Maduro: el nacionalismo zafio como cortina de humo

Maduro: el nacionalismo zafio como cortina de humo

Uno y otro día, desde tempranas horas de la mañana se forman largas colas alrededor de la Plaza de la Castellana del barrio caraqueño de Altamira donde se ubica el Consulado de España. Ciudadanos venezolanos con pasaporte español (más de 300 mil) y/o posibilidades de optar a él que quieren tener los papeles en regla por si fuera necesario salir del país.

En las últimas semanas viene siendo ya costumbre que en noche de los martes, el presidente venezolano se despache a gusto en su programa En contacto con Maduro contra España, sus políticos y sus instituciones. "El rajao (cobarde), racista y bandido de Rajoy" comparte protagonismo en sus diatribas con el "sangriento asesino de Aznar" y el "non-grato... lobbista Felipe Gonzalez necesitado de embolsarse una suculenta cantidad de euros" defendiendo a los políticos presos por ser políticos. También las Cortes españolas son apercibidas y "mandadas a opinar de su madre" por manifestar formalmente su preocupación por la situación de los derechos políticos en Venezuela. Sirva de consuelo que hace unas semanas los improperios iban contra el imperialismo gringo, su Congreso y el Sr. Obama, que supuestamente estaban desencadenando una intervención en las tierras de Bolívar.

Cuando en la boca de un político las descalificaciones y fabulaciones de sabotajes, golpes de Estado e injerencias se desparraman urbi et orbe, lo único que cabe pensar es, o en los delirios de quien los difunde, o en que con ellos son una cortina de humo para, apelando al nacionalismo más espurio, encubrir las vergüenzas de fracasos políticos y económicos ante los que no se tienen soluciones. O en los dos. La fijación por España de Maduro viene de su necesidad de buscarse un nuevo enemigo externo desde que su aliada y valedora Cuba busca avenirse con el imperio diabólico de olor a azufre (Chavez dixit en la Asamblea de las Naciones Unidas de 2006), del fracaso de la reciente movilización general de recogida de 10 millones de firmas contra el Congreso de Estados Unidos, y de la poca receptividad, incluso entre los aliados políticos naturales en la región, de sus postulados en la reciente Asamblea de la OEA celebrada en Panamá.

Mientras tanto, uno y otro día, desde tempranas horas de la mañana se forman largas colas alrededor de la Plaza de la Castellana del barrio caraqueño de Altamira donde se ubica el Consulado de España. Ciudadanos venezolanos con pasaporte español (más de 300 mil) y/o posibilidades de optar a él que quieren tener los papeles en regla por si fuera necesario salir del país. Otro tanto sucede ante las legaciones diplomáticas de otros países. Se estima que 1,5 millones de venezolanos (de una población de 30 millones) de toda clase y condición, pero ciertamente entre ellos algunos de los mejor cualificados, han salido del país buscando cómo rehacer su vida lejos del paraíso bolivariano. No son sifrinos (pijos en nuestro español) ni traidores a su país. Simplemente se van buscando la seguridad que se les ha arrebatado (más de 25 mil personas murieron víctimas de los malandros en 2014), huyendo de las escaseces y las interminables colas al sol, bajo la lluvia y entre militares para adquirir productos básicos, o queriendo llevar una vida normal donde desarrollarse personal, intelectual y profesionalmente sin los atropellos y corrupción desmedida de la casta en el Gobierno.

La tradicional cartilla de racionamiento, que conoció la España de la postguerra y los cubanos están ilusionados con mandar a paseo tras más de cincuenta años como resultado del deshielo de las relaciones entre Cuba y Estado Unidos, se ha reencarnado en la Venezuela de Maduro a través del captahuellas: un sistema informático que obliga a los ciudadanos a colocar su huella dactilar cada vez que adquieran en cantidades limitadas productos regulados en los supermercados y, últimamente, farmacias. Con ello, el Gobierno busca gestionar la escandalosa escasez de bienes de primera necesidad, desde el ya lujoso papel tualé a la sal, la leche, el champú, los condones o los remedios para la hipertensión, en un país con la inflación más alta del mundo. Si bien el Banco Central de Venezuela dejó de publicar a principios de 2014 los índices mensuales de inflación y escasez, se estima que aquella podrá llegar al 130% a finales de 2015 y el índice de escasez de productos básicos aproximarse al 50%. Un absoluto y sonoro fracaso del modelo económico bolivariano, que ha malbaratado en gasto frecuentemente caprichoso, clientelar y corrupto, en vez de en inversión productiva, infraestructuras y educación, los 800 mil millones de dólares de ingresos derivados de la bonanza petrolera de los últimos 12 años (Abadi y Lira, 22/4/2015).

