Morricone, 'Cinema Paradiso' y el cine que ya no será

Morricone, 'Cinema Paradiso' y el cine que ya no será

Nos queda el cine con su música, imperecedero, irrepetible.

Ennio Morricone. Pier Marco Tacca via Getty Images

Una de las alegrías de estos extraños tiempos de pandemia fue conocer que se le había otorgado a Ennio Morricone el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020, compartido con John Williams, otro genio, y que lo recogería justo el día en que cumpliría noventa y tres. Y hoy hemos desayunado con una mala noticia, la marcha del gran Morricone. Nos deja música para el cine inolvidable, composiciones como las de La Misión, Novecento, Érase una vez en América, Hasta que llegó su hora, Días del cielo o Los intocables de Eliot Ness, cargadas de recuerdos vivenciales y de amor al cine.  

No pude evitar las lágrimas al escuchar su tema de amor en Cinema Paradiso, durante el concierto en Madrid de la gira de su despedida. Y tampoco pude evitarlo el otro día, viendo de nuevo la película. En aquel concierto, tuve la sensación de que aquella oportunidad era única, y que no se volvería a repetir. Viendo Cinema Paradiso el otro día, no pude evitar sentir la misma sensación. Aquello fue y quizá nunca más será. Quizás. 

Cinema Paradiso apelaba, ya en su estreno, a una forma de ver cine, en crisis, en extinción. Precisamente ahora, se ha vuelto a recurrir a la maravillosa película de Tornatore para intentar llevar al público de nuevo a los cines en estos tiempos marcados por el covid-19. Parece que, de momento, eso no se consigue. Y justo ahora Morricone se nos va. Y se me antoja como una cruel paradoja, de melancólico significado. Quizá sea la marcha de una forma de hacer y ver cine, que se nos está yendo. 

  Imagen de 'Cinema Paradiso'. 

Morricone fue un trabajador incansable, no hay más que revisar su filmografía, nutrida de colaboraciones para diferentes países. También compuso para el cine español bandas sonoras de producción, o coproducción, como La muerte tenía un precio, El halcón y la presa, Hundra, Los fríos ojos del miedo, Átame, o Por un puñado de dólares. Sus composiciones elevan a la enésima potencia el concepto de sello personal.

Nos ha marcado a varias generaciones. Para mí, no dejará de resonar en mis oídos la primera vez que vi El bueno, el feo y el malo, con su vibrante música. Y se ha convertido casi en un mantra cinematográfico que repito y una y otra vez a los compositores de nuestras películas como referencia la para mí indispensable colaboración con John Carpenter: la composición de La cosa. Siempre fui, afortunadamente como muchos, un poco el pequeño Toto de Cinema Paradiso, y disfruté con aquellas películas y aquellas músicas para cine.

Nos queda el cine con su música, imperecedero, irrepetible. Y la posibilidad de pasear por las ramblas de Tabernas, por las rocas de la Pedriza, por los llanos de Los Atillos en Hoyo de Manzanares y la Dehesa de Navalvillar en Colmenar Viejo, o por el cementerio de Sad Hill en Burgos, silbando sus melodías, rememorando aquel lejano/cercano oeste.  Eso sí que es influencia y comunicación de masas, con el público, con su público, que somos Legión.

Hasta siempre, maestro. Gracias por hacernos soñar.