No es democracia: es sexo anal

No es democracia: es sexo anal

Un día nos tendremos que plantear por qué los peores llegan a los altos cargos.

caucasian man in light blue t-shirt holding his buttocks in denim jeans on a gray background with copy space.Giulio Fornasar via Getty Images

Mi generación amó la política. Los que nacimos con la democracia crecimos en la creencia de que los políticos eran estadistas que trabajaban por el país. La cosa era sencilla: los nuestros acertaban y los rivales se equivocaban, pero lo hacían de buena fe. Con la decadencia del PSOE de Felipe González y sus corruptelas nos fuimos haciendo escépticos en un proceso que acabó en la más absoluta desgana. Hoy no puedo decir a ciencia cierta si votaré o no, y sospecho que conmigo gran parte del país.

Hay que ser muy fiel a un partido para no estar harto de la política española.

Mientras Pedro Sánchez anunciaba el fracaso de esta legislatura fantasma dando el primer mitin de las próximas elecciones, en Murcia ocurría algo alarmante. Estos días se ha hablado mucho de Pablo Ruiz Palacios, el director general de Emergencias que se fue al teatro mientras miles de efectivos a su mando luchaban por salvar a la gente de morir ahogada. Esto ya de por sí era escandaloso, pero se demostró que, con demasiada frecuencia, el cargo político es meramente decorativo cuando los mandos técnicos son efectivos. Lo que de verdad me preocupa es que no dimitiese y que, cuando se lo exigió su consejera se negase, teniendo que intervenir Madrid. Según el periodista Ángel Montiel, el exdirector general le dijo que si caía “contaría cosas sobre Ciudadanos y periodistas”. No se van cuando la lían parda y, cuando los expulsan, se despiden amenazando. Antiguamente el término “regeneración” significaba otra cosa.

A la política están llegando cada vez más las personas que no han conseguido nada relevante en su profesión, a veces los que ni siquiera han trabajado.

Esta historia, anecdótica en el magma informativo que generan nuestros políticos, es interesante porque habla a las claras de políticos que ya no son estadistas, que no tienen como fin primero el servicio público sino su interés personal delimitado en su sueldo, relevancia social, coche oficial y poder.

Un día nos tendremos que plantear por qué los peores llegan a los altos cargos.

Si hoy no sabemos si votar o no y nos mostramos hastiados de la política española en las redes no es solo por la desagradable y agotadora lucha de líderes en el Congreso de los Diputados. Mantenemos un ejército de lo que podríamos llamar mandos intermedios que estudiaron con nosotros, que conocemos del trabajo o de la calle. Y sabemos que no son los mejores para gestionar lo que es de todos. A la política están llegando cada vez más las personas que no han conseguido nada relevante en su profesión, a veces los que ni siquiera han trabajado. El desengaño es por arriba y por abajo, lo provocan Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera de la misma forma que el concejal inepto que logra su puesto solo por pertenecer al equipo del alcalde o el director general de Emergencias que se va al teatro en medio de la peor tormenta que se ha conocido. Cuando uno se entera de que obtuvo ese cargo (sin acreditar experiencia previa) porque no consiguió la plaza en el Senado que quería, se entiende todo.

Puede sonar apocalíptico pero es tan simple como el hecho de que la democracia es lo que nos separa del fascismo.

¿Qué hacemos cuando han convertido la democracia más ilusionante de occidente en un ejercicio de sexo anal? Aguantar, porque detrás de los ineptos vienen los malos.

Aún siendo conocedores de la realidad esbozada arriba mi opción es seguir votando y defendiendo el sistema por una cuestión de simple supervivencia. Detrás del fracaso de este sistema se oculta la oclocracia con sus manos levantadas, su líder infalible y su falso gobierno de muchos. Ese día vendrán a buscar a los que escribimos cosas como esta. Puede sonar apocalíptico pero es tan simple como el hecho de que la democracia es lo que nos separa del fascismo.

Hay que resistir, mantener un sistema en el que ya no creemos por la simple razón de que nos separa de la barbarie. Podemos hacer una cosa y es presionar a nuestros políticos de todas las formas posibles: escribiendo, cambiando el voto o, por qué no, llamando a las sedes de los partidos para decirles lo que pensamos. Es un ejercicio tan inútil como empezar una petición en change.org pero es una solución que no hemos probado. La opción de molestar no nos la pueden quitar. De momento.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs