'Masaje para un cabrón': la venganza de unas mujeres hartas

'Masaje para un cabrón': la venganza de unas mujeres hartas

Como Tasia, hay muchas mujeres que hace años que soportan las penurias impuestas desde arriba. Están hartas de esconder su miseria, de las visitas a escondidas a los comedores sociales; hartas de los maridos acabados que las lastran; hartas de que los canallas poderosos que han arruinado a sus padres, a sus hermanos o a ellas mismas con las preferentes o las acciones en los bancos, sigan campando a sus anchas por el barrio o por la tele. Y están decididas a hacer algo.

Tasia ha echado a andar por las librerías. Deambula entre tantas estanterías y torres de papel y aún está perpleja ante el libro que tiene entre las manos. ¡Hace tanto tiempo que no puede detenerse un rato a hojear portadas! El título la ha dejado clavada. Masaje para un cabrón, justo el que ella utiliza en sus cuadernos. Lo que esa portada y contraportada cuentan es su vida. Literal. Alguien ha robado sus apuntes y los ha puesto allí, todos juntos, contando su secreto, su venganza y la de sus compañeras. O quizá no es ella, sino la historia de los millones de Tasias que hay por ahí, soñando con idénticos proyectos de venganza.

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Los siete años de crisis económica le han jodido la vida. Literal. No valen las palabras flojas, porque ella no lo es y hace tiempo que está tan cabreada que ha perdido una parte de la educación que un día recibió, pese a que aún le quedan sentimientos. Va por los cuarenta y muchos, y hasta ayer, como quien dice, era una tipa de éxito, con unas manos mágicas que dejaban a sus clientas de Fuenlabrada con una piel de anuncio. Rotunda, con curvas y una peculiaridad en la boca que aún hipnotiza a cada hombre que la mira en el tren o en el metro. Pero ya no le queda nada: su hijo es un nini emigrado, su hija una universitaria avergonzada de la nueva situación de sus padres. Su negocio de belleza ha sido liquidado por su marido y su chalé adosado, hipotecado y sin pagar, a punto de desahucio. Eso sí, tiene la rabia recuperada tras bordear el abismo. Ahora se despierta cada mañana con ganas de coger la metralleta y llevarse por delante a todos los canallas que han arrasado su vida, empezando por el gilipollas con el que duerme, que un día se dejó engatusar por los cabrones del banco y el concejal de obras que le arrastró a una escalada de levantar ladrillo tras ladrillo cuando los tabiques del país ya se derrengaban.

Da rienda suelta a su cólera con el apoyo de las otras tasias que descubre a su alrededor. Hay decenas, muchas amigas y vecinas de Fuenla primero. Luego, las que se topa en su recién estrenado trabajo al otro lado del mundo, en el Madrid Norte de las torres de lujo, el hotel de cinco estrellas donde curra como limpiadora temporal. Como ella, hace años que soportan las penurias impuestas desde arriba. Hartas de esconder su miseria, de las visitas a escondidas a los comedores sociales; hartas de los maridos acabados que las lastran; hartas de que los canallas poderosos que han arruinado a sus padres, a sus hermanos o a ellas mismas con las preferentes o las acciones en los bancos, sigan campando a sus anchas por el barrio o por la tele. Alrededor de un café ¡qué torrente de ideas entre tantas conversaciones sobre cómo llevárselos por delante!.

Hasta que un día salta la ocurrencia. Si la justicia divina tarda en llegar tanto como la terrenal, lo mejor es coger la sartén por el mango. Aún no son conscientes de que lo que una banda de mujeres puede hacer cuando toma la venganza entre sus manos puede reventar la historia de un país en el diván del psiquiatra.

El problema de Tasia y su pandilla será cuando descubran que su sueño es ya realidad, que pueden llegar hasta los escalones más altos de la podredumbre. ¿Y quién las condenará si tienen éxito? ¿Los que las han arrastrado a la desesperación y la indignidad de sus vidas? No, ni hablar, los malos no siempre ganan, y menos cuando los buenos, por fin, se hacen aún más malos. Tienen detrás a millones de mujeres silenciosas -hijas, madres o abuelas- que de un garbanzo hacen un cocido como en los viejos tiempos, de una pensión de 600 euros mantienen a un ejército de hijos y nietos en paro. Heredan el coraje de sus abuelas, pero además tienen estudios, viven en la era de internet y han trabajado y vivido en libertad. Ahora no se resignan a regresar a las cuevas.

Cualquier parecido con la realidad no es casualidad. Es más, la realidad ha ido tan deprisa que ha estado a punto de arruinar la historia que recogen los cuadernos que Tasia ha transformado en diario.

Estas son sus primeras jornadas en las librerías y la sensación es idéntica a la del primer día que dejó a su hijo en la guardería. Qué la fuerza la acompañe.

A continuación puedes leer el primer capítulo de Masaje para un cabrón (Espasa)

Masaje para un cabrón by El Huffington Post