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Los temores escondidos: el fantasma de la violación en todas partes

¿Por qué continúa considerándose que la violencia sexual es admisible?

a woman sitting on ground with arm around lower head, sexual violence , sexual abuse, human trafficking concept with shadow edge in white toneFavor_of_God via Getty Images

Hace doce años, un desconocido violó a Luisa (no es su nombre real). La golpeó, la mantuvo secuestrada por casi seis horas y después la abandonó de madrugada semidesnuda y herida, en una avenida solitaria del oeste de Caracas, donde finalmente la policía la socorrió.

Luisa me suele decir que no recuerda exactamente lo que vivió. Que para ella lo ocurrido es una sucesión de escenas medio borrosas que no logra ordenar y mucho menos comprender. Pero que sí recuerda el miedo. Lo recuerda en cientos de maneras, y a pesar de años de terapia, o ha logrado superarlo. Sufre de agorafobia (terror a los espacios abiertos), paranoia y también un severo trastorno del pánico que no mejora incluso a pesar del estricto tratamiento médico que lleva para mejorar los síntomas. Para Luisa, el suceso es real a diario, le atormenta a toda hora, le abruma hasta lastimar su identidad, su manera de percibirse, su forma de mirar el mundo. Más de una vez me ha repetido que para ella la violación es un ataque no sólo a su cuerpo, sino a una idea esencial de sí misma que nunca logró recuperar del todo.

Recuerdo a Luisa — y su escalofriante historia — mientras veo la escena de una película que transmiten en un canal por cable: Una mujer con un vestido muy ajustado y prominente escote, corre por un callejón. Un hombre desconocido le persigue, gritando su nombre. Cuando ella resbala y cae al suelo, él se abalanza sobre ella, la abofetea e intenta contener sus frenéticos movimientos. Lo logra y entonces, ambos se miran en silencio. La escena parece cambiar de tono y sentido. Un primer plano los muestra a ambos, contemplándose entre jadeos entrecortados. La secuencia culmina con un apasionado y erótico beso. Me pregunto que pensará Luisa al respecto, como interpretará la óptica del guion y la perspectiva de la película con respecto a lo que vivió. Más allá, no dejo de pensar en todas las mujeres alrededor del mundo que han sido victimas de la violencia física, sexual y emocional. Que la mayoría de las veces se responsabilizan por lo sucedido o que incluso tienen la sensación de que se encuentran en una zona de grises donde su experiencia no parece encajar en ninguna parte. Las que se preguntan si conocer a su atacante hace menos absoluto el termino violación o quienes simplemente se preguntan si tener miedo pero no tener los medios para enfrentarse a su pareja y evitar la relación sexual, también las convierte en víctimas. Un panorama difuso y sobre todo peligroso que parece extenderse en todas direcciones a partir de una idea esencial: ¿Por qué continúa considerándose que la violencia sexual es admisible?

Por supuesto, no me sorprende tropezarme con ese tipo de mensajes tan poco sutiles sobre la violencia y la sexualidad en todo tipo de películas, publicidad y libros. Durante la última década y a pesar de la toma de conciencia mayoritaria sobre el tema, la cultura de la violación parece escudarse — o disimularse — sobre esa percepción ambigua de los juegos de seducción o lo que parece ser algo más inquietante: la violencia como un medio de conquista sexual. Una y otra vez la idea sobre la violación, el abuso sexual y sobre todo, lo que puede considerarse invasivo, peligroso o incluso, directamente agresión sexual parece borroso. Hablamos de un panorama donde la interpretación sobre la sexualidad continúa siendo lo suficientemente misógina para preocupar y, sobre todo, para hacernos cuestionarnos sobre en qué medida se comprende el peso real que tiene la cultura de la violación en la actualidad.

¿Por qué continúa considerándose que la violencia sexual es admisible?

Cuando le pregunto a Luisa qué piensa al respecto, no me responde. O mejor dicho, no sabe qué responder. Nos conocimos en uno de los grupos de apoyo para trastorno de ansiedad que frecuento y durante los meses en que hemos coincidido en las reuniones, noto que el tema de la violencia — no sólo la sexual — la supera, la deja sin argumentos, la sofoca. Me explica que la agresión no es sólo física, sino que parece ser una mezcla ambigua de una serie de elementos que sumados entre sí, crean una percepción sobre el sexo que resulta preocupante. Me escucha mencionar esa cultura subyacente sobre lo sexual que se asume necesariamente violento y después, suspira cansada.

— Uno aprende a sobrevivir a lo que le sucedió o a intentar hacerlo — me dice por último — pero lo que no te esperas es que todo lo que te rodea te lo recuerda y no accidentalmente. La mayoría del tiempo me siento disminuida y atacada por todos lados, como si debiera sentirme culpable por lo que viví y no asumirlo “como algo que puede ocurrir”. Me ha llevado muchísimo esfuerzo entender que para la cultura, que una mujer sea violada es un hecho que se admite. Uno de los riesgos que la mujer debe aceptar “ocurrirá”.