El futuro, a no ser que haya un cambio drástico de modelo económico es, aún, menos halagüeño. Venezuela está en 2015 en una situación de recesión estructural (Oliveros y otros, 18/4/2015). Su PIB decreció en 2014 alrededor de un 4% y se estima que decrezca en 2015 más del 7%. El déficit fiscal alcanzará el 17%. Hasta 2014 el 96% de los ingresos externos de Venezuela provenían de la venta de hidrocarburos con los que se importaba alrededor del 70% del total de bienes e insumos intermedios que se consumían en el país. Esta importación se sustentaba en que el país ingresaba de media más de 60 mil millones año de renta petrolera, que se estima que se reducirá en 2015 en más de un 50%, muy por debajo de los 43 mil millones fijados como necesarios en el presupuesto de divisas. Por si no fuera poco, a pesar de los ingresos extraordinarios del período de bonanza, el despilfarro público fue tal que se adeudan casi 24 mil millones de dólares a la empresa privada (Ecoanalítica) en concepto de importaciones, dividendos, rentas y otros pagos aprobados y no satisfechos. Una cantidad muy superior a los menos de 20 mil millones de USD que son hoy las menguantes reservas nacionales -que eran de 43 mil millones en 2008. En paralelo, la malísima gestión por parte del sector público de las empresas nacionalizadas al socaire revolucionario- desde eléctricas, siderúrgicas o cementeras, a ensambladoras de automóviles, laboratorios, empresas de semillas o lácteos, cadenas de distribución, o frigoríficos, etc.- ha detraído del mercado una parte importante de la ya raquítica oferta interna de bienes y servicios, por no hablar de su calidad, confiabilidad, o del carácter politizado de su gestión. El resultado final del despropósito bolivariano es una ya desbocada incertidumbre que inhibe la inversión productiva. Los mercados estiman en más del 50% las probabilidades de impago a medio plazo de la deuda venezolana. El riesgo-país de Venezuela promedió en febrero 2.776 puntos básicos (pb.), frente a una media para los países de América Latina de 532 pb. Un riesgo-país sólo inferior al de -la en guerra- Ucrania.

En este contexto, sin oferta interna y ante la escasez de divisas, no es de extrañar la insuficiencia de bienes en el mercado, ni que la cotización del dólar esté desbocada con cotizaciones en el mercado paralelo que son 50 veces superiores a las del cambio oficial para bienes básicos (6,3 bolívares por dólar). El efecto conjunto se traduce en: (1) incapacidad de los importadores para satisfacer la demanda de bienes importados; (2) oferta menguante de bienes nacionales, al no poder los empresarios importar los insumos intermedios y materias primas necesarias para la producción; (3) acaparamiento de bienes, sean o no necesarios, por parte de la población, generalmente de bajos ingresos, como consecuencia de la incertidumbre acerca de la disponibilidad a futuro de los referidos bienes; (4) generalización de la reventa (bachaqueo) por el cual una parte de los venezolanos ganan su vida en vez de trabajando haciendo colas para acaparar productos básicos subsidiados que luego revenden a mayor precio a otros compatriotas incapaces de hacer colas; y (5) fuga de capitales y numerosos esquemas de corrupción por parte de quienes tienen los suficientes contactos con el régimen (boliburgueses) para tener acceso a divisas subvencionadas.

Es muy probable que los ciudadanos de Venezuela estén sufriendo los manotazos histéricos de un régimen político y económico incapaz de gestionar mínimamente el entorno económico una vez que explotó la burbuja del precio extraordinario de los hidrocarburos. Un régimen que busca mantener prietas sus menguantes filas con un remozado mensaje nacionalista y anti-capitalista -que no socialista- en el que, por una parte, las espadas amenazantes (Maduro el pasado 25 de abril) se dirigen contra España, ya que el enemigo americano es ahora menos enemigo, y, por otra, se acentúa el acoso sistemático a los empresarios privados que no colaboren, a quienes se excluye del acceso a divisas y el discurso oficial acusa de estar inmersos en una "guerra económica".

Cuando se escriben estas líneas, es martes y esta noche Maduro volverá a la televisión con su arenga cuartelera. Veremos qué diatribas regala a sus fieles contra los gobernantes, políticos e instituciones democráticas españolas. En cualquier caso, es necesario mantener la calma y el sosiego del que carece el otro. Rajoy ha hecho bien en que la reciente llamada a consultas del embajador ante Venezuela fuera breve. Fue preciso manifestar un límite de hartazgo ante el nacionalismo zafio. También fue encomiable que las fuerzas políticas españolas más relevantes respaldaran la posición del Gobierno. Principalmente, y por ser de izquierdas, el PSOE. Y no sólo por el protocolar "son muchos los intereses de todo tipo que unen a ambos países", sino porque España, independientemente de quien gobierne aquí, no puede retraerse del día a día de una sociedad que busca una salida democrática a la sinrazón en la que ha devenido aquel país. Hay que ser conscientes de que el fuego de Maduro y su régimen es de pólvora mojada y escasa efectividad, incluso en el interior Venezuela, aunque genere mucho humo. Las verdaderas víctimas inocentes del día a día están en las kilométricas colas o en los extrañados del país.

Más temprano que tarde la ciudadanía venezolana podrá manifestar sus preferencias electorales, con elecciones para la Asamblea Nacional en la segunda mitad del año. Todos los esfuerzos son pocos para velar porque los comicios sean verdaderamente democráticos y, eso sí, denunciar activamente los eventuales abusos del proceso, desde la composición de la Comisión Nacional Electoral a la libertad plena de los candidatos y la prensa para informar y hacer campaña. Y también hay que denunciar los silencios cómplices de las fuerzas políticas españolas que relativizan la magnitud de las violaciones democráticas en Venezuela. Como ellas están siempre próximas a exigir, la democracia no se sustancia en elecciones periódicas amañadas, sino en la convivencia democrática en el día a día de posiciones y opiniones contradictorias.