Maniáticos y extravagantes, a partes iguales

Maniáticos y extravagantes, a partes iguales

Empezar una novela siempre el mismo día, llevar sus propios cubiertos, trabajar desnudo, empezar la jornada a las 4.00 am, escribir en un ambiente bullicioso… ¿quién da más?

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La palabra extravagancia proviene del latín extravagantia y significa literalmente una cualidad que se sale de los límites; por su parte maniático significa “que sufre de un estado obsesivo y agitado”, y deriva de mania, que significa locura. Entre esos dos senderos, la extravagancia y la manía, se desenvuelven a las mil maravillas muchos genios, artistas, científicos y literatos.

Algunos se defienden explicando que ciertos ritos inexplicables les ayudan a romper el bloqueo creativo, propiciando la aparición de un universo onírico. Pues vale, si ellos lo dicen.

Así por ejemplo, Francis Bacon dijo en más de una ocasión que conseguía ser más creativo cuando estaba en estado de resaca. En esa situación su mente “chisporroteaba de energía y lograba pensar con claridad”.

De Charles Dickens se cuenta que le gustaba escribir rodeado de gente, que era el momento de mayor inspiración, es más, mientras trabajaba formaba parte activa de las tertulias que se generaban en torno a él. Tampoco andaba muy lejos Raymond Carver –el padre del realismo sucio- que durante una época de su vida escribía en el coche o Jean-Paul Sartre que encontraba sosiego en el ruido ambiental.

Ver para creer

Algunos son muy supersticiosos, como Hemingway que escribía con una castaña de Indias y una pata de conejo raída, sus amuletos de la suerte, en su bolsillo derecho, o Isabel Allende que empieza todas sus novelas el 8 de enero.

Los horarios y la forma de vestir también son muy importantes. El escritor japonés Murakami se levanta a las 4:00 am para comenzar su jornada creativa y Víctor Hugo prefería escribir desnudo para obligarse a trabajar. Al parecer encargaba a sus criados que custodiasen la ropa bajo órdenes estrictas de no devolvérselas hasta que pasara un tiempo previamente acordado. Era una forma de rentabilizar el tiempo.

Entre los pintores también encontramos muchas extravagancias. Posiblemente uno de los primeros que se nos viene a la cabeza sea Salvador Dalí. Se han escrito ríos de tinta sobre sus ocurrencias, desde que tenía fobia a los saltamontes, que hizo un viaje a París en un Rolls Royce repleto de coliflores o que subió a su habitación del hotel un caballo blanco.

Otro pintor extravagante fue Andy Warhol. Cuando falleció su amigo Glenn O´Brien fue el encargado de escribir su epitafio: “Murió ayer. Nunca dejará de sorprendernos”. Más explícito imposible.

También en la ciencia y el cine

Benjamin Franklin trabajaba una hora totalmente desnudo, como su madre le había atraído al mundo, para que le diera el aire en toda su anatomía; Nicolas Tesla tenía tal rechazo a las perlas que se negaba a hablar con nadie que llevara esta joya y Albert Einstein consideraba innecesario llevar calcetines.

De todos ellos quizás, solo quizás, el que se merece un punto y aparte sea Thomas A Edison y su forma de contratar a un nuevo asistente. Al parecer les invitaba a comer un plato de sopa, si echaban sal antes de probarla no los contrataba, ya que no quería que en su equipo hubiera gente que diera las cosas por hecho.

El séptimo arte también es un campo abonado para las extravagancias. Woody Allen tiene un miedo atroz a los gérmenes, hasta el punto que se toma la temperatura cada dos horas para comprobar su estado de salud.

La carismática Julia Roberts únicamente bebe agua mineral y lo hace en botellas de cristal, ya que el plástico no es biodegradable, además exige que la comida provenga de granjas ecológicas, en donde no se empleen pesticidas ni otros productos químicos.

Winona Ryder, la protagonista de La edad de la inocencia tampoco se queda atrás, al parecer va a todas partes con su vajilla y cubertería porque se niega a usar un plato o un tenedor ajeno. En fin, sin palabras…