Nuevo curso político en pandemia

Nuevo curso político en pandemia

El tiempo de las clases sociales no se ha terminado, persisten y se acrecientan las desigualdades. La pandemia ha “resucitado” todo esto.

Gente transitando por una calle de Oviedo, Asturias. Europa Press News via Getty Images

Por Gaspar Llamazares y Miguel Souto Bayarri, médicos:

 

“La plaga no está hecha a la medida del hombre, es un mal sueño que tiene que pasar”. 

Albert Camus 

Toda división provoca un retroceso y conlleva un retraso: no persigue el acuerdo sino la ruptura; no consigue una solución rápida del problema sino el enquistamiento. 

Empezamos el nuevo curso político con la marca de Caín de la división, agravada en una larga pandemia por la incertidumbre, la frustración y como consecuencia del reparto de agravios y de culpas. 

Mientras la nueva normalidad no llega, se extienden los brotes y la transmisión comunitaria con distinta intensidad entre continentes, países, comunidades autónomas y barrios, y con ello aumenta la incertidumbre y la desconfianza ante el reto de la vuelta al colegio y al trabajo. En España, después de una precipitada desescalada, volvemos a estar a la cabeza de los contagios. 

No salimos más fuertes ni mejores después del confinamiento. Somos como éramos pero en peores condiciones. Unos más solidarios y otros individualistas, como hemos constatado este verano. El virus sars-cov2 continúa entre nosotros y por tanto las emociones del miedo, el agravio, la frustración y la culpa, como en las plagas del pasado, continúan entre nosotros. Tampoco la pandemia es igual para todos, sabemos que va por clases y por barrios, cebándose con los más débiles, y mientras tanto la crisis avanza y la recuperación económica se aplaza. 

Entre nosotros, a las viejas divisiones de clase y a las territoriales, se suma el cruce de acusaciones y la polarización política sobre la gestión y las competencias y responsabilidades en la pandemia, incrementando los obstáculos para la necesaria cooperación. 

Europa, después de haber aprendido las consecuencias de la división inicial frente a la pandemia, con la puesta en marcha del inédito y multimillonario fondo de reconstrucción vuelve ante los rebrotes al nacionalismo de las medidas parciales, mientas crece el negacionismo en las redes sociales y en nuestras calles. 

En los Estados Unidos los ciudadanos están divididos sobre la necesidad de llevar mascarilla... en base a sus ideas políticas, tal es el grado de polarización de la sociedad americana. El trumpismo ha desertado de formar parte de las sociedades abiertas, y con esa sociedad tan dividida ha incapacitado a su país para liderar al mundo contra las grandes amenazas que vienen: en lo más alto, el cambio climático. Paralelamente, un país totalitario como China va adquiriendo cada día más protagonismo en el orden internacional. 

El tiempo de las clases sociales no se ha terminado, muy al contrario, persisten y se acrecientan las desigualdades y las injusticias sociales. La pandemia, por su parte, ha “resucitado” todo esto. De repente nos hemos dado cuenta de que éstas no habían desaparecido, como decían desde la ofensiva neoliberal. De hecho, el coronavirus se ha cebado en los barrios social y económicamente más débiles, periféricos, con viviendas pequeñas, mayor densidad demográfica y sin espacios naturales. También en los empleos más precarios y en el subempleo alejados del teletrabajo. De modo que hay una relación directa entre ingresos bajos y contagios. 

Trump y los líderes del populismo ultra y la extensa derecha racista han oficiado de negacionistas de la pandemia hasta el final.

Provoca escalofríos la posibilidad de que, además de mayores desigualdades, lleguen a consolidarse en el mundo los líderes que hacen del odio su modus operandi. Desde el austericidio de la crisis financiera y el consiguiente malestar social y crisis de confianza en la política, junto a los ciberataques por parte de la Rusia de Putin en las anteriores elecciones americanas, que fueron el símbolo del pistoletazo de salida de la amenaza para las democracias en el mundo, de los líderes autoritarios y del populismo ultra.

