Oscar a la mejor minoría étnica

Oscar a la mejor minoría étnica

Estamos ante una campaña de marketing más de un sector comercial más, en un momento en donde el compromiso social de cartón piedra se ha convertido en un reclamo publicitario habitual.

Imagen de archivo de un Oscar cubierto por un envoltorio de plástico, poco antes de la ceremonia de entrega. Lucy Nicholson / reuters

Esta semana se ha sabido que la Academia de Cine de EEUU ha incluido nuevos criterios que deberán cumplir las cintas que opten al Oscar a la Mejor Película a partir del año 2024. Desde esta fecha será necesario incluir en la trama a personajes de clase baja que sufran condiciones laborales de explotación. El protagonista, o al menos un tercio de los personajes secundarios, deberá carecer de seguro médico, trabajar de repartidor como falso autónomo ganando menos de un dólar/hora, o estar amenazado con el despido en caso de sindicarse. Al menos un personaje principal deberá ser un parado de larga duración. Los argumentos habrán de reflejar esta realidad, bien en tono de comedia o de tragedia, según sea el género al que pertenezca el filme.

¡Que no! ¡Que es broma! Jajajaja. ¿Os lo estabais creyendo? ¿Cómo va a actuar la Academia de esa manera? Estamos hablando de Hollywood. Cuando visitas los estudios de Burbank (California) flipas viendo cuán de cartón piedra son los decorados que en pantalla parecen sólidos edificios, cómo tras las fachadas sólo hay andamios que las sostienen, qué pequeñas son esas aceras que vemos como largas calles en las salas de cine. Pues lo mismo pasa con el vestuario, los coches o la moral. El vestuario es atrezo, los coches son atrezo, y los cambios que exigen la presencia de minorías étnicas y de sexo/género para optar al Oscar gordo –los cambios reales, no los de la broma del primer párrafo– también son atrezo. That’s entertaiment. La moral también es entretenimiento.

¿Actúa la Academia como aquel médico que, tras comprobar que en su hospital todos los fallecimientos se producían yaciendo el paciente en la cama, ordenaba siempre que los enfermos no se acostaran?

La nueva normativa de la Academia de Cine estadounidense celebra la diversidad siempre que se refiera a rasgos individuales, íntimos o físicos; la diversidad política –“deberá haber un personaje socialista en las tramas”–, económica –“todas las clases sociales deberán ser presentadas proporcionalmente a su frecuencia real”–, o laboral –“deberán aparecer protagonistas en paro”– ya si eso se deja para otro momento. Y se hacen las suficientes trampas como para que ni siquiera esta diversidad individual, la que no preocupa a la bolsa de Nueva York, cambie sustancialmente la situación actual: la presencia de las minorías podrá estar delante o detrás de las cámaras, y los grupos minoritarios podrán ir desde los indios kwakiutl hasta las mujeres (¡¿mujeres?! ¡¿minorías?!).

Mucho se ha escrito acerca de la relación entre el arte y la realidad, dos elementos cuya influencia, aun siendo recíproca, desde luego no es simétrica. ¿Un cambio en las ficciones cinematográficas provocará un cambio relevante en la realidad que refleja? ¿Aun manteniéndose las condiciones materiales, económicas y sociolaborales que provocaron esa realidad? ¿Tenía razón Oscar Wilde –entre nosotros: no sé quién lo dijo, así que digo que fue Oscar Wilde y pista– en aquello de que la realidad imita al arte? ¿O la Academia USA actúa como aquel médico que, tras comprobar que en su hospital todos los fallecimientos se producían yaciendo el paciente en la cama, ordenaba siempre que los enfermos no se acostaran?

Estamos ante una campaña de marketing más de un sector comercial más, en un momento en donde el compromiso social de cartón piedra se ha convertido en un reclamo publicitario habitual.

Esta columna no se ocupa de tal complejísima cuestión porque no es ni siquiera valorable la posibilidad de que la decisión de la Academia obedezca a una honesta reflexión sobre la responsabilidad que el cine comercial tiene hacia la sociedad de espectadores en la que nos hemos convertido. Es obvio, por el contrario, que estamos ante una campaña de marketing más de un sector comercial más, en un momento en donde el compromiso social de cartón piedra se ha convertido en un reclamo publicitario habitual, a la altura de la presencia de famosos en los spots o la inclusión de gatitos en las redes sociales. “There’s no business like show business?” No lo creo. Parece que el negocio del espectáculo se comporta como cualquier otro: las marcas de ropa interior comienzan a preparar sus productos para personas trans y pronto veremos en el Kodak Theatre la entrega del Oscar a la Mejor Minoría Étnica. Make ’em laugh, make ’em laugh, don’t you know ev’ry one wants to laugh?