Los últimos dan un nuevo paso al frente

Los últimos dan un nuevo paso al frente

La exposición fotográfica de Luis Areñas es una alerta para recordarnos que nuestra memoria es útil para no olvidar esta barbarie.

Los Últimos

Si no fuera por la inesperada aparición de una vieja carta que revelaba de qué manera había muerto su abuelo en el 37, la exposición de fotografías de Luis Areñas (París, 1967) Los Últimos. Retratos y Testimonios de la Guerra Civil, probablemente no existiría. La muestra nos ofrece una serie de impactantes retratos de ancianos: el más joven de 96 años y el mayor, con 104. Lo que les une a todos ellos es que el conflicto que dividió este país en dos españas hace 80 años (a veces parece que el tiempo pasa y no aprendemos nada) les pilló en plena adolescencia, circunstancia que ahora les ha convertido en los últimos supervivientes de ese funesta etapa de nuestra historia.

  Los Últimos

Luis Areñas, un espíritu libre que se movía por la vida según las opciones que esta le iba presentando, desconocía y le era totalmente ajeno lo ocurrido por estos lares entre el bando republicano y el nacional entre 1936 y 1939. Nacido y criado en Francia, como hijo de emigrantes españoles que se conocieron, se casaron y formaron una familia echando raíces en París en los años 50, el tema de la Guerra Civil difícilmente podía llamarle la atención y encajar con su estilo de vida y profesión como fotógrafo de retratos y reportajes sociales. Pero hace diez años, como dice el estribillo de la canción La vida te da sorpresas sorpresas te da la vida, esa indiferencia dio un vuelco de 180º. Ocurrió durante una reunión familiar, cuando su madre sorprendió a sus tres hijos rescatando del olvido una vieja carta de la que ellos hasta ese momento nunca habían oído hablar. En la misiva se relataba cómo su abuelo Luis Pellicena Bolsa había muerto fusilado en Quinto de Ebro (Zaragoza) en agosto de 1937.

Era un escrito firmado en 1939 por un mando militar que, por aquel entonces, habían enviado a los familiares del fotógrafo que entonces vivían en Zaragoza. Mecanografiado sobre un papel ya amarillado por el paso del tiempo, el estilo del mensaje sonaba un tanto épico. “En ella relataban cómo mi abuelo, que había luchado como un héroe —esas cosas que dicen los militares— había sido fusilado”, recuerda Areñas gesticulando, suponemos que con el mismo desconcierto de hace una década. Hasta ese momento, entre 2008 y 2009, la cuestión —como aún sigue ocurriendo con temas tabús en muchas hogares de España— nunca se había hablado. “Dicen que antes de ser disparado, sacó una foto de mi madre y mi tío y la besó”, añade el fotógrafo.

Areñas recuerda que la revelación le dejó en shock. Descubrió que su madre María Dolores, con ocho años, y su tío José Luis Pellicena, con tres, habían quedado huérfanos de padre. “Ella casi no hablaba de mi abuelo —recuerda Luis—, no nos dijo gran cosa, le dolía mucho. Mi tío que era menor, en cambio, posteriormente sí nos comentó que sintió esa carencia de la figura paterna y que no le perdonó que con 37 años les abandonara a ellos y a mi abuela para irse como voluntario a luchar en el bando nacional. Para él fue traumático conocerle a través de una fotografía: su padre era solo una imagen”.

  Los Últimos

“Sentí que lo que había pasado era algo terrible, que necesitaba explicaciones, saber más, investigar y poder hacer algo”. Y lo hizo; esta exposición da fe de ello. Los Últimos recoge los retratos y las historias de algunos de los combatientes y de mujeres que fueron testigos directos del desenlace de esta contienda. Las fotografías están hechas por alguien que, lejos de tomar partido por uno u otro bando, necesitaba comprender, si es que se puede, este enfrentamiento y dar a conocer el testimonio de ambas facciones. Pero sobre todo Luis pretendía rendir homenaje a su yayo “retratando a quienes, como él, lucharon en el frente… Aunque mi abuelo a diferencia de los que están aquí, no tuvo la oportunidad de hablar”. Historias inconclusas de la familia que en cierto sentido se volvieron a repetir, ya que la madre y el tío del fotógrafo fallecieron antes de que él acabara el proyecto.

Tú los miras y ellos te ven

Quizá sea por el gran formato o la determinación del blanco y negro a la hora de definir a las personas de estas fotos, pero detenerte frente a ellas y contemplarlas es un trayecto directo a sus almas. Sus miradas, tenaces, vidriosas, excesivas y locuaces, pueden intimidarnos por la desnuda honestidad de los primeros planos. No hay estilismo, maquillaje, ni peluquería, pese a que el autor de estas fotos se dedicó profesionalmente y durante años al perfeccionismo y la técnica de la fotografía de moda. Tampoco hay sonrisas. La única licencia que se ha permitido Areñas para perpetrar Los Últimos. Retratos y testimonios de la Guerra Vivil, además de su buen ojo, es una lúcida iluminación que potencia contra un simple fondo blanco la figura y esencia de los protagonistas.

