. Logrando así, llenar de luz el espacio.

La figura del psicólogo creo que se ha partido entre genio o charlatán, pudiendo pertenecer sólo a uno de esos dos grupos.

  5de2d9441f0000201edf0059Pornpak Khunatorn via Getty Images

El vínculo y la terapia

Considero que debemos evolucionar y cambiar la forma de vincularnos, si es que aún seguimos anclados en este viejo modelo terapéutico.

El paciente actual debe actuar como coterapeuta de su misma terapia. Vinculándonos de esta manera, anulamos al paciente y nos sobrecargamos de presión y responsabilidad como profesionales.

Evidentemente, la persona que acude a consulta es una persona que sufre por alguna razón y necesita tener delante una persona que le dé seguridad y le transmita que tiene la confianza suficiente para poder hacerse cargo de la situación.

Pero otro lado, considero que “rescatar” un poco de quiénes somos y llevarlo a la consulta ayuda a ofrecer una visión más amable y natural. Además de transmitir por aprendizaje vicario que se puede ser vulnerable y respetado a la vez.

¿Esto implica ser menos exigentes?

No lo creo, implica tener unas exigencias más realistas. Como cualquier otro profesional de otro gremio, nos surgen dudas, no estamos a la altura de las circunstancias en determinados momentos o se nos pasan cosas por alto. Una presión asfixiante nos coloca en la necesidad de echar balones fuera y acabar cayendo en la tentación de culpar a nuestros pacientes por no mejorar.

Siempre que trabajamos con personas el sentimiento de responsabilidad es mayor, pero nuestra obligación debería ser hacer todo lo que esté en nuestras manos para ayudar, no ser ángeles de la guarda de nadie.

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