Para que yo pese sobre el suelo

Para que yo pese sobre el suelo

Os propongo aprovechar este tiempo, entre otras cosas, viendo la película 'Los Camaradas'.

Una de las primeras consecuencias de la aplicación de medidas para retrasar la expansión de la pandemia del coronavirus ha sido la suspensión, cancelación, aplazamiento de actos públicos y sociales, reuniones de todo tipo que incluyan la presencia de personas que puedan transmitir el virus, o que puedan sufrir sus peores consecuencias.

Esta misma semana habría asistido al acto de recuerdo de las víctimas de los atentados terroristas del 11-M que cada año celebramos junto a la estación de Atocha, al lado de los impresionantes cabezones de la nieta de Antonio López, el genial pintor y escultor manchego de paisajes madrileños.

Tendría que haber formado parte del jurado del premio de poesía que lleva el nombre del poeta Andrés García Madrid, getafense de militancia, madrileño de nacimiento, extremeño de raíces, comunista por convicción, concejal por compromiso y de vocación poeta.

Debería haber participado junto a cerca de treinta personas en el Comité de Expertos del Seminario Permanente de Huella Digital organizado por la Fundación Pablo VI, un interesante espacio de reflexión sobre Inteligencia Artificial. 

Otro acto comprometido desde hace tiempo hubiera sido la proyección de la película Los Camaradas, de Mario Monicelli, que inauguraba el Ciclo de Cine Tiempos de Historia: Movimientos Revolucionarios del Siglo XX, organizado por las Fundaciones Ateneo 1º de Mayo y Andreu Nin. Un acto que me resultaba especialmente sugerente por varias circunstancias. La primera de ellas el hecho de que junto al 1º de Mayo figure el nombre de un personaje tremendamente atractivo y moderno como Andreu Nin.

Un hombre de orígenes humildes que, con mucho sacrificio de sus padres, llegó a ser maestro. Un joven que comenzó su andadura política en el catalanismo republicano y federalista, para pasar pronto al Partido Socialista y de ahí a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), en una época en la que los dirigentes sindicales catalanes caían a manos de los pistoleros patronales protegidos por el gobernador militar y civil de Barcelona. En uno de esos atentados fue asesinado Salvador Seguí. De otro similar se libró Andreu. Así comenzaban los felices años 20.

La CNT le mandó entonces a Moscú, al Congreso constituyente de la Internacional Sindical Roja, se sintió fascinado por la Revolución Rusa, abandonó el anarquismo y se quedó a vivir en la Unión Soviética, convirtiéndose en estrecho colaborador de León Trotsky. El ascenso posterior de Stalin y la persecución del trotskismo le hizo escapar a España en 1930.

El resto de su historia se resume en el empeño de trasladar sus ideas a una política española cada vez más fracturada, confusa y violenta. Su intento de sacar adelante al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) era, para los anarquistas, el sueño de un traidor, para los comunistas el terco ofuscamiento de un trotskista renegado y, para los propios seguidores de Trotsky, la ruptura de quien se había opuesto a la consigna de entrar en el PSOE para controlarlo desde dentro.

Al final, a pesar de que Nin había formado parte del Gobierno republicano como consejero de Justicia de la Generalitat, el POUM fue desarticulado en plena Guerra Civil, sus dirigentes detenidos y Andreu Nin separado de sus compañeros y trasladado a un paradero desconocido.

Ahí comienzan las leyendas, el misterio, los rumores de su traslado a Valencia, o a Madrid, a la catedral de Alcalá de Henares, cárcel de los servicios secretos estalinistas, las torturas, el asesinato y la desaparición de su cuerpo. Uno de los episodios más turbios y sucios de la República durante la Guerra Civil y del estalinismo mundial.

Mi segunda circunstancia, no menos atractiva, provenía de la propia película, Los Camaradas, una historia de familias obreras en la industria textil de Turín, los inicios de las organizaciones sindicales, cuando eran maestros errantes los que difundían las ideas de organizar a los trabajadores y trabajadoras y que recuerda un poco a los inicios de las primeras comisiones de obreros y obreras que subían a las oficinas a formular sus reclamaciones. La historia de una de esas primeras huelgas obreras convocada tras un accidente laboral provocado por jornadas laborales de 14 horas diarias.

Mujeres y hombres, interpretados por Marcelo Mastroianni, Annie Girardot, Renato Salvatori, o una jovencísima Raffaella Carrà, que nos muestran sus miedos, su rabia, su compasión, o su egoísmo, sus pequeñas victorias y sus trágicas derrotas, dirigidos por Mario Monicelli, ese tremendo maestro capaz de combinar comedia italiana y realismo social, sátira y compromiso.

Por sus películas desfilaron, actrices como Anna Magnani, Monica Vitti, o Sophia Loren, actores como Vittorio de Sica, Gian María Volonté, o Vittorio Gassman. Al final de su vida, afectado por un cáncer terminal, a sus 95 años, se arrojó desde la ventana de un quinto piso del hospital de Roma donde estaba siendo tratado.

Había preparado una intervención para la inauguración del ciclo hablando de estas cosas. Se ha quedado en el tintero virtual y la he desvirtualizado en éste artículo. Había pensado terminar mi intervención leyendo el altivo y soberbio poema:

Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo.

Para que yo me llame Javier López, hombres de todo mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo.

El coronavirus nos ha recluido en casa, nuestras salidas se van restringiendo a las necesidades imprescindibles, el trabajo, una compra urgente, una farmacia, la frutería, pero no por ello nos puede condenar al aislamiento, a la inacción, a la tumba del miedo. Os propongo aprovechar este tiempo, entre otras cosas, viendo la película Los Camaradas, leyendo el poema de Angel González, cambiad su nombre por el vuestro hasta reconoceros en...

El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento.

Porque para que defendamos la decencia de un nombre, el nuestro, en los tiempos que corren, muchos, antes que nosotros, tuvieron que defender su derecho al futuro, su libertad y la dignidad de sus vidas. Nuestro futuro, nuestra libertad, nuestras vidas, nuestros derechos.