Otro Madrid ¿es posible?

Otro Madrid ¿es posible?

Uno ve “lo que es canela fina” simplemente con echarse a los ojos el listado de los presidentes de la Comunidad.

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Lo traía en portada el periódico El Mundo: “La Justicia, Madrid y el Rey son los que impiden que Sánchez cambie el país por la puerta de atrás”. Que nadie se sorprenda: la frase es de Díaz Ayuso, y “la Justicia, Madrid y el Rey” deben ser algo así como la Santísima Trinidad de la derecha, una y trina. Algo más dudoso es saber cuál sería esa “puerta de atrás”, aunque seguro tendrá que ver con el parlamento, las urnas o sabe el demonio qué cosas de esas de la democracia. 

Madrid… Me vino a la cabeza una anécdota ya vieja, de cuándo Esperanza Aguirre estrenó Sangre de Mayo, aquella película que dirigió José Luis Garci para celebrar la irredenta unidad de destino en lo universal de España, y que Telemadrid y el erario público madrileño regaron con 15 millones de euros, que para eso sí vale la televisión pública y las subvenciones a la cultura. La película fue un desastre, obteniendo apenas en taquilla una vigésima parte de lo que había costado –incluyendo las presuntas comisiones de las que, no se preocupen, Esperanza nunca supo nada–, pero me cuentan que a la salida del cine, un prestigioso intelectual de la derecha española, con lágrimas de emoción todavía en los ojos, suspiró y dijo “y todo esto para que gobierne Zapatero”. 

Isabel, Esperanza, Madrid… esas lágrimas dolientes revelan la identificación de esa gran parte de la derecha española con Madrid como la tierra irredenta, esencia de la España inmortal, rompeolas de todas las españas y paraíso de esa libertad del que, con dinero y amigos, hace su “real gana”. 

Como si la sangre de aquella costurera de hace doscientos años, que salió descosida a cargarse mamelucos a golpe de tijera, fuera la sangre sobre la que se edificó el intocable edificio ideológico construido a golpe de régimen franquista y corrupción inmemorial en la Puerta del Sol, donde cada Nochevieja confluye la auténtica alegría española a golpe de cava extremeño y vestido transparente. Y “ya hemos pasao”, que diría Celia Gámez. 

Con tanta cosa de la covid y las banderas ¡quién tiene tiempo para hablar de la tremenda irresponsabilidad fiscal de Madrid!

Subyugados por el desconcertante “éxitodel procés para no gestionar nada que no sea una gigantesca decepción sentimental, la derecha y la ultraderecha están intentando reconstruir esa identidad política que les permite seguir en el poder a base de ese Madrid: una mezcla del más rancio nacionalismo español, autoritarismo de clase, ultraliberalismo económico y bocata de calamares. Da igual los parkings de la familia Franco que un relaxing café con leche, Madrid es España y España es Madrid. La cuna del requiebro y el chotis, de la Gürtel, de la Púnica, de Lezo, del salero de la privatización de los hospitales, que uno ve “lo que es canela fina” simplemente con echarse a los ojos el listado de los presidentes de la Comunidad.

Con tanta cosa de la covid y las banderas ¡quién tiene tiempo para hablar de la tremenda irresponsabilidad fiscal de Madrid! Es más fácil escuchar las quejas en cualquier bar de Chamartín sobre los privilegios del convenio vasco-navarro, herencia borbónica de la parroquia de tertulianos liberales decimonónicos en los cafés del paseo de Recoletos. Nadie osará responderles que tanto el Gobierno de Navarra como el Vasco están sujetos a responsabilidad política directa frente a sus votantes sobre el dinero que se recauda y se gestiona aquí. Si calculamos mal, el desastre no se lo podemos endilgar a ningún gobierno central, por “socialcomunista” que sea; si contraemos deuda, la pagamos con nuestro presupuesto, además de aportar a la deuda contraída por el Estado, entre la que se encuentra la que generosamente financia “las películas” de la Comunidad de Madrid. 

El Madrid neoliberal del PP baja o suprime todos los impuestos cedidos, mientras recorta los servicios públicos de los madrileños y absorbe la riqueza de toda su periferia mediante competencia fiscal desleal.

