Mr. Belvedere
Simon Herrmann via Getty Images

Existe algo bizarro, esotérico si me apuran, en la atracción que suscitan en mí según qué nombres. Belvedere, por ejemplo. Este no solo alude a una serie de los ochenta o a un personaje de películas de los años cuarenta y cincuenta, ni siquiera a uno de mis museos favoritos en todo el mundo (consagrado en su totalidad a Gustav Klimt), sino a alguien encomendado, desde hace décadas, a espolear los límites del conocimiento cinematográfico. Efectivamente, me refiero al Consultorio de Mr. Belvedere, una de las secciones más icónicas de Fotogramas.

Siempre he leído la revista Fotogramas. Ha sido tal mi pasión por ella, que durante mis años universitarios revisé sus vestigios hemerográficos para descubrir cómo había ido cambiando a lo largo de las décadas. Gracias a repasar sus páginas desde los años cincuenta, pude descubrir un universo paralelo que me era más real que el mío propio. En sus críticas me subyugó Terenci Moix hablando de Hamam: el baño turco (1997), varias décadas antes de que yo misma tuviese el privilegio de entrevistar a Ferzan Özpetek; entre sus textos encontré a Carmen Maura entrevistada por una espléndida Isabel Coixet; con Fotogramas incluso me percaté de que a Eusebio Poncela, para sorpresa de cinéfilos y quiromantes, le faltan líneas en las manos.

Con la revista fui consciente de muchos títulos que jamás me hubiera atrevido a visionar de no ser porque sus críticos Pere Vall, Jordi Batlle, Fausto Fernández, Jesús Palacios, Sergi Sánchez, Mirito Torreiro, Antonio Trashorras, Fernando Méndez-Leite, Núria Vidal o Jordi Costa, entre otros muchos, los recomendaban con fervor. Por ello hace unos meses, cuando coincidí con Costa en el programa Historia de nuestro cine, presentado por Elena Sánchez, hubiera deseado agradecerle tantos y tan buenos consejos a lo largo de los años. En aquel momento no pude, valga mi reconocimiento ahora. 

En su devenir, la revista Fotogramas ha crecido y nosotros con ella. Hace ya unas décadas, cuando destinaba la práctica totalidad de mi paga mensual a sufragar su adquisición, me sorprendía la frecuencia con que las portadas eran femeninas (no entremos en la Zona caliente). Aquellas mujeres, hollywoodienses y con mirada entre sensual y desafiante, solían hacer las veces de anfitrionas, algo que parecía sugerir un target eminentemente masculino. Por fortuna, esa tendencia cambió poco antes del siglo XXI, y mucho más ahora, cuando recreos visuales como Michael Fassbender se impusieron para convertirse en presencias ya ineludibles.

Lo mismo sucedía con los calendarios anuales (los cuales guardo año tras año, sin reparar en cómo ni en dónde conservarlos), en los que actualmente hay un magnífico equilibrio entre actores, actrices, cine y elegancia. Este mes, sin ir más lejos, Sean Connery y Ursula Andress me recuerdan que es verano gracias a James Bond vs el Dr. No (1962, Terence Young).

Mucho antes de ‘Anonymous’, y sin la necesidad ni el engorro de ser un hacker, la sección de Mr. Belvedere ya ejercía su influencia sobre los lectores.

Reconozco que, además de con cientos de libros, mi cinefilia (a nivel teórico) se fue conformando a edad temprana con tres puntales fundamentales, tanto catódicos como impresos; por un lado, Días de cine, no podía ser de otro modo; por otro, Fotogramas; y de manera posterior y más comercial, Magacine. Lo sorprendente, pero en cierto sentido poético, es que durante muchos años el co-presentador de Magacine, Jaume Figueras, fue en verdad el misterioso Mr. Belvedere, algo que solo descubrí al leer su magnífico Adivina quién te habla de cine (2004). El Premio Nacional de Periodismo Cultural fue el espíritu libre de Fotogramas, siempre tan discreto como generoso. Los que estuvieron antes y los que vinieron después han sido igualmente velados, ni tan siquiera Sergio Oksman, en su documental Querido Fotogramas (2018), desenmascaró tan celoso misterio. Eso sí, sabemos que el primer Mr. Belvedere, allá por los años cincuenta, fue Luis G. de Blain.

Mucho antes de que ‘Anonymous’ actuase como un único organismo compuesto de distintos rostros, y sin la necesidad ni el engorro de ser un hacker, la sección de Mr. Belvedere ya ejercía su influencia sobre los lectores, tomando una forma enigmática que, mes tras mes, nos iba desvelando aspectos cinematográficos desconocidos. En aquellos años sin internet, su memoria portentosa despejaba incertidumbres y recordaba para nosotros datos, anécdotas y todo tipo de información.

En torno a su figura, toda ella ininteligible, nos reuníamos (y todavía lo hacemos) los lectores de Fotogramas; a lo largo de estas décadas, Mr. Belvedere jamás ha fallado, como nunca lo hizo en su historia Fotogramas.

Con estas premisas, y tras este larguísimo discurso, no es de extrañar que haya sentido un contento indescriptible cuando, de repente, Mr. Belvedere comenzó a seguirme en una red social.

Entiendo que pueda parecer un delito de banalidad, con el agravante de afectación y digitalismo. Mea culpa. Sin embargo, que Mr. Belvedere ahora cierre el círculo de mi cinefilia se me antoja tan lírico como evocador. Lo suficiente como para agradecerlo en público; lo suficiente, incluso, para dedicarle un artículo en El HuffPost.

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