'Nueva York de un plumazo'

Nueva York de un plumazo nace de varios momentos vitales apelotonados tras años de vivencias neoyorquinas, la ciudad que te deja hacer cualquier cosa menos pensar. Por fin pude detenerme y mirarme en el espejo de la página en blanco, tras dejar mi trabajo como corresponsal de la Agencia Efe, decir adiós a la soltería y hola a la idea de que Nueva York no era un lugar de paso, sino que me quedaría ahí a largo plazo. Se acababa el Periodismo y volvía a estudiar, esta vez Sociología.

El señuelo de Erasmus tardío llegaba a su fin, comenzaba la emigración pura y dura. La soltería sin dar explicaciones también decía adiós y llegaba el espacio compartido del matrimonio. Podría haber salido un drama lleno de nostalgia, pero salió una comedia vital. La celebración de todo aquello a lo que daba carpetazo, pues me gusta terminar las cosas cuando todavía no me he hartado.

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Había sido, efectivamente, feliz como corresponsal, como soltero y emigrante pasajero. Y abrazándome a las licencias de la ficción después de años de rigor periodístico, acabé vislumbrando las grietas sentimentales que se abren en el exilio de larga duración y allanando el camino para la madurez y la generosidad que requiere una relación de pareja estable.

Esto me llevó a otras verdades colaterales, como las especificidades de la experiencia del emigrante gay en los tiempos de Grindr, que nos ha convertido, como si fuéramos gitanos, en una especie de masa flotante apátrida y con sus propios códigos. O al sexo como puerta de acceso a muchísimas cosas que nada tienen que ver con lo carnal: amantes cicerone, conversaciones terapéuticas post coitum y oportunidades de customizar tu propio concepto del placer.

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