La oposición en Venezuela: pelea interna de toda la vida

La oposición en Venezuela: pelea interna de toda la vida

Capriles quiere ir a las elecciones legislativas y Guaidó se niega. Así lleva toda la vida la disidencia, dividida por ideologías, liderazgos y apuestas.

Henrique Capriles y Juan Guaidó se abrazan en Caracas el 27 de marzo de 2019, en un acto de la oposición.YURI CORTEZ via Getty Images

Miren el abrazo de la foto. La alegría, la camaradería, la unión. Nada de eso se ve hoy entre el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, y Henrique Capriles, dirigente del partido Primero Justicia. Uno, reconocido por casi 60 países como presidente legítimo del país. El otro, doble aspirante en el pasado a la presidencia contra el chavismo. Ahora son la estampa de la desunión en la oposición venezolana, en un momento clave, a apenas tres meses de las elecciones legislativas del 6 de diciembre.

No es nuevo, tampoco. Los contrarios a Hugo Chávez, primero, y a Nicolás Maduro, después, llevan ya décadas de pelea contra los últimos inquilinos del Palacio de Miraflores, sin éxito. ¿Qué pasa con ellos, por qué no acaban de ir todos a una?

La última crisis

Vayamos del presente al pasado. La pelea Guaidó-Capriles de estos días. El cisma ha llegado a causa de la convocatoria por parte de Maduro de comicios legislativos para finales de año. A principios de agosto, el bloque opositor de 27 partidos que en la actualidad tienen representación parlamentaria en la Asamblea Nacional anunció que no iba a ir a las urnas, por tratarse de un “fraude electoral” sin garantías. Sin embargo, un mes más tarde, Capriles ha llamado a participar en las elecciones. Sigue denunciando que Maduro trampea, que controla y veta, pero entiende que ha llegado el momento de tomar las pocas oportunidades que se plantean y, copiando el modelo de Polonia (1989) o Chile (1988), presentarse y ganar.

“Si deja una rendijita, tenemos que meter la mano en esa rendijita y después meter el pie, para que no se cierre la puerta. Nadie hubiese imaginado que fueran a salir presos, quizás hay una rendijita”, dijo Capriles en una comentada intervención en sus redes sociales. Sus negociaciones secretas con el entorno de Maduro justo han acabado en la liberación de más de un centenar de presos políticos de todo el espectro ideológico. Sus palabras fueron el colofón a ese movimiento de pieza del Ejecutivo.

Guaidó replica que “Capriles intenta validar el fraude electoral de Maduro” y que entrar al trapo supone ceder, reconocer a un “dictador” y poner en manos del oficialismo la victoria. “Traidor” es una palabra que sobrevuela sus intervenciones, aunque aún no la ha pronunciado. Está en juego el poder de la Asamblea que él comanda, con muchas penalidades, en estos momentos.

Su visión sigue siendo compartida por una base importante de disidentes, pero en los últimos días la Iglesia católica y los empresarios se han alineado mayoritariamente con Capriles y su “rendijita”. A él se suma, además, otro destacado opositor, Stalin González. Encuestas -de Datanálisis y de Delphos- apuntan a que sólo un tercio de los ciudadanos cree que el boicot total que plantea Guaidó es la respuesta correcta.

Frente a eso, el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, que insiste en que “una elección parlamentaria injusta y sin libertad tan sólo profundizará en la crisis de Venezuela” y que avisa a quienes piensen otra cosa que “deberían considerarse advertidos”. Frente a Washington, Europa, que ve con buenos ojos la liberación de presos y que ha recibido ya una carta de Maduro pidiendo observadores internacionales para velar por la transparencia de las elecciones. Josep Borrell, el jefe de la diplomacia comunitaria, dice que eso es ir en la buena dirección y estudia la oferta.

Por qué no cuaja del todo la unidad

“Ha habido años de verdadera unidad, de ir todos a una, pero es tremendamente complicado porque, de base, es una suma de muchos grupos, muy diferentes y con líderes muy diversos”, resume el americanista Sebastián Moreno. Ahora, apunta, “la moral es baja” porque hace año y medio que Guaidó dio el puñetazo sobre la mesa, impulsado entre otras cosas por el apoyo norteamericano, y la fuerza se ha ido perdiendo. “Hay cosas que no han salido como estaban planeadas: la Operación Libertad y el golpe poniendo a los militares contra Maduro, por ejemplo, o incluso los casos de desajustes internos en el equipo de Guaidó en materias sensibles como la ayuda humanitaria. El apoyo de fuera no ha sido suficiente”, sostiene.

En enero de 2019, Guaidó encabezó una suma de esfuerzos nunca antes vista en el país. Se sucedieron las protestas, las huelgas, los movimientos en el Ejército, y llegaron desde fuera nuevas sanciones y un descrédito diplomático severo del oficialismo. Pero esa fogosidad ha ido decayendo -por los problemas de Guaidó, por el desinterés de EEUU, por el coronavirus que se cruza y hace más domésticas las preocupaciones de cada país- y la situación ahora es de “punto muerto” para Venezuela. “Aunque no hay garantías de un proceso justo, es entendible que alguien como Capriles apueste por atacar al régimen desde dentro, con las pocas armas que le dejan”, señala el profesor.

