Maniqueos en pandemia: del cero covid a la salvación del turismo
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Maniqueos en pandemia: del cero covid a la salvación del turismo

Cuidado con los ranking que los carga el diablo. La salud pública no es un dogma.

Un sanitario se dispone a aplicar una vacuna contra la covid a una paciente. PATRICIA DE MELO MOREIRA via Getty Images

Del justo medio entre la ambición excesiva y la completa indiferencia respecto de la gloria.

Aristóteles en Moral a Nicómaco, libro cuarto, capítulo IV

Otra vez vuelven los maniqueos como discurso y relato de la pandemia. En un  principio fue entre el negacionismo y la ciencia. Ahora, tras el triunfo de la ciencia, volvemos la confrontación entre quienes defienden el confinamiento estricto, el cero covid o la salvación del turismo. Otra polarización que añadir a la propia de estos tiempos populistas en la sociedad, la política y la comunicación.

Porque en una larga pandemia tan larga, precisamente cuando hace mella el cansancio de las duras medidas restrictivas de protección de la salud pública, siempre parece conveniente tener a mano una panacea, y ante las incertidumbres añadidas con las nuevas variantes y por las compañías farmacéuticas en la producción y distribución de las vacunas, qué mejor que volver unos a la casa protectora u otros, por contra, a anunciar la vuelta a la normalidad. Entre la retropía y la utopía.

Una vuelta más a la nueva o a la mera normalidad, que junto al comité de expertos han sido los mayores errores de comunicación política cometidos por el Gobierno en esta pandemia, que en vez de actuar como señales de luz en la incertidumbre, con su inconsistencia han tenido el efecto contrario, favoreciendo la merma de la credibilidad del imprescindible liderazgo público en la respuesta. Por eso, no es conveniente reincidir en el error, ahora con la Semana Santa.

En el otro extremo crece el mito del confinamiento estricto que remite al relato de la eliminación del virus mediante un sacrificio duro y corto, que ya no es en ningún país tan duro y mucho menos corto, del que vendrán todas las soluciones. Tan solo el ejercicio de la mera voluntad política acabará con el virus, se reducirá drásticamente la mortalidad y como consecuencia la economía resurgirá más rápidamente y con menos desigualdad social, y los efectos más graves de la pandemia se superarán.

El ejemplo a seguir ya no son nuestros vecinos europeos, que hasta hace bien poco todo lo hacían mejor y nos daban sopas con hondas en la gestión de la pandemia, pero que ahora cuando han sufrido una segunda y en particular una tercera ola devastadoras, se nos han caído del pódium de la ejemplaridad; en primer lugar la tan ponderada eficacia alemana, pero también los países autodenominados frugales y los más cercanos como Grecia y Portugal.

Todo lo que entonces se explicó con la anticipación, la capacidad de testeo y aislamiento de contactos, o ya en otro plano, por la capacidad de sus sistemas sanitarios, donde por otra parte había de todo o por la experiencia de infecciones endémicas como el virus del Nilo, y en materias más políticas como su articulada organización territorial o el carácter cooperativo de su clase política, no cainita como la nuestra, se han convertido en esta tercera ola en meras racionalizaciones a posteriori, más que en razones y ejemplos de los que aprender.

No se trata de la gestión micro de la pandemia en unos países frente a otros, sino que esta pandemia es por definición un proceso global.

Ahora, el ranking y el relato se han visto obligados a desplazarse mucho más lejos, y nos muestra una parte de Asia y Oceanía como el territorio libre de covid. Poco importa que la zoonosis haya comenzado entre los murciélagos de alguna de sus zonas de selva, con una explotación descontrolada y por unas prácticas alimentarias muy poco saludables. Poco importa también el retraso casi crónico en la comunicación de las alertas y que tengan la experiencia reciente de zoonosis anteriores.

Por otra parte, Wuhan por ejemplo supone el cinco por ciento de la población de toda China, por lo que el cierre de fronteras y el confinamiento total ha sido posible gracias a que el resto de China ha podido mantener la producción y la actividad. Todo ello en un sistema político centralizado y autoritario.

Tampoco los conservadores australianos, con un sistema sanitario en que la atención primaria y especializada están privatizadas, parece que hayan priorizado más la salud que muchos de los países europeos con sistemas sanitarios públicos.

Compararlo pues con Europa es tanto como poner África como ejemplo, donde la densidad es muy baja en la mayor parte del territorio. La incidencia y la mortalidad en toda África está por debajo de la sufrida en España. La deducción de todo ello sería considerar la gestión de la pandemia y la situación social y sanitaria de África como un ejemplo y la causa del buen desempeño. Sin embargo, al margen de su conocimiento de las pandemias infecciosas y su respuesta comunitaria, lo determinante son la geografía, la demografía y la movilidad. No es casual ni su situación geográfica, la densidad poblacional, la movilidad ni sus experiencias previas.

Porque un territorio tan densamente urbanizado y con una actividad económica ligada a una movilidad alta como ocurre en Europa y América, paralizar todo al mismo tiempo e impedir la movilidad no era viable, ni siquiera en el mes de marzo, cuando hacía semanas que el virus campaba por Italia, Francia o España, a no ser que haya otra parte del continente que esté libre y produzca para ti, como ha ocurrido con Wuhan en China.

