Palestina: conexión por WhatsApp entre misiles

Palestina: conexión por WhatsApp entre misiles

"Ya no estamos en nuestra casa. Hemos ido a la de la familia de mi esposo porque nuestro apartamento lo destruyó parcialmente un proyectil", escribe la periodista Iptisam Madhi desde Gaza.

Una mujer protesta tras encontrar su casa destruida tras el alto al fuego entre Israel y Hamás en Beit Hanoun, Gaza (Palestina).Mustafa Hassona / Anadolu Agency via Getty Images

Un artículo escrito gracias a la periodista Iptisam Madhi.

“Estoy tratando de escribir, pero cada vez que oímos una explosión dejo lo que estoy haciendo y abrazo a mis hijos, que corren a mis brazos. Los alivio cuanto puedo, pero las explosiones son continuadas: una tras la otra, una tras otra. Toda la casa vibra. Ellos no quieren alejarse de mí, ni van al baño si no les acompaño. Si voy yo, se quedan junto a la puerta, esperando. Ya no estamos en nuestra casa. Hemos ido a la de la familia de mi esposo porque nuestro apartamento lo destruyó parcialmente un proyectil. No supimos ni como llegó. Nos sorprendimos del golpe. Salimos corriendo del edificio”. Iptisam Madhi vive en Gaza. Es periodista y su testimonio llega a través del Wathsapp de Soraida Hussein, su amiga palestina que trabaja con Alianza por la Solidaridad-Action Aid.

Iptisam es una de las 75.000 personas que en solo 10 días han tenido que dejar sus casas o sus ruinas, según datos de UNRWA; es de las 28.700 que se alojan con parientes; de las 800.000 que no disponen de agua potable; de los dos millones que sólo tienen electricidad tres o cuatro horas al día… La situación humanitaria en Gaza es desesperada y desesperante, mientras que en los foros de Naciones Unidas se debatía la posibilidad o no de un alto el fuego que pusiera fin a los misiles que han estado cayendo sobre sus cabezas. Bombas que han causado ya 232 muertes, de las que casi un 30% son niños y niñas.

“Llamé varias veces a Iptisam y no me contestaba. Al segundo día, me pedía disculpas por no contestar porque su casa había sido alcanzada por un proyectil”, explica Hussein desde Cisjordania. Otras familias vecinas de la gazatíe, también víctimas de los misiles, están ahora en alguno de los 58 colegios y campamentos organizados como alojamientos por Naciones Unidas, hacinados, sin salida porque sus casas son escombros. No hay dónde ir en Gaza.

Iptisam envía más mensajes: “Hay una presión psicológica altísima y los niños están en un estado constante de terror, así que paso tiempo calmándolos. De mi casa, no pude coger casi nada aunque, como no es la primera vez, enseguida metí en una maleta los documentos importantes y algo de ropa para los pequeños. Lo esencial”. Y sigue:  “Los primeros días del ataque, nadie podía moverse en las calles, y solo unas pocas organizaciones pudieron ofrecer ayuda. Esta tarde [por el día 19], la UNRWA y algunas instituciones comenzaron a distribuir algo de ayuda en los colegios, donde miles duermen sobre los azulejos del suelo, sin luz, sin agua limpia, sin un lugar para cocinar… La mayoría sin dinero, ni nada para poder vivir”.

Cada día en el resto del mundo amanecemos con el recuento de las víctimas mortales en cada bando: los muchos en zona palestina —se acercan ya a los 230— y la decena en zona israelí. Pero no es real. No están los heridos que mueren días después por falta de luz en los quirófanos, ni los muertos por covid-19 que no fueron atendidos y podían sobrevivir. Tampoco figuran los enfermos de otros males que se quedaron sin atención médica ni los niños que vivirán años bajo el shock de ver su mundo deshaciéndose entre estallidos. Ni tantos otros y otras.

Son las bajas invisibles. Las mismas que durante las últimas décadas se han venido sucediendo en territorio palestino mientras Israel, como denuncia Alianza por la Solidaridad-Action Aid, que trabaja allí desde hace más de 30 años, incumplía sistemáticamente más de 40 resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y más de 100 resoluciones de la Asamblea General en contra del bloqueo impuesto por Israel, de la violencia sobre la población y en contra del acaparamiento de tierra que ha ido encogiendo Palestina hasta convertirlo en dos fragmentos incomunicados como son la Franja de Gaza y Cisjordania. Gaza… que está rodeada desde 2007 por un muro infranqueable por el que solo les llega lo más básico, cuando llega… ¿Y pasó algo por ello con Israel? No, no pasó nada. Silencio. No, ni siquiera silencio, porque incluso se le incluyó en el Festival de Eurovisión como uno más del continente europeo.

En Gaza, cuando se escriben estas líneas, hay 230 edificios caídos que hace unos días estaban llenos de vidas, familias, empresas

En Gaza, cuando se escriben estas líneas, hay 230 edificios caídos que hace unos días estaban llenos de vidas, familias, empresas, también de medios de comunicación que contaban lo que acontecía. Hay mil casas y comercios que son nuevos derrumbes que sumar a los derrumbes sobre los que se levantaron.

En Gaza, los problemas en atención a la salud, que ya eran graves porque el boicot impedía acceso a muchos tratamientos básicos, también para coronavirus, sobrepasan lo imaginable tras los daños en seis hospitales y 11 centros de salud. Incluso fue destruido el laboratorio donde hacen los tests del covid-19, que han sido suspendidos. En Gaza, la UNRWA calcula que más de 10 kilómetros de tuberías de aguas residuales y agua potable están dañados o han desaparecido, y también lo están las desaladoras.

