No, no todos somos guapos, y haríamos bien en dejar de decirlo

No, no todos somos guapos, y haríamos bien en dejar de decirlo

¿Os imaginais que hicieran campañas del tipo “todos somos buenos jugando a fútbol” o “todos cantamos bien”?

Heather Jones

Hace poco respondí a un tuit del presentador de La Ruleta de la Fortuna de Estados Unidos recordándole sus privilegios como hombre blanco heterosexual y recibí mucho apoyo de personas que también consideraron que su tuit era problemático:

Hubo una época en la que podías disfrutar —o no disfrutar— de una película basándote en sus méritos. Ahora tenemos que preocuparnos por la política al seleccionar a los actores, por las implicaciones sociales de la película e incluso por la validez del proceso de revisión. Le están quitando la gracia a todo.

Quienes coincidían conmigo aportaban razones concretas para defender mi postura. Quienes discrepaban mostraban su desacuerdo de un modo distinto.

En vez de refutar mi punto de vista, atacaban mi físico. Algunos comentaron mi peso; otros, mi aspecto general, y uno incluso publicó un GIF del personaje de Macaulay Culkin en Solo en casa mirando con asco una fotografía enmarcada en la que había insertado mi foto de perfil.

Desde luego que no es la primera vez que recibo comentarios negativos por mi aspecto. Se han metido conmigo durante toda mi infancia y he estado oprimida por no “estar a la altura” de la belleza física de otras adolescentes y veinteañeras. Mis inseguridades por no ser atractiva según las convenciones ensombrecían las áreas en las que sí que sobresalía. Daba igual qué talento tuviera o qué lograra, el hecho de no ser atractiva según las convenciones me hacía creerme menos que los demás.

Con mucho tiempo para reflexionar y mucha introspección, he llegado a un punto en el que ya no pienso tanto en mi aspecto físico: soy realista. Aun así, cuando mi físico es el tema de conversación, me resulta irritante, como poco.

Cuando publiqué en Facebook lo frustrante que había sido esa experiencia de Twitter, recibí un montón de respuestas bienintencionadas pero igualmente frustrantes de gente diciéndome que soy guapa. Fue amable por su parte y agradecí su apoyo, pero no era eso lo que necesitaba oír. No me había irritado que me llamaran fea ni buscaba que me dijeran que era físicamente atractiva. Me había frustrado que desviaran la atención del debate hacia mi físico.

Daba igual qué talento tuviera o qué lograra, el hecho de no ser atractiva según las convenciones me hacía creerme menos que los demás

Responder “eres guapa” cuando se pone en duda el atractivo de una persona me molesta porque alimenta la creencia de que si una persona no es físicamente atractiva ya no es valiosa. Esa, por supuesto, no era la intención de quienes querían mostrarme su apoyo, pero, sin querer, no hacen más que perpetuar esa forma de pensar.

Comprender qué –o quién– es bello resulta peliagudo, porque la belleza física es subjetiva, cambia con el tiempo, difiere entre los grupos culturales y varía con la influencia de la publicidad y los medios de comunicación. Y, por supuesto, tienen mucho que ver las preferencias personales. Lo que yo considero atractivo para otra persona igual no lo es.

Hay multitud de formas de definir la belleza. ¿Es sinónimo de sexualmente atractivo? ¿Estéticamente agradable? ¿Algo físico que nos provoca una emoción? Está claro que no existe forma de medirlo. Según esa vara de medir (o la ausencia de vara de medir, más bien), todo es bello a su modo y no hay nada malo en ello.

A simple vista, las campañas de que “todos somos bellos” se apoyan en este supuesto potencial para la belleza física que todo y todos tenemos, pero el mensaje fundamental que envían no es ese. Esas campañas siguen situando el atractivo físico como un valor mejor que otros. Aunque el objetivo sea explicar o justificar que todos somos bellos, el énfasis sigue recayendo sobre la belleza.

Cuando me empezaron a llover comentarios del tipo “eres guapa” después de que me llamaran fea, recibí una respuesta que destacó sobre las demás. Simplemente decía: “Tienes mucho poder”. Ese comentario me dio la vida. Daba a entender que mi aspecto no tenía nada que ver con mis argumentos. En lugar de intentar convencerme de que no soy fea (como si ser fea fuera lo peor que me pudiera pasar), me hizo saber que esta mujer había captado mi intención original. Se dio cuenta de que me frustraba que no se tomaran en serio mi argumentación simplemente por mi foto de perfil. No necesito que me consideren guapa cuando estoy dando argumentos para el empoderamiento, necesito que me escuchen.

