Margaryta Yakovenko: "Estuvimos viviendo de forma ilegal un año. Es lo que le pasa a casi todos los migrantes"
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Margaryta Yakovenko: "Estuvimos viviendo de forma ilegal un año. Es lo que le pasa a casi todos los migrantes"

Entrevista con la autora de 'Desencajada', que reflexiona sobre identidad, duelo migratorio y racismo institucional.

Margaryta YakovenkoCEDIDA POR CABALLO DE TROYA

Margaryta Yakovenko (Ucrania, 1992) se pasó todo el día llorando cuando la semana pasada los medios anunciaron que el Gobierno se estaba planteando confinar la ciudad de Madrid por el coronavirus. Este no sería el segundo confinamiento de Yakovenko, sino el tercero. De pequeña, vivió algo muy parecido al encierro que todavía hoy recuerda como un trauma.

Fue cuando a los siete años emigró desde Ucrania con sus padres, que fueron a parar a un pueblo de Murcia donde la niña tuvo que madurar a la fuerza. “Ahora me da miedo que me encierren; para mí es un trauma recurrente infantil que quiero evitar por todos los medios”, cuenta Yakovenko, que acaba de publicar Desencajada (Caballo de Troya). “Mis padres trabajaban fuera y yo estaba en casa en un país en el que no teníamos más familia, así que no había posibilidad de dejarme en casa de nadie ni de contratar a una niñera, porque no era viable económicamente”, explica Yakovenko. En realidad, esa soledad iba intrínsecamente ligada a su condición de migrante.

¿Y qué es eso? Para Yakovenko, ser migrante es no saber a qué lugar llamar ‘casa’; es no ser de aquí ni de allí, sino ambas cosas; ser migrante es irse de ‘vacaciones’ todos los años al país de donde procedes y no veranear en ningún sitio más; ser migrante es renunciar a una clase social; es sentirse español aunque tus documentos digan lo contrario; ser migrante es un sacrificio constante; es pasar por un duelo que la mayoría de la población no entiende. “Es esa sensación de no pertenencia, incluso esa culpabilidad por haber dejado tu país, por ver que la familia que dejas no ha mejorado su vida, por ver que no estás ayudando a que ese país prospere”, ahonda la autora.

“Mis padres todavía no han superado ese duelo, y llevan 20 años aquí. En mi casa sólo se ven las noticias de Ucrania o de Rusia, de un país en el que ya no viven, en el que no votan. A mis padres les afecta profundamente lo que pasa allí. Esa fase del duelo, de ‘no aceptación’, es muy real. No acabas de perder los lazos, y eso te hace sentir que no sabes donde estás, porque te duele lo que pasa aquí, lo que pasa allí, la familia que tienes allí, la familia que tienes aquí…”, ilustra la escritora y periodista. Algo que le ocurre también a la protagonista de Desencajada.

¿Dirías que a un emigrado sólo lo entiende otro emigrado?

Sí, cien por cien. Es difícil ponerse en la piel de una persona que siente que su identidad no está tan clara. Yo conozco a mucha gente de aquí que no se ha mudado de ciudad en toda su vida, o a lo mejor sólo para estudiar o para irse de Erasmus, pero esa experiencia es distinta, es puntual, no sientes que tu identidad se ha perdido por el camino, sólo has pasado 9 meses en otro país. 

La experiencia migratoria es mucho más extensa, y te encuentras con que es difícil explicar a la gente cómo es posible sentir que tú no tienes una casa, o que dudes incluso cuando dices: ‘Me voy a casa a no sé qué’, y no sabes a qué casa te refieres. ¿A qué llamamos casa? ¿A la casa de nuestros abuelos, donde tampoco llegamos a vivir? ¿A la casa a la que regresamos una vez al año, o ni eso? ¿A la casa de mis padres, que están en otra ciudad? ¿A la casa que yo me alquilo aquí? Al final, pierdes esa noción de hogar. Los migrantes buscamos un lugar en el que formar un hogar, básicamente. Un lugar en el que dejar de movernos y al que podamos llamar casa.  

Da igual que seas enfermera, porque si puedes limpiar casas en otro país y ganar más dinero para que tu hija esté bien alimentada, acabas teniendo la decisión muy clara

La madre de la protagonista de Desencajada era enfermera en Ucrania, pero en España se dedica a limpiar casas. ¿Hasta qué punto compensa ese cambio de vida?

Viéndolo desde fuera y con perspectiva, no compensa de ninguna manera. Los padres de Daria [la protagonista] sienten una gran responsabilidad y quieren darle una vida que creen que será la mejor para ella. Ellos viven en un país pobre que acaba de quebrar a todos los niveles, social, política y económicamente; vienen de una situación económica en la que de pronto dejan de cobrar sus salarios de funcionarios en Ucrania; y se ven en la obligación de preguntarse qué viene después. Ellos quieren que su hija esté bien, que tenga al menos lo básico, que puedan ir al mercado y comprarle unos plátanos, cosa que era imposible en Ucrania en ese momento. Así que deciden que su profesión y su vida tampoco son tan importantes si lo que pasa es que tu frigorífico está vacío. Da igual que seas enfermera, porque si puedes limpiar casas en otro país y ganar más dinero para que tu hija esté bien alimentada, acabas teniendo la decisión muy clara.

La protagonista, en un momento dado, siente un rechazo hacia su lengua materna, el ruso. ¿A ti te pasó lo mismo?

Yo hablo ruso y leo en ruso, pero no escribo en ruso. Bueno, me escribo con mi familia, pero no pienso en ruso, no soy capaz de escribir un artículo, por ejemplo. No considero que sea la lengua en la que me puedo expresar con toda la comodidad con la que me expreso en español. Pero nunca renegué del ruso. Mi hermano, por ejemplo, que tiene 15 años y nació aquí, no habla conmigo en ruso, sólo se dirige a mí en español. Con mis padres sí que lo habla, porque en casa se habla en ruso, pero él reniega completamente de ese idioma, no es capaz de escribirlo ni de leerlo, y tampoco tiene interés. Creo que eso es más común para la gente que ha nacido aquí. Él lo que quiere es estar integrado de todas las formas posibles, y el ruso no es algo que le integre y le haga ser uno más, sino todo lo contrario. 

Él se siente igual que el resto, pero sabe que la gente no lo percibe como tal. Ese es uno de los problemas a los que nos enfrentamos los migrantes: por mucho que intentes integrarte, hay gente que cree que no eres como ellos. Mi hermano nació aquí, en el mismo hospital en el que nacen todos los niños de mi pueblo. Desde el primer momento, su mote ha sido ‘el ruso’. Mi hermano ni siquiera ha pasado por un proceso de migración, mi hermano es de Murcia de toda la vida, habla con acento murciano, pero es alto, rubio, con los ojos claros, y tiene cara de ruso y su familia es rusa. 

También hay un racismo institucional ahí. Mi hermano, cuando nació, no era español, era ucraniano porque era hijo de migrantes ucranianos, aunque hubiera nacido en España. Hasta hace dos años, seguía siendo ucraniano. Así que por mucho que te sientas completamente español, como en su caso, hay unos agentes, que son el Estado y que le dicen que no lo es.

Por mucho que intentes integrarte, siempre hay gente que cree que no eres como ellos

Me parece muy potente ese racismo institucional del que hablas, y que se ve perfectamente en el libro.

Sí. Por mucho que te sientas española, da igual, porque en tu pasaporte no dice eso. También pasa en Estados Unidos, que tienen lo de las razas todavía, ¿en qué mundo vivimos? Pero al menos en Estados Unidos te dan la nacionalidad por haber nacido ahí; en España, va por sangre. ¿En qué siglo estamos para considerar que la sangre de una persona es la que dice si es ucraniana o española? Los procesos por los que tiene que pasar una persona para llegar a ser española son casi una prueba de competición olímpica. Es verdad que depende del país del que procedas, pero en muchos casos tienes que estar diez años viviendo legalmente en España, que eso son muchos más años en realidad; luego tienes que pedir la nacionalidad y esperar otros tantos años a que te la aprueben. Yo tardé 20 años exactamente en conseguir la nacionalidad: diez años viviendo legalmente y otros diez en conseguirla.

En el libro, la protagonista paga por agilizar ese trámite. ¿Eso es así en la realidad?

Esto es real. Cuesta 1.500 euros agilizar un trámite de nacionalidad. Hay bufetes de abogados que están especializados en esto. Cuando pagué, tardé exactamente 40 días en recibirla, después de haber estado esperando diez años. Es una prueba más de que pagando llegas a cualquier sitio.

  Portada de 'Desencajada'.CABALLO DE TROYA

En el libro también se habla de una regularización ‘masiva’ de migrantes que precisamente aprobó el Gobierno de Aznar. 

Sí.  

A día de hoy parece una locura… En la pandemia, países como Italia y Portugal sí dieron el paso, pero España no. ¿Crees que es una oportunidad perdida?

Ahora mismo en España las únicas regularizaciones que se hacen son las de los temporeros. Necesitamos mano de obra, porque ni siquiera con la crisis hay españoles que quieran estar en el campo, así que traen a gente que durante tres meses trabaje en la fruta y luego los devuelven a su casa. Evidentemente, muchos lo que hacen es quedarse de forma ilegal, pero la política que había antes, aun con el Gobierno de Aznar, aunque fuese por conveniencia y por necesidad de mano de obra, era más benévola. No tanto de acogida, pero sí de dar permisos de residencia y luego que cada uno haga lo que pueda.

Es una visión totalmente liberal; no es una política social, ni de acogida, ni nada. Pero si vemos las políticas de la izquierda, tampoco es que sean la mejor forma de integrar a la persona en el país. Intentan luchar por mejorar los CIEs, o por cerrarlos, cosa que ya debería estar hecha desde hace muchísimo tiempo, o por mejorar la situación en su país, pero ‘mejor que no vengan’. Me cuesta decir esto, pero las políticas que parecen más benévolas con los migrantes son precisamente las liberales; no son ni las conservadoras ni las progresistas.

