Modistas, activistas y empresarias: la historia de las mujeres ignoradas que cambiaron la moda

Modistas, activistas y empresarias: la historia de las mujeres ignoradas que cambiaron la moda

La periodista Leticia García reivindica su figura en su libro 'Batallón de modistillas'.

Thea Porter, en su tienda de Londres a finales de los setenta.Ben Martin via Ben Martin/Getty Images

Olvidadas, ignoradas y menospreciadas. A lo largo de la historia las mujeres han estado en un segundo plano en la industria de la moda. Podría parecer una paradoja que en una industria que vive de ellas, las mujeres se dedicaran a ámbitos vistos como menores como la confección, mientras ellos se llevaban la gloria de ser genios de la creatividad. Es la realidad.

A muchas de las que diseñaban tampoco se las recuerda —más allá de grandes nombres como Chanel, Schiaparelli o Vionnet— y se las ha condenado al ostracismo en la historia. Sobre todo esto reflexiona la periodista y escritora Leticia García en su libro Batallón de modistillas, un repaso a todas esas mujeres que cargaron con el peso de la industria desde los talleres y a esas pioneras en temas de sostenibilidad o empresa a las que no se da el crédito suficiente. 

García comenzó a investigar a raíz de varias ideas que había tratado en algunos reportajes. “Hice un tema sobre si cambiaba algo cuando era una mujer la que diseñaba y no un hombre y me fui dando cuenta de que sí, era verdad, que ahora que hay más diseñadoras mujeres, pues se nota más. Que no son diseños tan espectaculares, en muchos casos, pero la ropa está para ponérsela, y cuando en realidad muchos de los diseñadores hombres que eran unos genios y a los que se ha encumbrado tanto hacían ropa que estaba pensada más para ser vista que para ser llevada. Desde bolsillos, cremalleras, una manga realista que levantes el brazo y realmente lo puedas levantar”, reflexiona la periodista. Uniendo esa idea con la de las decenas de mujeres olvidadas que no aparecen en los libros de Historia construyó el libro. 

“Decidí acotarlo por tiempo y porque también quería que no hubieran nacido ricas. Que la moda es algo que siempre ha estado muy asociado a la aristocracia y al dinero y que ya si naces mujer es jodido pero si naces en una familia con contactos lo has tenido mucho más fácil. Entonces quería que ellas vinieran de una clase social baja o media y que montaran las empresas ellas solas sin ayuda de nadie”, señala sobre la selección de nombres. 

Las poco valoradas modistas

Ann Lowe, menospreciada e ignorada por ser negra, fue una de las modistas de cabecera de Jackie Kennedy y Thea Porter fue la pionera del bohemio en los sesenta antes de que se popularizara a nivel global décadas más tarde. Ella misma pensaba que no estaba haciendo nada relevante en su taller en un sótano londinense. La profesión de costurera o modista habitualmente se ha visto como algo menor en comparación con la de diseñador, algo que se puede extrapolar a otras posiciones creativas. 

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“Es una pena. Durante mucho tiempo, y supongo que en otras profesiones creativas ha pasado esto de que una cosa es el que piensa y otra cosa el que ejecuta, y el que ejecuta parece que es de menor rango. Hay un capítulo en el libro, en el de Janey Ironside, que ahí se cuenta un poco cómo durante bien entrado el siglo XX todavía eran ellos quienes podían acceder a pensar, desde el diseño de interiores a la arquitectura, y ellas eran corte y confección, y sigue siendo así. Si tú te vas a las fábricas del mundo, te vas al sudeste asiático, ellos son los dueños de las fábricas o los encargados y ellas son la mano de obra”, cuenta García. Es que es fuerte, ¿por qué es tan denostado algo que es el trabajo manual y la persona que construye la ropa? La que sabe de primera mano cómo hacer las cosas. Es triste pero es así”, reflexiona la periodista. 

En los últimos tiempos se ha intentado reivindicar la artesanía, pero eso no incluye al día a día de las mujeres que cosen las prendas que cogemos del armario cada mañana. “Se habla de las petite mains, esas costureras que son como genios en los talleres de alta costura, pero claro la alta costura es una cosa menor, es como un escaparate, como quien hace una escultura. Entonces se habla de la artesanía pero no en los términos que se tenía que hablar”, señala García.

¿Por qué es tan denostado algo que es el trabajo manual y la persona que construye la ropa? La que sabe de primera mano cómo hacer las cosas. Es triste pero es así

“Es que en España en nuestras familias siempre hemos tenido una modista, ya sea una tía o una tía abuela, y en muchos casos son mujeres que sacaban adelante a sus familias trabajando así. Y ahora, por ejemplo, en Camboya o en Bangladesh hay muchas mujeres que sacan adelante a su familia cosiendo, y dices, bueno, ¿cuándo se va a reconocer esta labor?”, se pregunta la periodista. Durante los años del franquismo, las modistas eran la mano de obra de los talleres y en su mayoría trabajaban en condiciones precarias con sueldos con los que apenas llegaban a fin de mes. 

“No tenía ni idea de que se habían unido para ganar derechos y mejorar sus condiciones laborales, los Sindicatos de la Aguja…”, cuenta García sobre la lucha por ganar derechos de estas mujeres, que ha descubierto documentándose para escribir su libro. “España a principios del siglo XX era una fuerza textil brutal. Tenía un montón de fábricas y en esas fábricas eran ellas las que sostenían el negocio, las que estaban explotadas y las que se asociaron, se reunieron, se pusieron en huelga y consiguieron ganar derechos. Pocos, pero algunos”, añade.

