Manuel Martín, la mitad del dúo

Manuel Martín, la mitad del dúo

Acabó harto de la música. Tanto, que hace más de cuarenta años que no ha vuelto a tener contacto con nadie del negocio.

José y Manuel, el dúo.Miguel Fernández.

Manuel, o Manolo, como lo llaman sus amigos, acabó harto de la música. Tanto, que hace más de cuarenta años que no ha vuelto a tener contacto con nadie de ese negocio. Con su hermano José Antonio formó un dúo, José y Manuel, antes de integrarse en Solera, uno de los grupos más efímeros y brillantes del pop español. A pesar del prestigio que había obtenido como bajista, Manolo Martín (Málaga, 1946), dejó los escenarios para trabajar en una editorial. “Tenía dos hijas, una familia. No me arrepiento de la decisión que tomé”, me cuenta.

Los hermanos Martín habían descubierto su afición musical gracias a un regalo de reyes. A José Antonio le echaron una bandurria y acudió a los Coros y Danzas a aprender a tocarla. Allí conoció a una muchacha pizpireta que cantaba muy bien, a la que todos llamaban Pepita y que apenas un año después se convertiría en Marisol.

También los Martín abandonarían la capital malagueña para instalarse en Madrid porque trasladaron al padre, guardia civil. Manolo y una hermana fueron los primeros en abandonar la casa que ocupaban en los alrededores de la Plaza de la Merced, a pocos pasos de la casa natal de Picasso, para buscar trabajo en el nuevo destino. 

“Empecé como administrativo en una agencia de viajes -relata Manolo. Por las tardes, mi hermano y yo componíamos canciones. José Antonio tocó con Los Vuelcos, unos chicos valencianos. Con ellos aprendí a tocar el bajo mientras actuábamos en el Hotel Universal de Pontevedra. Luego conocimos a Joaquín Torres que nos presentó a su padre, un directivo de El Corte Inglés que se ofreció a ser nuestro productor. Nosotros teníamos nuestros instrumentos pero él nos compró otros mejores, también trajes y hasta nos buscó un local para ensayar. Uno de los componentes de Los Vuelcos tuvo que casarse y el grupo se disolvió. Fuimos a contárselo a los grandes almacenes y quedó en que hablaríamos pero cuando a los pocos días volvimos al local, no había nada. Se había llevado todos los instrumentos, los que él había comprado y los nuestros.”

Pese al incidente, la amistad con Torres, que formaba parte de Los Pasos, les llevó al despacho de Rafael Trabucchelli, el todopoderoso director artístico de la discográfica Hispavox. El productor les tomó cariño y se entusiasmó con lo que le cantaron, aunque fuera en un  “inglés de camelo”.

-Vamos a salir con un elepé -anunció Trabucchelli. En esa época, lo normal era presentarse con un disco pequeño pero José y Manuel lo hicieron con Génesis, un álbum ambicioso que recibió excelentes críticas.

“De cerca, Trabucchelli era una persona entrañable. Aunque estuviera liado, siempre nos recibía. Como estábamos sin un duro, le presentábamos una canción y nos adelantaba algo de dinero. Siempre se quedaba contento. Ésto para el próximo disco, decía. Con nosotros siempre se portó bien aunque, en honor a la verdad, tenía ideas distintas a las nuestras. En algunas canciones metía trompetas y cosas que nosotros no habíamos pensado porque estábamos más cerca del folk pero como era dios no le íbamos a decir que no nos gustaban. Él se encargaba de todo y nos encontrábamos con el disco terminado. A Waldo, por ejemplo, lo vimos siempre de lejos, con su Lamborghini. No llegamos a tratarlo nunca. Grabábamos las bases y ellos metían lo demás.”

Tras el siguiente elepé, Pronto amanecerá, editan una canción que suena con insistencia en las emisoras, Teresa, arropada por unos espléndidos arreglos de De los Ríos. Los hermanos, sin embargo, están a punto de iniciar una nueva etapa en su carrera. Con Rodrigo García y José María Guzmán han formado el grupo Solera y, también bajo la supervisión de Trabucchelli, se disponen a presentar un deslumbrante álbum que incluye éxitos como Calles del viejo París, Linda prima o Juan. Sin embargo, los acontecimientos se precipitan.

“Nos disolvimos en plena campaña de promoción por un detalle tonto. Elvis Presley ofreció un concierto y la televisión lo retransmitió. Trabucchelli nos había autorizado a que ensayáramos de noche en el estudio de Hispavox. Teníamos la canciones trilladas así que mi hermano y yo decidimos quedarnos en casa a ver el concierto de Elvis. Los demás se cabrearon mucho. Como el grupo no tenía un batería, ellos buscaron uno y nos dijeron que teníamos que separarnos pero querían quedarse el nombre. Incluso en alguna actuación lo utilizaron sin nuestro permiso. O sea, que los habíamos llevado nosotros a Hispavox y nos pagaban de aquella manera, queriendo quedarse hasta la marca.”

Con otra banda, Nuevos horizontes, no les fue mejor. Publicaron Telaraña, otro disco elogiado por la crítica, y no les faltaron actuaciones. A José Antonio le cansaba ese ritmo de trabajo pero Manolo lo prefería a la inseguridad de los bolos

“En la última gala que hicimos tras el disco Telaraña, el dueño del local le comentó a mi hermano lo difícil que estaba el negocio. Le enumeró los gatos y ahí deslizó el dato: 

-A vosotros os hemos tenido que pagar veinte mi. 

-¿Veinte mil?, -se extrañó mi hermano-, pero si el manager nos ha dicho que veníamos por quince. 

De esa forma descubrimos que nos habían estado engañando, nos decían una cantidad y se repartían otra. En fin, que con tanto sinsabor, acabé harto de la música.”

El par de singles producidos por Tony Luz que grabaron después, ya como José y Manuel otra vez, no obtuvieron apenas repercusión. 

En esa época -continúa- cambió la forma de hacer promoción. Se comenzó a pagar dinero. Al principio, Hispavox se negó. También los gustos de la gente. A nosotros nos afectaron todos esos cambios”. 

Los caminos profesionales de los hermanos se bifurcan. José Antonio, fallecido en 2017, siguió trabajando en el negocio: compuso Quédate esta noche, la canción con la que Trigo Limpio acudió a Eurovisión en 1980,  acompañó a artistas como José Vélez o Juan Pardo y abrió una academia para enseñar música. 

Manolo encontró trabajo en una editorial y luego saltó a otras empresas. Hasta hoy.

“No, no me arrepiento. Tampoco de haberlo dejado después. En aquella época, hacíamos galas y no se pagaba un duro a la Seguridad Social, ningún empresario cotizaba por tí. De no haberme buscado un trabajo normal, hoy no tendría jubilación. Me retiré a tiempo.”

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).