Tampoco parece que se valoren los efectos contraproducentes del confinamiento, no solo en general en la actividad económica y social, sino en particular en el equilibrio emocional, la soledad, así como en la equidad y la igualdad social, a consecuencia de las brechas en el trabajo, la educación y la sanidad telemáticas.

En definitiva, se nos presentan como ejemplos a seguir unas zonas geográficas y económicas y unos sistemas sociales y políticos como los asiáticos, que poco tienen que ver con los nuestros, como el paradigma de la estrategia alternativa de la respuesta rápida y eficaz con la que han logrado cortar la pandemia.

El problema es comparar datos de regiones con determinantes geográficos, económicos, culturales y de movilidad muy diferentes.

Lo único importante, al parecer, es que han cortado la transmisión, y por tanto que su estrategia de eliminación del virus ha sido la acertada, lo que se demostraría en sus últimos datos de baja o casi nula incidencia y mortalidad, mientras que, por contra, nuestra estrategia actual de mitigación no ha evitado la segunda y tercera ola y a tenor del saldo abultado de infectados y fallecidos, ha fracasado. Bastaría pues con que nos sumáramos a su estrategia de eliminación para cortar radicalmente la transmisión y encaminarnos hacia el fin de la pandemia.

Y es cierto que probablemente tenemos mucho que aprender tanto de sus sistemas de alerta, de sus avances tecnológicos y de digitalización, así como de su disciplina social para los cierres perimetrales de barrios y ciudades, así como de confinamientos y cuarentenas. Aunque no sean equiparables ni sus condiciones geográficas, que van desde islas a estados que son continentes, ni su densidad de población y modelos de movilidad, ni sus relaciones familiares y sociales ni su cultura sociopolítica.

Siempre hay que aprender algo de los que tienen buenas cifras, pero no para aplicar mecánicamente medidas que con una alta transmisión, determinantes sociales y de movilidad muy diferentes y en un contexto pluralista... no son viables.

¿La pregunta es que si tantos y tan obvios son los beneficios de su estrategia de eliminación del virus, por qué no ha sido incorporada desde el principio y de forma mayoritaria, y por qué sin embargo buena parte de los países más desarrollados optan hoy por mantener la política de mitigación, hasta tanto se generalice la vacuna? ¿Estaremos obcecados o somos unos malvados sin entrañas?.

¿Y cómo es que tampoco ni la mayoría de los científicos ni los organismos internacionales, regionales o estatales han hecho otra cosa que animarnos a mantener y si acaso reforzar el rumbo de la mitigación, hasta tanto contemos con una extensión de la vacuna tan amplia que nos permita la ansiada inmunidad de grupo?

¿No será entonces que la estrategia de erradicación y eliminación que se plantea solo era posible al inicio de la covid-19, cuando todavía no había habido transmisión comunitaria y por tanto con experiencia previa y programas articulados, y no en todo el mundo sino en particular en islas o territorios que pueden ser aislados o cerrados durante un tiempo no precisamente corto?

En los demás países y continentes, la gran mayoría, nos queda la mitigación, que es en lo que estamos desde hace un año en Europa, América, África y en menor medida en Asia. Porque en definitiva no se trata de la gestión micro de la pandemia en unos países frente a otros, sino que esta pandemia es por definición un proceso global, donde la situación, los ritmos y las estrategias no son ni pueden ser uniformes.

Cuidado con los ranking que los carga el diablo. La salud pública no es un dogma.

El problema es comparar datos de regiones con determinantes geográficos, económicos, culturales y de movilidad muy diferentes. El objetivo compartido es acabar con la pandemia. Unos con una baja incidencia y otros con trasmisión comunitaria. No estamos para darnos lecciones de excelencia. Como mucho para aprender sobre la marcha de nuestros errores. Cuidado con los ranking que los carga el diablo. La salud pública no es un dogma.

En Europa y en buena parte del mundo desarrollado ha habido exceso de confianza y falta de preparación y coordinación regional, en un contexto además de alta densidad poblacional y movilidad, a los que en España se añade la debilidad de nuestra salud pública, los recortes en particular de la atención primaria y una oposición política beligerante frente al estado de alarma y las medidas de protección de la salud.

Ahora que apenas estamos saliendo de la tercera ola, no está de más recordar que se trata de una pandemia respiratoria y que en cuanto nos reunimos, nos desplazamos o relajamos las medidas de mitigación públicas y personales, aumenta la transmisión y la mortalidad. Esto será así hasta la vacunación y la consolidación de la inmunidad de grupo.

Se trata de contar con la ciencia, que ofrece distintas estrategias, y optar por aquella que se adapta a realidades diferentes y cambiantes y que desde la política se considere la mejor de las posibles. Eso hoy en el mundo se hace de distintas formas pero mayoritariamente mediante la mitigación de la pandemia. No hay recetas que valgan para todos y en cualquier momento. No existe una alternativa a la estrategia de mitigación al margen de la situación, el contexto, la relación de fuerzas y la realidad social y cultural. Las soluciones de laboratorio deben realizarse mediante la política.

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Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.