Llega al WathsApp una imagen: un misil sobre un colchón que atravesó una pared

Llega al WathsApp una imagen. Es un misil sobre un colchón que atravesó una pared. Se quedó entero, entre las sábanas y unos cojines. “Mira, este cohete Israelí cayó en la casa de una familia en Khan Yunis. Estaban unas 30 personas de una familia acogidas en una casa, porque les habían bombardeado las suyas. Escucharon el sonido de los vidrios rotos de las ventanas y los gritos de los hijos. El cohete no explotó, pero si hubieran estado quienes dormían en ese cuarto ahora estarían muertos”, envía a continuación Iptisam.

  Un misil sobre un colchón en Gaza.Rosa M. Tristán

A la odisea de sobrevivir a la bombas, la de conseguir comida. Por no poder, los israelíes ni siquiera les permiten pescar en la costa de la Franja. Está prohibido. Durante días tampoco ha llegado ayuda de fuera: tan solo el pasado 18 de mayo, Israel aflojó el cerco para que entraran cinco de los 24 camiones de ayuda humanitaria cargados de suministros. Por ello, tampoco disponen de la gasolina que hace funcionar las turbinas que generan la energía. Se producen 107 MW al día de los 400 MW necesarios.

Fuera de la Franja, en Cisjordania y Jerusalén Este la situación es menos dura, pero también muy complicada. Las agresiones son continuas, la represión brutal.

Desde allí llega el testimonio de una joven a través de Soraida: “Tengo 21 años y he vivido ya cuatro guerras. En la primera tenía 8 años, en 2008, y recuerdo bien lo que vivimos. Después, cuando tenía 12 años nos volvieron a atacar y de nuevo con 14 años viví un ataque militar, en 2014. He vivido en los colegios del UNRWA, en casas ajenas, con familiares y con gente que nos ofreció compartir su espacio cuando nuestra vivienda fue derrumbada en la tercera”.

Tengo 21 años y he vivido ya cuatro guerras. En la primera tenía 8 años", cuenta una joven

“Muchos de mi edad, seguimos con esperanzas de poder tener un futuro mejor, aunque también muchos ya no están. A veces siento que la vida es muy larga y, al mismo tiempo, quiero vivir. Otras veces siento que la guerra verdadera es no perder la esperanza, así que aquí estoy, luchando para no perder esa esperanza”, cuenta. Ella vive en Ramallah, donde también ha habido muertes, en este caso en ataques de israelíes civiles, porque esta vez los palestinos de esta zona también salen a la calle a protestar.

Las fuerzas de seguridad de Israel llegan a usar agua mezclada con químicos para disolver a grupos de personas que se manifiestan, sobre todo en Jerusalén Este en barrios palestinos. Es un agua que huele a cloaca durante días, tan insoportable que quienes allí viven tienen que irse o no salir. También en Sheikh Jarrah, el barrio en donde las autoridades de la ciudad aprobaron en febrero pasado el desalojo de seis familias palestinas aduciendo una ley de 1948 que solo permite reclamaciones de judíos, no de cristianos árabes o musulmanes. Otra vulneración flagrante de la legislación internacional que aumentó la tensión y que acabó por explotar el 10 de mayo pasado, tras el asalto a la mezquita de Al-Aqsa que dejó 300 heridos palestinos y dio lugar a la arriesgada y desigual respuesta de Hamás.

De momento, las organizaciones humanitaria no lo tienen fácil para actuar en zona palestina. Action Aid Palestina ha identificado a uno de los grupos más necesitados en el norte de Gaza, de entre los que se han quedado sin hogar: un total de 415 familias (1.812 personas). Se sabe que necesitan alimentos, agua, pero también colchones, ropa, kits de higiene para las mujeres, medicamentos, combustibles… Todo falta y de momento casi nada entra, si bien ya están en contacto con socias locales para hacer llegar la ayuda en cuanto les dejen. Es decir, cuando por fin la comunidad internacional, y ello incluye a un Gobierno de España que aún no ha reconocido a Palestina como Estado, exija el fin definitivo de los ataques de Israel contra la población civil y la entrada de ayuda humanitaria y médica.

Un alto el fuego es un parche si no se detienen todos los desalojos ilegales por parte del Gobierno de Netanyahu

Pero tampoco un alto el fuego es suficiente. Es un parche si no se detienen todos los desalojos ilegales por parte del Gobierno de Netanyahu en otras partes de la Cisjordania ocupada o Jerusalén Este y mientras la Franja de Gaza siga bajo un bloqueo inhumano que bajo las bombas se convierte en un infierno.

Acaba Ipsiam su mensaje y se adivina la urgencia y la angustia a través del teclado del móvil: “Me gustaría poder escribir más, y contarte más, pero la verdad, es que ya empezaron los cohetes y misiles a caer alrededor de la casa donde estamos, y tengo que atender a mis niños”.

Pocas horas después, Hamás e Israel firman un alto el fuego.

Como tantos palestinos, Iptisam lo celebra en las calles.

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Soy periodista de divulgación científica y ambiental, también interesada en temas de índole social. Durante 21 años he trabajado en el diario 'El Mundo', hasta que llegó el último ERE. Ahora, colaboro con 'Reserva Natural', de RNE 5, el periódico 'Escuela', la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y otros medios como 'freelance', a la espera de tiempos mejores. Autora del blog Laboratorio para Sapiens.