No podemos resignarnos

No podemos resignarnos

El diálogo y el acuerdo son la mejor fortaleza sobre la que hacer prevalecer las ideas, los cambios y transformaciones para el avance de un país.

Pedro Sánchez.EFE

Vivimos tiempos en los que algunos se esfuerzan en convertir en extraordinario lo que debería formar parte del día a día de un país y de una democracia consolidada como la nuestra. Comparto con Amos Oz en su obra “Contra el fanatismo” la reflexión en la que destaca que “lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es integridad, ni idealismo ni determinación. Lo contrario de comprometernos a llegar a un acuerdo es fanatismo”. 

No podemos resignarnos a que el diálogo y el acuerdo sean vistos e interpretados como signos de debilidad y muestras de derrota en una democracia cuando son todo lo contrario, la mejor fortaleza sobre la que hacer prevalecer las ideas, los cambios y transformaciones para el avance de un país. 

La búsqueda permanente de diálogo y de acuerdo del Gobierno de España es persistentemente escrutado por una derecha, tan irresponsable como irrelevante, como si de un fenómeno paranormal se tratase, cuando debería ser la hoja de ruta a seguir habitual por cualquier gobierno democrático. Búsqueda de diálogo con el resto de formaciones políticas que han obtenido representación parlamentaria, de acuerdo a la Constitución y a las reglas que nos hemos dado todos desde la Transición, para aprobar leyes en el Parlamento. Diálogo con los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos para impulsar proyectos e inversiones. Con los sindicatos y empresarios en el marco del diálogo y acuerdo social para garantizar la solvencia del sistema público de pensiones o la subida del Salario Mínimo Interprofesional. O diálogo con los partidos de la oposición para alcanzar un acuerdo que renueve el Consejo General del Poder Judicial. 

La sana discrepancia, la legítima diferencia, que nos permite ofrecer a la ciudadanía opciones políticas y alternativas distintas sobre las que depositar la confianza en cada proceso electoral, no es incompatible con el diálogo y el acuerdo sobre los que trabajar para afrontar el futuro y sobre el que construir los pilares sobre los que consolidar el progreso y bienestar de una sociedad.  

Si queremos hacer frente a retos y desafíos que tengan permanencia en el tiempo en materia educativa, en el ámbito de la ciencia, o en el avance de la transición ecológica de nuestra economía y de nuestro modelo productivo, entre otros, no podemos hacerlo imponiendo unas ideas sobre las otras, haciendo prevalecer las discrepancias sobre los puntos de encuentro, porque entonces estaremos sometiendo las reformas necesarias a un permanente clima de temporalidad sin vocación de permanencia en el tiempo.

Es preocupante que haya quienes quieran que prevalezca la confrontación, la división y la fractura, al diálogo y al acuerdo, porque lo único que consiguen es poner de manifiesto un descredito total del principal valor de la política, que es la palabra. No habremos entendido nada si incumplimos el mandato como diputados y diputadas que nos recordó esta semana la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el arranque de este nuevo periodo de sesiones, que debemos ver como una nueva oportunidad para el diálogo y el acuerdo y afrontar mejor el futuro frente al ruido que silencia las ideas. No, no podemos resignarnos.