Los que arrastran el vientre

Los que arrastran el vientre

¿Quién abraza a Bildu mientras ellos abrazan a terroristas? ¿Quién estará dispuesto a seguir haciéndolo en el futuro?

Un hombre pasa junto a un cartel pidiendo la excarcelación de Josu Ternera y una pintada de ETA, en el municipio de Ugao-Miraballes.  Vincent West / reuters

La primera vez que tomé conciencia real de su naturaleza fue en 1997. Yo ya había escuchado el nombre, la melodía bisilábica cargada de funestas connotaciones de aquel acrónimo que estaba, desde hacía años, en boca de todos. Era verano, tenía diez años y recuerdo que estaba con mis hermanos en casa de mi abuela, en un pueblo del interior de Asturias. La pequeña televisión de su pequeña casa apenas recogía varios canales con nitidez, pero todos ellos estaban básicamente pendientes de la misma noticia: ETA había secuestrado a una persona y amenazaba con matarla. Su nombre era Miguel Ángel Blanco y su ultimátum, definitivamente, se cumplió. 

Muchos españoles de mi generación, la de finales de los ochenta, abrieron los ojos a la barbarie y a la violencia terrorista que circulaba encapuchada por nuestro país con aquel concreto e inocente nombre. Yo no entendía por qué se mataba (aún hoy, por supuesto, sigo sin entenderlo), cuál era el objetivo que intentaban cumplir aquellas personas que ponían bombas y disparaban en la nuca a políticos, sin importar el partido político al que perteneciesen. Releo lo escrito anteriormente e incluso ahora se me hace raro referirme a los terroristas como personas. Una palabra tan humana y civilizada les viene grande, enorme, ridícula. 

Es en los detalles donde está el diablo y, a propósito de la excarcelación del terrorista, el grupo EH Bildu se felicitaba públicamente, sin sonrojo alguno.

Más de veinte años después de aquella primera toma de conciencia, al menos dos cosas importantes han sucedido a este respecto: por un lado, la violencia armada se ha congelado, detenido, y por otro, el odio que impulsó a los asesinos calienta, aún hoy con fuerza, la cabeza de quienes se esfuerzan por vivir vinculados emocionalmente a aquella lucha; no en vano la etimología de la palabra vínculo es clara: un vínculo es una cadena. Por tanto, más de veinte años después, nos encontramos con que tanto dentro de la esfera política como de opinión pública persisten, incomprensible y neciamente, quienes se niegan a aceptar ese obvio testigo que lleva orgullosamente EH Bildu, y que los ata voluntariamente a la barbarie y a la justificación taimada de ésta, y los que, independientemente de sus concepciones políticas, son capaces de repudiar y señalar el trágico ventrílocuo que los mueve.

Como ya saben, la última de las bajezas que retrata a la marioneta sucedió el pasado 30 de julio, cuando se conocía que el terrorista Josu Ternera abandonaba la cárcel de Santé para trasladarse a un piso parisino bajo arresto domiciliario, pudiendo salir varias horas al día de él: una jaula perfecta con los barrotes muy espaciados. Es en los detalles donde está el diablo (o al menos donde se deja ver el gusano de la podredumbre que se lleva dentro) y, a propósito de la excarcelación del terrorista, el grupo EH Bildu se felicitaba públicamente, sin sonrojo alguno.

¿Quién abraza a Bildu mientras ellos abrazan a terroristas? ¿Quién estará dispuesto a seguir haciéndolo en el futuro?

Nunca han dejado de sorprenderme las personas que son capaces de ver la herencia del franquismo barnizando todos los logros de la democracia española y, a la vez, son incapaces de seguir, no ya las pistas, sino los carteles luminosos que dejan a las claras el amor filial de esta organización política por sus patres terroristas. ¿Seguiremos escuchando de políticos y comentaristas que EH Bildu no es heredera de ETA? Es una pregunta retórica, todos sabemos que son muchas las personas que aman vivir arrastrando el vientre.

Debo confesar, por último, que llevo años deseando que desde el amplio espectro de la izquierda española (la nueva y la vieja) se acabe con el miedo a despreciar públicamente a quienes están dispuestos a todo, incluso a matar niños, tal y como hizo ETA, para conquistar la quimera de lo que al fin y al cabo no son más que unos caprichos políticos identitarios que poco tienen que ver con el bienestar y prosperidad de la sociedad vasca. Con razón pedimos unidad contra los grandes problemas de nuestro tiempo: el cambio climático, el racismo, la xenofobia, la homofobia... pero ¿dónde queda rechazar, censurar y no apoyarse en quienes han recurrido al dolor y la muerte para granjearse una reputación de miserables más que merecida y que cargan con placer? ¿Quién abraza a Bildu mientras ellos abrazan a terroristas? ¿Quién estará dispuesto a seguir haciéndolo en el futuro? ¿Quién?