Hoy son incontables los que siguen la mala senda de la extrema derecha y del trumpismo: Orban en Hungría y Bolsonaro en Brasil son los más conocidos, pero ese tipo de líderes contrarios a las democracias proliferan por todo el mundo: Polonia, Arabia Saudí, Israel, Turquía, etcétera, y forman una internacional amenazante que hace que el mundo sea más polarizado y peligroso que unos pocos años atrás.

No es cierto que tengamos que adaptarnos a “el mundo en que vivimos” (Rafael Sánchez Ferlosio). Trump y los líderes del populismo ultra y la extensa derecha racista han oficiado de negacionistas de la pandemia hasta el final. Incluso en la convención de su nominación, en el último acto celebrado en plena Casa Blanca, ha destacado la ausencia de mascarillas y de distancia social. Pero en eso, afortunadamente hay que decir que la ciencia ha salido ganando y los negacionistas han perdido la batalla.

En el verano de 2020, mientras la covid-19 cambiaba dramáticamente las condiciones de vida en el mundo entero, los principales conflictos los protagonizaban diferentes movimientos cívicos: en Israel para exigir la dimisión de Netanyahu, acusado de corrupción, en Bielorrusia contra Lukashenko, en Colombia frente a las masacres y en los Estados Unidos contra la violencia policial y por la justicia racial y social. Durante los últimos cuatro años, Trump se ha dedicado a sembrar cizaña y división y esperemos que lo pague con una derrota en las urnas de noviembre. Esa polarización política puede ser una de las causas principales de que USA sea también el líder mundial en número de personas contagiadas por la covid-19. Tomemos nota.

En nuestro país, como en otros, los rebrotes y la segunda ola coinciden con la vuelta a la actividades educativas. La gran tentación ante la incertidumbre consistiría en extender las actividades telemáticas, que ya se han mostrado como causantes de nuevas desigualdades y del abandono escolar en las familias más desfavorecidas, en un país, el nuestro, cuyas cifras en esa lacra son especialmente altas. No hay evidencia en otros países, por otra parte, de que la vuelta a la aulas de relacione con un aumento de los contagios.

El descontrol de la pandemia da alas también a la atención telefónica y la medicina telemática como sustitución de la presencial, poniendo en riesgo la accesibilidad y la equidad del sistema sanitario público.

Es el momento de Europa. Es cierto que vamos rezagados en I+D, pero podemos ser líderes en otras cuestiones, cómo los derechos sociales y protección de datos.

Por desgracia, la división continúa también en España entre partidos y administraciones, en torno a qué hacer en pandemia. Más que un problema de diseño del modelo autonómico, se trata de un problema de polarización política y de la irreductible posición antagonista de la derecha ante el nuevo Gobierno. Esta anomalía amenaza con acentuarse con la moción de censura de la extrema derecha y con los vetos presupuestarios. Y todo ello amenaza con paralizarnos no solo en esta fase de la pandemia sino también de cara a la cada vez más urgente recuperación económica.

Hoy, la prioridad es recomponer o componer una mayoría de reconstrucción. Es, sin lugar a dudas, la principal tarea de la coalición progresista de Gobierno.

Por último, durante la pandemia hemos visto cómo la rivalidad entre USA y China ha ido creciendo en varios frentes, tecnología, geoestrategia, comercio, armamento, etcétera, de tal manera que se ha conformado una sensación bastante consolidada de guerra fría.

Por si todo esto fuera poco, la digitalización forma parte de la práctica totalidad de las áreas de gestión de cualquier estructura económica y social. Pero España no ocupa en esto buenas posiciones (y tampoco Europa). Ni tampoco en su avanzadilla más vanguardista, la inteligencia artificial. A pesar de lo cual, es el momento de Europa. Es cierto que vamos rezagados en I+D, y por detrás en digitalización, en IA y compañías tecnológicas, pero podemos ser líderes en otras cuestiones, cómo los derechos sociales y protección de datos. Por tanto, si creemos en nuestro modelo de contrato social, es el momento de dar la batalla para mejorarlo e intentar que el mundo se aproxime a nosotros y a nuestros valores.