Me cuenta que en ocasiones no puede soportar los mensajes directamente violentos que ve, lee o escucha con respecto a lo que es una violación. Desde campañas publicitarias que insisten en que toda mujer es “accesible” físicamente si insistes lo suficiente o debería serlo, hasta escenas de películas donde se interpreta la agresión como “necesaria” para acceder a la mujer. O cuando se insiste que está bien el uso de bebida, presión emocional e incluso cierto maltrato físico para tener sexo con una mujer. Para Luisa hay un ingrediente que se insinúa, que está en todas partes y que se hace tan normal que pocas veces se nota.

— Me siento muy paranoica cuando me duele o me asusta un anuncio donde hay un ingrediente sexual relacionado con la violencia. Me pregunto si lo noto yo o es cosa asumida. No sé cómo reaccionar.

Lo que dice Luisa, me recuerda el magnífico artículo A Gentleman’s Guide to Rape Culture de Zaron Burnett III, que se volvió viral luego que mostrara un durísimo panorama sobre la cultura de la violación. No sólo la muestra como algo que la sociedad intenta restar importancia o incluso disimula las repercusiones de la violencia sexual, sino que la normaliza en cientos de formas cotidianas. Uno de los párrafos del texto que más polémica causó, fue el siguiente

Si eres un hombre, formas parte de la cultura de la violación. Y sí, ya sé que suena duro; no eres necesariamente un violador, pero perpetúas comportamientos a los que comúnmente nos referimos como cultura de la violación. Seguramente estarás pensando «Para quieto ahora mismo, Zaron, ¡ni siquiera me conoces, colega! Cómo se te ocurra insinuar que me molan las violaciones… No, yo no soy de esos, tío».

De manera que se trata no sólo del hecho de comprender que la cultura de la violación se acepta sino que, además, es parte de cierta noción sobre cómo asumimos lo sexual actualmente. No es un planteamiento sencillo de digerir. Después de todo, somos una cultura muy sexualizada donde el cuerpo se ha convertido en un objeto con tintes eróticos, reinterpretado y consumido como un elemento para y por el sexo desde un preocupante número de puntos de vista. Más allá, se asume el sexo como una necesidad que debe ser satisfecha a toda costa. No hablamos ya de la mera insinuación de la violencia sexual — como la campaña Up for Whatever (Arriba para lo que sea) de Budweiser, que incluía etiquetas en las botellas de cerveza con la frase: “La cerveza perfecta para quitar el ‘no’ de su vocabulario para la noche” — sino el hecho, que directamente se asume la violencia sexual como una idea aceptable dentro del juego erótico. Progresivamente, la cultura de la violación parece encontrarse en todas partes, incluso, convertirse en un elemento de la cultura pop asumido como necesario. Hace unos días, el periodista Jemayel Khawaja, jefe de redacción de Thump (el sitio de electrónica de la revista Vice) mostraba en su cuenta de Twitter la fotografía de uno de los asistentes al festival Coachella, llevando una camiseta donde se podía leer con toda claridad: “Eat, Sleep, Rape, Repeat” (come, duerme, viola, repite). Junto a la fotografía, Khawaja escribió: “Este chico gana el premio a la peor elección de moda/estilo de vida en Coachella. No soy fácil de ofender, pero esto es una mierda”, lo que reabrió el debate sobre el hecho que la violación se considere una idea sexualmente aceptada e incluso, celebrada por cierta perspectiva sobre las relaciones eróticas entre hombres y mujeres.

Progresivamente, la cultura de la violación parece encontrarse en todas partes, incluso, convertirse en un elemento de la cultura pop asumido como necesario.

El día en que debatimos en el grupo de apoyo al que asisto junto con Luisa sobre el tema de la violencia hacia la mujer en la cultura de nuestro país, ella no hace comentarios. Se habla sobre la ansiedad que le provoca a una mujer sentirse siempre vulnerable, en peligro. Más aún en un país como Venezuela, marcadamente machista y agresivo. Se debate en voz alta del poco reconocimiento de la identidad femenina, de lo preocupante que resulta que los indices de agresiones y violencia aumenten. Alguien habla sobre su experiencia al tener que soportar piropos groseros, humillantes, violentos. Una de las muchachas más jóvenes cuenta cómo un hombre se masturbó frente a ella en un vagón del Metro de Caracas y nadie intervino. Luisa permanece callada, con los brazos apretados contra el cuerpo. Y me pregunto como será para ella escuchar un debate semejante, qué sentimientos le provocará saber que la sociedad donde vive glorifica al agresor y menosprecia a la víctima. Cuando la sesión acaba, sale rápidamente de la oficina y después me enteraré, que no regresará en un buen tiempo. ¿Alguien puede culparla?

Quizás, el mejor resumen para la idea general sobre la cultura de la violación, lo haga Zaron Burnett III, cuando insiste que “dejemos de concentrarnos en cómo las mujeres pueden evitar ser violadas o cómo la cultura de la violación hace sospechosos a hombres inocentes, ciñámonos a lo que, como hombres, podemos hacer para evitar que se cometan violaciones: desmantelar las estructuras que las permiten y modificar las actitudes que las toleran”. Un planteamiento que parece englobar no sólo la forma en la que comprendemos la violencia sexual sino la manera en que podemos enfrentarnos a su normalización cultural.