Paisaje en gris

Paisaje en gris

Podían haber invitado a Merkel, icono de la democracia cristiana europea, pero invitaron a Sarkozy, que ya lleva dos condenas por chanchullear con dinero público.

Pablo Casado, líder del PP, en la Convención Nacional del PP el 2 de octubre en Valencia. Rober Solsona/Europa Press via Getty Images

Si la pretensión de Pablo Casado al idear una convención trashumante para relanzar al alicaído PP fue presentar un renovado partido con una nueva y poderosa dirección, libre de polvo y paja y sin mezcla de sospecha ni de mal alguno, sin duda se ha dado un tiro en el pie. Con su asunción a título de inventario y su orgullo por el pasado y con el atrabiliario panel de ponentes…cualquier discurso es ocioso. Lo evidente no necesita demostración.

El viaje al centro se ha interrumpido nada más empezado. El dirigente conservador tenía las ideas claras; pocas, ciertamente, pero claras: seguir sin darle ni agua al líder socialista; leña al manzano hasta que caigan nísperos; pero esa estrategia no ha funcionado y ya su falta de constitucionalidad en el exceso, por ejemplo, el bloqueo al CGPJ y ‘mutatis mutandis’ a los nombramientos de nuevos jueces es un claro y empecinado desacato constitucional. La CE78 no necesita de druidas ni de petimetres que interpreten lo que no necesita interpretación sino cumplimiento.

Nadie, y mucho menos el estado mayor, o menor, del partido conservador duda de que lo principal para tener la fiesta en paz y mantener las opciones para gobernar, es crear un trampantojo lo suficientemente veraz —que no verdadero— como para tapar la oleada de causas de corrupción que se ventilan en los tribunales.

Podían haber invitado a Angela Merkel, un icono de la democracia cristiana europea, pero invitaron a Nicolas Sarkozy, que ya lleva dos condenas por chanchullear con dinero público. Es un riesgo. Igual algún fiscal, juez o acusación particular toma nota de las cuitas judiciales de un ex presidente de la República Francesa y decide averiguar si hay un tal ‘señor X’ que una todas o algunas de las tramas que carcomen a los populares españoles. A muchos les parece imposible que no haya quien dirija a las termitas.

No me fiaría yo de los mohines de ingenuidad y cariñito de Isabel Díaz Ayuso proclamando su respaldo total al jefe después de su estrategia de desgastarle internamente

Las convenciones, como los congresos, casi siempre se cierran con interrogantes. La controversia interna nunca ‘acaba de acabar’. Permanece en situación latente y es frecuente que cambien los equilibrios. Los equilibrios están regulados por los intereses. Y a los intereses los respaldan unas mayorías que no tienen otro combustible que el poder o su sinónimo la nómina oficial. Cada circunstancia engendra una nueva.

No me fiaría yo de los mohines de ingenuidad y cariñito de Isabel Díaz Ayuso proclamando su respaldo total al jefe después de su estrategia de desgastarle internamente y de situarse ella como la nueva y carismática lideresa… que defiende la libertad como si la libertad estuviese amenazada. Pero, bien mirado, en cierta forma, lo está, pero no por las medidas de contención y prevención de la pandemia sino por la extrema derecha que tiene al lado. Tan cerca, tan cerca, que quizás no la vea porque no es que esté cerca, está dentro.

La madrileña no se atiene a un techo: nada le está vedado. Si el presidente del Gobierno va a Estados Unidos, ella aprovecha y le imita y aparece en el cónclave valenciano como estadista, que recibe las mayores y más encendidas aclamaciones. Como es lógico, niega la mayor tras haberse convertido en la deseada: su lugar es Madrid, porque Madrid es España… y abraza a Pablo Casado.

Huele a paripé. A amagar y no dar. Titula El País: ‘Ayuso eclipsa la convención del PP y descarta competir con Casado’. Ya se verá. Nunca está claro quién ganará en una batalla en la que los egos disimulan los intereses.

Llevar a Alejo Vidal-Quadras, ex líder derechista catalán y uno de los fundadores de Vox, como rutilante estrella invitada destroza el pregón de un viaje al centro

Mientras se acusa a Sánchez, y la oposición tiene sus razones para ello, al raso se pasa mucho frío en el desierto, de juntarse con malas compañías para sumar escaños que le permitan aprobar los presupuestos y agotar la legislatura, los populares hacen lo propio mientras, eso sí, lo niegan con un festival de aspavientos y teatro de barrio.