Los procesos por los que tiene que pasar una persona para llegar a ser española son casi una prueba de competición olímpica

¿Qué se te pasa por la cabeza cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid achaca los contagios al “modo de vida” de los migrantes?

España ahora mismo es el país con más contagios por habitante, es el foco de Europa. ¿Qué tenemos que decir entonces de la forma de vida de los españoles? En España, el porcentaje de población migrante es el 9 o el 10%. No pueden decir que sólo se estén contagiando los migrantes, no nos pueden echar la culpa a nosotros; igual es la forma de vida de todo un país. O de la misma Ayuso, que también se contagió.

A lo largo de tu vida, ¿te ha dolido más el racismo social o institucional?

El institucional sin duda. Dentro de la sociedad española, no he sentido que no me aceptasen. También es verdad que soy blanca, vengo de un país de Europa, aunque no esté dentro de la Unión Europea; pero sí he sentido por parte del Estado un trato vejatorio.

Desde los mismos procesos de ir a Extranjería. Muchos españoles no sabrán lo que es, pero es un proceso terrible. En la mayoría de los casos te tienen esperando en la calle, no te puedes sentar, tienes que pedir una cita a las seis de la mañana, estar esperando desde las seis en la puerta de comisaría, con un montón de gente más que está igual que tú. En Cartagena luego instalaron una especie de sillas de plástico bajo el sol, ahí, en Murcia, en un patio. Sólo vas allí a renovar un permiso, pero por la forma en que te tratan te sientes como una delincuente, como si algo no estuviera bien.

Y luego están las opciones que tienen los españoles y no los extranjeros, como por ejemplo opositar. Aunque hayas hecho la carrera en España, no tienes derecho a presentarte a una oposición pública, o acceder a muchas becas. Hay un montón de becas que no he podido pedir simplemente porque el primer requisito era tener la nacionalidad española. Las del Ministerio sí están disponibles, pero sólo si tienes el permiso de residencia. Si no, olvídate. 

O el mismo derecho a voto. ¿Cómo es posible que después de 20 años viviendo aquí, trabajando, pagando impuestos, no tenga el derecho básico de ir a votar a elegir quién me va a imponer esos impuestos?

Aunque la gente no me trate mal; aunque la Policía no me detenga por la calle porque no me perciben como peligrosa, en el sentido en el que ellos perciben el peligro; aun así, el Gobierno me dice que yo no soy como los demás.

¿Crees que habría sido peor si fueras negra?

Sin duda. No sé cuántas personas me habrían descartado para un puesto de trabajo, por ejemplo. A mí no me ha pasado, pero esto pasa.     

No sé qué clase de monstruos se imaginan, pero los migrantes sin papeles son familias que están viviendo aquí pero no tienen la posibilidad de regularizar su situación

Por lo que he entendido, hubo un momento en el que tú y tu familia vivisteis en España sin estar regularizados, ¿no?

Sí, estuvimos viviendo de forma ilegal un año o así. Es lo que le suele pasar a casi todos los migrantes. Es muy difícil llegar aquí con un permiso de trabajo.

No sé qué piensa la mayoría de la gente al oír ‘inmigrante ilegal’, pero probablemente no se imaginan a alguien como tú.

Para la gente, los migrantes sin papeles es algo terrible. No sé qué clase de monstruos se imaginan, pero los migrantes sin papeles son familias que están viviendo aquí pero no tienen la posibilidad de regularizar su situación porque no tienen ningún empresario que les quiera hacer un contrato. Si hay migrantes sin papeles es porque hay gente que no quiere que tengan esos papeles. Esos migrantes están trabajando, aunque sea de forma ilegal. Entonces, ¿la culpa es tuya por no tener los papeles o del empresario que no te los quiere dar? 

En el libro hablas de la obsesión por la excelencia de la protagonista, de autoexigirse mucho más porque tener que demostrar más que el resto.

En mi caso ha sido así, como lo es en el caso de muchas mujeres. Sientes que tienes que demostrar cinco veces más que tu compañero de al lado para que te den ese puesto y, aun así, lo más probable es que no te lo den. Pero en el caso de los migrantes es aún cinco veces más. Si se junta que eres una mujer joven migrante, ya ni te cuento. La cantidad de estrés y ansiedad que sufres porque sientes que no te mereces estar en ese lugar porque a tu alrededor no hay nadie como tú. Esa es una de las formas de decirte ‘no perteneces a este sitio’. 

Cuando estás en un periódico, o en cualquier otra empresa, donde eres la única migrante, dices: ‘Vale, quizás este lugar no me corresponde’, y te sientes mal, y sientes que tienes que demostrar más que tus compañeros, y sientes que no se te va a valorar igual. Y eso pasa desde el colegio: sientes que tienes que responder al trabajo de tus padres, que han hecho un esfuerzo enorme por que tú estés aquí, así que no te puedes permitir fallar, no hay posibilidad de fallo, no puedes permitirte quedarte en el paro. 

Imagino que eso crea un estrés y una ansiedad importantes.

Dímelo a mí. 

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es