Mujeres de nadie

Mujeres de nadie

No valen leyes, ni órdenes de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada.

Manifestación del 25-N en Madrid. Sergio Pérez / Reuters

Estamos en plena semana contra la violencia de género. Todos, y todas, de color violeta. Declaraciones institucionales, recuerdos y homenajes a las víctimas, informes y estudios, cifras, buenos propósitos, llamadas a la educación, a la denuncia, a la tolerancia cero contra el maltrato… Y volvemos a lo mismo, bueno es que haya una fecha señalada en el calendario, pero en este tema, más que en ningún otro, la cosa no es de un día. Es de todos los días, todas las horas.

Es curioso. Creo que no podría recordar más de dos o tres nombres de las mujeres asesinadas en lo que va de año, o en la última semana. Y son muchas. Tal vez sea porque los periódicos las despachan en una columnita con el título de “Nuevo caso de violencia de género”, y en eso nos quedamos, salvo que haya algún detalle truculento, que estén los hijos delante, que le haya dado 45 puñaladas, o algo así, que nos haga detenernos unos segundos más. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?

No sabemos casi nada de ellas, empezando por el nombre, claro. Ignoramos sus sueños, sus ilusiones, su proyecto de vida, sus problemas, sus soledades y sus compañías. Tampoco hacemos mucho por averiguarlo, aunque nos apresuremos a colocarnos el lazo morado tal día como hoy. Porque toca. Toca decir que es una auténtica lacra social; que es inconcebible que chicas de 15 años vean normal que su novio les controle el móvil. Y que lo justifiquen diciendo que las quieren mucho. Y eso las convierte en, violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa.

Igual es que con esto del neolenguaje se ha redefinido el término “amor”, y yo, antigua como soy, no me he enterado de las nuevas acepciones. Amor ya no es libertad, libre te quiero, ni respeto, ni confianza. Es posesión, demostración de fuerza, cortar las alas y limitar el aire que respiras. Cuanto más fuerte es el golpe, más te quiere, cuanto más corto te ata, más enamorado está de ti.

Hace un millón de años, los trogloditas (según los tebeos de Hug), se fijaban en la mujer adecuada, la golpeaban en la cabeza con una porra, y agarrándola de los pelos la llevaban a rastras hasta su cueva. Y allí vivían felices y comían perdices o mamuts o lo que comieran, hasta que la muerte los separara. Sin que ella rechistara en ningún momento, que la porra formaba parte del mobiliario de la casa.

No valen leyes, ni órdenes de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada.

Pero eso era hace un millón de años, cuando los dinosaurios poblaban la tierra. Los dinosaurios han desaparecido; los trogloditas no. El meteorito que acabó con los grandes lagartos no eliminó los genes salvajes, machistas, primitivos o no sé cómo llamarlos, de los seres humanos. Y andando, los siglos, los milenios, seguimos hablando de mujeres muertas a cargo de sus parejas o ex-parejas, que tanto da una cosa que otra.

No valen leyes, ni órdenes de alejamiento, ni pulseras de vigilancia, ni casas de acogida. No vale nada. Sólo la cifra de víctimas, dos, cinco, cincuenta, con denuncias, sin ellas, con condenas, con teléfono del maltratador, en pueblos, en ciudades, españolas, ecuatorianas o marroquíes, bolivianas o rumanas. Muertas.

Tal vez tenga que caer otro meteorito sobre la tierra. O mejor, tal vez tenga que producirse otro Big Bang. O tengamos que preguntarnos, de una vez por todas, qué sociedad estamos construyendo. Cada vez que hay una víctima, es decir, cada semana, volvemos a hablar gran pacto de Estado sobre la violencia de género. Que tampoco sé muy bien qué significa. Una sociedad que permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación, cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación.

Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas. No podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación más.  Algo hay que hacer. Hay que fabricar hombres que quieran mujeres libres. Y mujeres que amen su libertad por encima de todo. De los hombres, también.

Este post se publicó originalmente en el blog de la autora.