Lo de la responsabilidad fiscal tiene su importancia. Especialmente a la hora de pensar en los impuestos, de cuadrar el equilibrio entre recaudación, opinión pública y el mantenimiento de los servicios públicos que prestamos. El Madrid neoliberal del PP no. Baja o suprime todos los impuestos cedidos, favoreciendo que determinados sectores de la sociedad española se establezcan en el paraíso fiscal madrileño, ese templo de las libertades de los más ricos, mientras recorta los servicios públicos de los madrileños y absorbe la riqueza de toda su periferia mediante competencia fiscal desleal. 

Y como Madrid es España y España es Madrid, pues no hay nadie perjudicado. Si acaso la culpa será de los “vasconavarros rojoseparatista” o del gobierno central, es decir, de los enemigos de España, porque las decisiones del neoliberalismo salvaje que practican nunca son cuestionables, ni evaluables ni tienen consecuencias políticas, aunque sí humanas para su población, cada vez más sumida en un silencio pasivo. 

Otros creemos que otro Madrid es posible. Que existe el potencial entre su gente para construir otro mundo más amable con el resto y sobre todo más amable para su propia población.

Buscado o no por la incombustible derecha madrileña, lo cierto es que Madrid se nos está haciendo cada vez más incomprensible desde otras identidades y otros mundos culturales. Existen, claro, todas aquellas personas que desde sus rincones ideológicos lo tuvieron siempre claro: lo que toca es independizarse de Madrid. Otros, sin embargo, creemos que otro Madrid es posible. Que existe el potencial entre su gente para construir otro mundo más amable con el resto y sobre todo más amable para su propia población. Y que, de alguna forma, ambas cosas irán juntas o no irán.

Sorprende todavía cuán poca autocrítica se ha hecho desde el espacio progresista acerca del papelón de la izquierda en este nuevo desastre anunciado del Partido Popular en Madrid. Porque da para mucho: el Partido Socialista presentó un candidato granítico, es decir, inamovible, inatacable y con nula capacidad de ilusionar. Carmena, en el papel de sí misma, se dejó un tobillo explicándonos que los partidos son malos y que es mejor que la gente se agrupe alrededor del programa debatido en la cocina de sus magdalenas. En Podemos tardamos en darle la razón porque nuestro candidato estaba ocupado montando otro partido desde la ejecutiva del anterior, mientras nosotros buscábamos al enésimo enemigo interno para hacerle dimitir mientras las redes nos jaleaban para gritar muy alto que basta ya de tibios y traidores, que mejor solos que mal acompañados, tan solos que hasta Izquierda Unida y Anticapitalistas acabaron buscando fórmulas para evitar rentabilizar la fragmentación de la derecha, no fuéramos a competir electoralmente con ventaja. El resultado es una amalgama que, salvo desempeños parlamentarios aislados, constituye una oposición totalmente inútil ante una presidencia mucho más preocupada por la nueva ley del suelo que por las cosas esas de la pandemia en los barrios de sudacas. 

Decir que necesitamos urgentemente que alguien con un poco de credibilidad recupere el liderazgo en este espacio para hacer un proyecto sólido frente a lo que significa la no-gestión actual y el panorama de una corte decadente e incomprensible, es quedarse corto. Madrid se ha convertido en un problema grave para su gente y para una construcción sensata del Estado. Y no hablamos de ideas políticas, lo de Madrid ya tiene poco que ver con diferencias ideológicas. 

Lo de Madrid es el más absoluto e irresponsable abandono de toda gestión política a cuenta de los demás, una especie de constante berrinche neocon donde la única acción política es proteger a una corte de comisionistas y donde cualquier desastre  —incluso los que se adentran con entusiasmo en la impunidad penal— son culpa de la antiespaña, esos miserables que no comprenden que España es Madrid, rompeolas de todos los grandes patrimonios, canela fina de defraudadores y refugio último de aquellos que no se arredran ante la democracia.

No son banderas, no es política, no son diferencias de modelos de gestión. Si con el conservadurismo español podemos discrepar, con esta corte de irresponsables parásitos prepotentes lo único que podemos hacer, allí y acá, es combatirlos. Juntos. Porque necesitamos en todas partes otro Madrid. Y juntos es posible.