Pero Vox está imprimiendo carácter a un PP que fue, no se olvide, su ‘alma mater’, o su ‘arca de Noé’. Llevar a Alejo Vidal-Quadras, ex líder derechista catalán y uno de los fundadores de Vox, como rutilante estrella invitada, nostalgia del ayer desastroso, destroza el pregón de un viaje al centro. Y, encima, pone en cuestión el sistema autonómico que fue asumiendo y asimilando el PP desde que su gran detractor en los debates constitucionales de 1978, Manuel Fraga Iribarne, llegó a la presidencia de la Xunta de Galicia y marcó una impronta galleguista a su gestión, de discurso y de obras. Así fue minando el nacionalismo emergente (sobre todo el del BNG de Beiras) desde una Xunta que aprovechó el caciquismo tradicional, parte enquistada en el ADN rural, para organizar a la derecha y convertirla en una potente y populista locomotora electoral.

Vidal-Quadras añora el país de nunca jamás, aunque ello no puede ocultar que el Estado no ha sabido, ni querido, que coexistiera el poder regional con el poder estatal sin continuas fricciones y fronteras claramente delimitadas. Se ha ido haciendo un país de plastilina. Alemania es un buen ejemplo: en la RFA todo está pautado. Cada parte tiene sus límites perfectamente definidos. ¿La culpa? De todos. La incapacidad para tejer pactos entre los grandes partidos españoles los ha hecho frágiles y dependientes del chantaje nacionalista. Aznar pasó del “Pujol enano habla castellano” a hablar catalán en la intimidad.  Entregó al subyacente separatismo a cambio de sus votos para la investidura la sustitución del ejército mixto —‘reclutas’ y profesionales— diseñado con un gran consenso en 1994 por uno exclusivamente profesional. Lo que necesitaba el soberanismo para uno de sus mantras victimistas: “Un ejército de ocupación”.

En esas siguen.

Ensanchar el centro pero sin perder el electorado de Vox y esa ‘libertad’ ayusista cuya retórica libertaria y demagogia populista sobre la pandemia cabalga a lomos de la temeridad

Casado ha intentado cuadrar el círculo infernal que atormenta a los conservadores. Tapar con el silencio una corrupción que, según muchos jueces instructores y fiscales se ha convertido en sistémica y a la que aún le queda mucho recorrido por los banquillos; mantener el acoso al PSOE y el bloqueo a la renovación de los órganos judiciales para prorrogar artificialmente su mayoría a la vez que ofrece la mano tendida…¿o extendida? Ensanchar el centro, como han hecho Feijóo y Moreno Bonilla, pero sin perder ni el apoyo ni el electorado de Vox, asumiendo aunque con técnicas de despiste parte de su programa más reaccionario en asuntos de extrema importancia: el ataque al feminismo, la negación de la violencia de género, la frivolización del cambio climático… y esa ‘libertad’ ayusista cuya retórica libertaria y demagogia populista sobre la pandemia cabalga a lomos de la temeridad.

Mientras el PP sigue deshojando la margarita del ser sin ser para seguir siendo, y ciertamente los sondeos le dan grandes posibilidades de gobernar, con Vox como socio mantenedor, el PSOE acomete el ‘sprint’ final con alguna maldición habitual en tiempos donde se huelen urnas. La jefa de Podemos en el Gobierno, la ferrolana vicepresidenta Yolanda Díaz, encumbrada por los sondeos, anuncia que presentará un modelo de país. Buena estratega, su electorado no echa de menos a Pablo Iglesias mientras ella ‘rasca’ en el espacio de la izquierda socialdemócrata. Si consigue que Podemos recupere votos perdidos, eso puede ser bueno o malo para el PSOE: sería bueno si la repesca viene de la abstención; sería malo si viene de un trasvase desde el PSOE. Si el PSOE no pierde apoyos, sobre todo gracias a la gestión de la recuperación pospandémica impulsada por los fondos europeos, ello perjudicaría seriamente las expectativas del PP. Además, si la derecha no mantuviera la hegemonía en Madrid, pasarían cosas.

Y precisamente en el momento en que las eléctricas someten a un ‘electrochoque’ al Estado, el dirigente socialista madrileño y ex candidato a la Alcaldía Antonio Miguel Carmona ficha como vicepresidente de Iberdrola. Nada más ni nada menos. No es una puerta giratoria cualquiera… en plena batalla de estas compañías contra el Gobierno por el panel de medidas adoptadas para abaratar la disparatada y sostenida subida del recibo de la luz, que pone en serias dificultades a los ciudadanos y al tejido empresarial. Como es normal, un buen hueso que no soltará la derecha, y que así, ‘a mayores’, disimulará mediante un oportunista proceso de transferencia de culpas sus graves responsabilidades en el desatino energético español.

Es lo que hay.