Los primeros pasos de la oposición en bloque datan de 2005, cuando decidieron no presentarse a otras elecciones legislativas porque no había garantías de voto secreto y se temía un fraude posterior. La disidencia, muy atomizada y dividida, siguió actuando de maneras diversas, pero un año más tarde comenzó a impulsar un proyecto común que cuajó en 2008, con el nacimiento de la MUD (Mesa de Unidad Democrática), una coalición que sumaba al socialismo democrático, el progresismo, los socialcatólicos y los socialdemócratas.

En 2012 se decidió en primarias que el candidato presidencial unitario fuera Henrique Capriles. No tuvo éxito entonces, pero estuvo cerca pocos meses después ante Maduro, una vez fallecido Chávez. El cénit de la alianza llegó en las legislativas de 2015, donde la MUD infligió la peor derrota al chavismo y le arrebató el Parlamento. Se llevó 112 de 167 parlamentarios, algo histórico, y se quedó con la presidencia, hoy representada por Guaidó.

“Pero sin elecciones presidenciales a la vista, esa unidad de acción se resquebraja la argamasa, el bloque no puede mantenerse unido y se hace evidente lo diferentes que son los partidos y la falta de un líder único que los aglutine para desafiar el poder”, apunta Moreno. “Es muy complicado luchar contra la maquinaria que supone que Maduro controle el territorio, las instituciones, los recursos, el ejército y la policía... Eso desgasta de una forma formidable”, añade. Valga un dato: de aquellos 112 diputados, hoy en el bloque unido quedan 88, porque los demás se han ido yendo, como independientes o versos sueltos, y hasta pactando con Maduro.

La posible formación de un Estado paralelo y cómo encarar el diálogo con el Gobierno han sido otro un gran motivo de fricciones dentro de las filas opositoras. En los últimos años, diversos intentos de acercamiento, sobre todo auspiciados por Noruega, han acabado en nada no sólo por la postura inflexible que denuncian en Maduro, sino por su propia confusión, sin saber qué principios esenciales defender.

“Disparidad de opiniones, sensibilidades e ideologías, diferencias entre líderes nuevos y de la vieja guardia -Henry Ramos Allup o Julio Borges-, estatus diferentes entre los apresados e inhabilitados, como el propio Capriles o Leopoldo López-, tensiones entre los opositores que siguen dentro y los que pelean desde fuera, muchos en España, diferencias sobre la intervención de potencias externas, problemas internos de cada formación... Muchos factores como para salir victoriosos”, concluye el experto.

Lo que puede pasar

Como indica un informe del International Crisis Group (ICG) sobre los efectos del fenómeno Guaidó, “el tiempo ha sido particularmente duro con la oposición”. “A pesar de que en algún momento había indicios de una intervención militar de EEUU (y un levantamiento militar estéril el 30 de abril de 2019), así como sanciones cada vez más draconianas y el colapso económico interno que ha estimulado el éxodo de más de 4,8 millones de venezolanos, Maduro no ha cedido”, recuerda.

Sostiene que “las predicciones de la oposición y EEUU de que las fuerzas armadas desertarían bajo presión externa han resultado ser falsas” y eso ha hecho que se fortalezca el chavismo, hasta el punto de que el 5 de enero de este año llegó al “punto máximo” con su intento por quitar a Guaidó de su puesto formal como presidente de la Asamblea Nacional y, así desvirtuar su pretensión a la presidencia interina”. Se creó una bicefalia y, a final, se debilitó a Guaidó y a parte de su bloque, que se mostraba como excesivamente dependiente de EEUU.

En un comentado artículo de julio pasado, los analistas Abraham F. Lowental y David Smilde escribían en el New York Times que es momento de reconocer que Venezuela está atrapada en el “fondo de un pozo” y lo que queda es aprovechar los resquicios que deja el régimen. “La oposición democrática al régimen autoritario de Nicolás Maduro necesita basar su estrategia y táctica en una comprensión lúcida de las realidades concretas, libre de autoengaños. No ayuda a la oposición subestimar el compromiso de quienes militan en el chavismo con su propia visión de Venezuela, ni ignorar el apoyo que ese movimiento obtuvo de un sector de los venezolanos y el respaldo residual que todavía le da”, señalan los expertos norteamericanos.

Añadían que los opositores tienen que fortalecer su visibilidad, mostrar más capacidad de organización, buscar más experiencia práctica de gestión o de oposición en las instituciones (porque “milagros” del exterior no van a llegar), y pelear por cosas concretas que mejoren la vida de los ciudadanos aún en mitad de un régimen duro, por ejemplo, pidiendo que se levanten las sanciones contra Caracas o reclamando la entrada de ayuda humanitaria, siempre que defiendan que no es una cesión a Maduro, sino una mejora de la vida de sus ciudadanos.

En el ICG añaden que hay “margen” para la unidad, aunque sea una unidad diversa a la fuerza y, también, para negociar con Maduro. Si se opta por esa vía, sostiene que hay que dar tres pasos esenciales: un “escenario imparcial para las elecciones parlamentarias y luego las presidenciales”; un “alivio progresivo de las sanciones a medida que se logren avances políticos”, porque penalizan a toda la población; y “garantías legalmente consagradas para intentar mitigar los temores del eventual bando perdedor de unas nuevas elecciones”.

Queda por delante un otoño caliente en Venezuela, desolador para unos, ilusionante para otros. Y, en la mitad, los venezolanos.