Una cuestión de clase

Todas esas modistas cosiendo a destajo en los talleres no venían de entornos adinerados, porque la moda era y es una cuestión de clase. “Han cambiado muchas cosas pero lo sigue siendo. Al final en la moda tira mucho el tema de la apariencia. La moda sirve en cualquier situación para hablar de ti o para expresar tu identidad o cómo quieres ser visto, que no necesariamente es cómo eres, y el motor social sigue siendo ese, el segregar”, explica García. “Hay marcas que están pensadas para que el que mira al que lo lleva piense que tiene dinero, hay marcas que están pensadas para que piensen que lleva una vida relacionada con la intelectualidad y con el arte… Está todo muy segmentado en este sentido, sigue siendo un método de distinción de clase social y de estilo de vida”, añade sobre la indumentaria.

España a principios del siglo XX era una fuerza textil brutal. Tenía un montón de fábricas y en esas fábricas eran ellas las que sostenían el negocio, las que estaban explotadas y las que se asociaron, se reunieron, se pusieron en huelga y consiguieron ganar derechos

Además, el acceso a las profesiones relacionadas con la moda o cualquier ámbito creativo es caro y complicado. “Ya no solo para los diseñadores, también para periodistas o editores de moda, ahora mismo trabajar de ello… Formarte es algo muy caro y solo se lo pueden permitir muy pocos. Los másters o los grados de moda son carísimos y luego necesitas una serie de contactos para acceder, es una cosa que todavía sigue siendo bastante endogámica”, revela la autora. 

El grueso de la mano de obra… hasta hoy

Esa mano de obra en los talleres de Asia que fabrican las prendas para una decena de marcas low cost siguen estando nutridos de mujeres que se juegan la salud exponiéndose a todo tipo de sustancias tóxicas por un sueldo irrisorio que no les permite vivir en condiciones dignas. Para García, el discurso que invita a los consumidores a dejar de comprar estas marcas es “un poco perverso” porque no carga la responsabilidad en las empresas sino en los clientes. 

“Por un lado es como, vamos a traer las fábricas a España o a Europa, dices bueno, para empezar el PIB de ciertos países viene de la confección, entonces si te cargas el tejido industrial te cargas al país, eso para empezar. Luego, el tema de echar la culpa al consumidor es bastante heavy porque la responsabilidad la deberían tener las empresas. Está mal comprar en Shein, pero está mal que se permita que Shein haga lo que hace”, sentencia la periodista. 

Además, denuncia otro discurso “muy complicado” que tiene que ver de nuvo con la clase social. “Es el que te dice ‘no, cómprate un abrigo de cashmere’. ¿Pero quién puede a hacer eso? Y el que puede hacer eso no tiene uno solo, tiene veinte. No solo le estás echando la culpa al consumidor por no estar informado, sino que también se la estás echando por pobre. No puede ser. Son las empresas las que tienen que tener responsabilidad, absolutamente. Además son ellas las que nos han educado en este modelo del usar y tirar”, reivindica la autora. 

  La periodista Leticia García.JAVIER.J.BAS

Innovaciones y el síndrome del impostor

A pesar que de les debemos numerosas innovaciones tanto en la ropa como en la forma de gestionar las marcas, las mujeres de la moda, igual que en otros ámbitos, se han enfrentado al síndrome del impostor.  Elizabeth Hawes —pionera de la moda inclusiva— no lo tenía porque era una fuerza de la naturaleza, pero muchas sí lo tienen, claro. Porque ya no es solo que ellas no diseñen, sino que cuando llegan a diseñar, en las ejecutivas de las empresas quien manda y toma decisiones son ellos”, señala García. 

“Tenemos el síndrome del impostor en general, pues en la moda también. Tienes una idea pero te da miedo decirla porque no sabes cómo se lo van a tomar. Vas por la vida con mucha más cautela y en muchas ocasiones, como en el caso de Thea Porter, pues ni ella misma se creía que esas ideas que tenía de hacer que lo nuevo pareciera viejo, o ‘no tires esto y hazte un cojín’, pues fíjate, ahora estamos todos en eso y a ella le parecía una chorrada”, ejemplifica la periodista. 

Toda la revolución que ha habido en moda a nivel valores o a nivel teórico, esa idea de que las modas no tienen porque hacerte sentir guapa o servir para seguir el canon de belleza, sino que en la moda se puede tratar el feísmo y se puede tratar la política, la hicieron mujeres

García explica que “toda la revolución que ha habido en moda a nivel valores o a nivel teórico, esa idea de que las modas no tienen porque hacerte sentir guapa o servir para seguir el canon de belleza, sino que en la moda se puede tratar el feísmo y se puede tratar la política, la hicieron mujeres”.

La escritora cita los ejemplos de Miuccia Prada, Jil Sander o Rei Kawakubo entre los ochenta y los noventa y además explica que las diseñadoras mujeres fueron las primeras en tratar la sostenibilidad a finales de los ochenta. “Porque al final las que trabajan las telas con las manos son las que se dan cuenta de todas estas cosas”, recuerda la autora.