Detrás de cada rostro hay una historia de vida, de muerte, ausencias, silencios y, sobre todo, de memoria. La diferencia en el caso de estas personas, es que su juventud les fue arrebatada por una trama cruel en la que se vieron obligados a participar. Estos ancianos son los jóvenes que con 16, 17 o 18 fueron enviados al frente —cuando aún no habían hecho el servicio militar— “porque hacía falta gente”. Pero también hay mujeres puntualiza el francés. “No lucharon —no he tenido la suerte de conocer a milicianas—, pero las que estaban en casa, en el campo, en la retaguardia, también sufrieron y se enfrentaron la guerra viviendo con angustia el destino de sus padres o hermanos”.

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Todos ellos fueron adolescentes que no entendían bien qué pasaba, muchos sin ideología, que arrojados a un enfrentamiento que no les concernía, tuvieron la mala suerte de que en sus recuerdos haya quedado grabada con mayor intensidad la imagen del primer muerto de sus vidas, antes de la de su primer beso.

Recuperando al español que llevaba dentro

Dicen que todo lo bueno se hace esperar y es lo que ocurrió con esta iniciativa. La puesta en marcha del proyecto se retrasó más de lo que el runrún de la cabeza de su autor le pedía. Él vivía en Francia y por cuestiones de trabajo que se lo impedían la idea se iba postergando. Pero hace cuatro años, cuando vino a España para ocuparse y cuidar a sus padres que estaban muy mayores, se replanteó la oportunidad. “La vida, sin que lo vislumbres o te lo propongas, te va llevando por un camino que luego ves que es el tuyo —dice—. Después de pasar de un mundo muy superficial, de lo políticamente correcto, lo técnico, de encargos y etcétera, con los Últimos creo que he conseguido dar el primer paso en algo más esencial para mí”.

Para localizar a sus protagonistas, el francés estuvo recorriendo pueblos y aldeas de 17 provincias españolas durante dos años, buscando a los supervivientes, a estos abuelitos a los que entonces llamaban La Quinta del Biberón, los últimos a los que reclutaron el último año y año y medio que duró la contienda y fueron carne de cañón. Su idea original era la de limitarse a hacer retratos, pero se dio cuenta de que “a estas personas había que darles voz. Me estaban contando al final de sus vidas cosas que muchos querían decir y pocos habían tenido la oportunidad de hacerlo”. A medida de que la investigación avanzaba, se ampliaba su necesidad de dar más: “Los testimonios eran tan potentes que vi que nos perdíamos una parte muy importante: la memoria es historia, así que empecé a grabar lo que me contaban”. Con las entrevistas realizadas a sus ‘modelos’, Areñas ha rodado un impactante documental de 45 minutos que puede verse en el Institut Français.

Los Últimos, que antes de llegar a Madrid se inauguró el pasado julio en Zaragoza dentro del marco de PhotoEspaña19 , habla y calla sobre temas que hay que saber ‘oír con los ojos’. Areñas, en lo personal, arregló cuentas con su pasado y aprendió y sintió mucho. “No me ha sorprendido nada de manera extraordinaria y al mismo tiempo todo ha dejado huella. Lo que he visto es que esta gente no le tiene ningún odio a nadie, no hay rencor, ni sensación de venganza, no hablan en contra de nadie. Cuentan sus historias, pero lo que todos tienen en común es que repiten que la guerra fue una barbarie, un crimen”.

Como en el poema Itaca de Kavafis, en el que en el camino de vuelta a casa, el viaje, es más importante que la meta, Areñas dejó profundas rodadas emocionales en el mapa de un itinerario: “Ha sido un tiempo y proceso de planteamientos y cuestionamientos muy personales, me he enfrentado a personas codeándose con la muerte, gente que estaban al final de sus vidas, tal como lo habían estado hace 80 años y al mismo tiempo estaba viviendo la vejez, la decadencia y la muerte de mi madre. Pero queda la exposición y quedamos los vivos”.

La muerte ha rodeado mucho la construcción de Los Últimos. Algunos de los rostros que cuelgan de la pared ya nos han dejado y Luis Areñas ha aprendido a hacerle frente. “Cada vez me río más de ella y lo veo como algo fútil y secundario. Es parte de la vida, pero la muerte no es nada. Es para los que quedan. Es aprender a vivir con la memoria de tus seres queridos”.

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Y hablando de memoria, ¡qué vivan las contradicciones! Porque es Areñas quien dice que “la memoria nos hace más humanos y nos permite entender, a la luz de quienes la vivieron, esta guerra atroz que quebró familias enteras y que todavía hoy se manifiesta como un perturbador fantasma”, pero también es él el que reconoce que “algunas veces sería mejor no tener memoria, porque es lo que te hace sufrir”.

Para Luis, la frase de Bertrand Russell “La guerra no determina quién tiene la razón, solo quien queda” refleja el espíritu de su exposición: “Quedan los muertos y los vivos”, añade. Pero también persiste la memoria que a veces, cual puñal, reabre heridas que lamentablemente nunca acabaron de cicatrizar (solo basta con mirar los informativos).

El responsable de Los Últimos. Retratos y Testimonios de la Guerra Civil siente que su proyecto no ha acabado aquí. “Estoy buscando financiación para hacer un libro porque tengo mucho material: muchas historias, muchos textos personales, muchas imágenes, muchas fotos… He vivido más de dos años experiencias muy intensas, y mientras más te involucras en ellas y les das vueltas y más vueltas, más profundas se hacen”.

 

Los Últimos. Retratos y Testimonios de la Guerra Civil

Instituto Francés de Madrid. Marqués de la Ensenada, 12.
De lunes a viernes, de 12:00 a 20:00 horas.
Entrada libre. Hasta el 13 de diciembre de 2019