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Esta experiencia me hizo preguntarme qué pasaría si dejáramos de intentar convencer al mundo de que todos somos físicamente bellos. Cuando llaman fea a una persona y luego otras personas la intentan convencer de que es guapa, el mensaje no es “tú aportas tu propia forma de belleza a este mundo”; es una reacción por la incomodidad que produce ver que atacan a una persona por no ser convencionalmente atractiva. Aunque los cánones de belleza varían, siguen existiendo y, te gusten o no, no todo el mundo llega al mínimo que exigen esos ideales.

Yo apoyo firmemente la lucha contra esas convenciones, sobre todo cuando propicia la creación de ideales de belleza imposibles a través de la edición digital. Considero que la publicidad debería incluir cuerpos de diversos tipos, aspectos y capacidades para representar a más personas. La representación es muy importante, pero aun así, eso no significa que todos seamos bellos.

¿Os imaginais que hicieran campañas del tipo “todos somos buenos jugando a fútbol” o “todos cantamos bien”? Es evidente que ninguna de esas dos afirmaciones es cierta. En vez de eso, decimos que todo el mundo tiene fortalezas y debilidades y que todos somos buenos en algo. Entonces, por qué no se aplica la misma lógica a lo que nuestra sociedad entiende –bien o mal, de forma justa o injusta– por belleza física? ¿Por qué todo el mundo tiene que llevar una etiqueta de guapo?

Aparte del hecho de que el aspecto de una persona es observable a simple vista, el motivo por el que se usa tanto la fealdad como ataque en situaciones en las que la belleza es irrelevante es porque hemos establecido la expectativa de que todo el mundo es bello a su modo. Aunque esa belleza no sea evidente a simple vista, los medios y la industria de la belleza nos han dicho y nos han enseñado que con el maquillaje correcto o los productos e intervenciones adecuadas, nuestra belleza física saldrá a la luz. Llamar fea a una persona significa que ha fracasado en ese objetivo, por eso afecta tanto (o ese es el objetivo). Nadie responde a un argumento con el que no está de acuerdo diciendo: “No tienes talento pintando”.

No necesito que me consideren guapa cuando estoy dando argumentos para el empoderamiento, necesito que me escuchen

Entonces, ¿por qué no le quitamos ese poder a la fealdad? Si aceptamos que no todo el mundo es convencionalmente atractivo y que la belleza física solo es una forma de medir la valía de una persona (y ni de lejos es la mejor), que te llamen feo perderá su eficacia. Yo me siento cómoda diciendo que soy inteligente, divertida y creativa. También me siento cómoda diciendo que se me dan fatal los deportes, que no bailo bien y que la gente no se gira para admirar mi belleza cuando entro a un lugar. He tardado mucho en asumirlo, pero esas verdades tienen el mismo valor para mí. Tengo mis fortalezas y otras personas tendrán las suyas.

Cuando animo a todo el mundo a ensanchar nuestra percepción cultural de la belleza, soy consciente de que es una batalla cuesta arriba, pero sí hay algo que podríamos empezar a hacer ya mismo. En vez de hacer campañas de que todos somos bellos, me gustaría que se promovieran campañas que defiendan que todos debemos ser valorados. No todos tenemos por qué ser bellos, así como no todos tenemos que ser delgados ni tener cuerpos sin discapacidades, pero todos merecemos respeto.

Centrémonos en elogiar y apoyar a la gente según sus fortalezas en vez de derrochar energía en dar ánimos automáticos y peligrosos sobre nuestro atractivo físico. Si aceptamos que la belleza física es solo una faceta en la que algunos destacan, pero que no lo es todo y que no hay que desearlo a toda costa, le arrebataremos el poder a la fealdad. Porque, al fin y al cabo, en mitad del debate, prefiero que me digan que me respetan y valoran por ser quien soy que no que me digan que soy guapa.

Enfatizar el valor de una persona elimina el factor de la subjetividad. Decidir quién es atractivo y quién no es subjetivo. Quién es respetado y tratado como un ser humano no debería ser subjetivo. Cuando todo el mundo es valorado, la gente tiene espacio para ser imperfecta y no destacar en todas las áreas. A diferencia de lo que sucede con la belleza, sí que hay que valorar por igual a todo el mundo. “Te veo y respeto tus derechos y tu dignidad como persona, independientemente de tus fortalezas y tus debilidades”.

Yo no quiero ser guapa, quiero ser valorada.

Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.

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