Pasar a la mesa

Pasar a la mesa

Salir de confinamiento no significa volver al mundo detenido meses atrás, sino continuar con la distopía de estos días.

Un hombre con mascarilla mira por la ventana, en una imagen de archivo. Justin Paget via Getty Images

Despierto a las seis de la mañana. Estoy en confinamiento, pero algunas cosas de mi rutina no han cambiado. Mi hijo debe estar conectado para sus clases virtuales. De modo que abandono la cama cuando amanece y me dirijo a la cocina. A las siete tengo el desayuno sobre la mesa. Él baja animado. Siempre ha sido así, no le cuesta despertarse. Mientras desayuna, limpio un poco. A mi nariz llega el olor del café recién colado. Levanto libros, tiendo la cama y paso un trapo sobre el escritorio. Esta es una rutina diaria. Sin embargo, parece que hubiera pasado mucho desde la última vez que alguien lo hizo. El polvo se acumula perezoso en cuarentena. Está en la cama, en el escritorio, sobre las cubiertas de los libros, en la pantalla del computador. Duerme con placer y no logro verlo hasta que corro la cortina y un haz de luz me inunda. Ahí está, flota desesperado al ser descubierto.

Tengo mucho trabajo. Aunque se trata de leer, escribir y traducir, verbos que disfruto. Mi hijo comienza sus clases y yo me ocupo de lo mío, pero no tardo en detenerme. Recuerdo la presentación de un libro de un amigo vía streaming. No me tomará más que una hora, me digo y entro a Instagram. En poco tiempo somos 15 oyendo al moderador y al autor. Mientras estoy allí con el móvil, aprovecho para pasear por otras redes sociales. Así me entero de otros eventos. Las editoriales han organizado charlas con sus autores; una agencia literaria ha organizado un conversatorio muy interesante sobre la crisis editorial y no puedo perderme la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Se acabaron las excusas, pienso. Todos los eventos literarios están en un mismo pasillo. Basta con ver los escaparates virtuales (banners publicitarios, etc.) y decidir a cuál entrar. 

¿Esta es la realidad a la que se verá abocada la humanidad?, me pregunto un par de horas después, mientras preparo el almuerzo y escucho otra charla. Pero no se trata solo de eventos literarios. Hay conciertos, visitas guiadas a museos, entre otras actividades en las que puedo participar sin moverme de casa, sin dejar de magullar el sofá. ¿Qué de esto quedará cuando la sociedad abandone el confinamiento?

Me aterra quedarme sin nada, sin lo suficiente; hay un egoísmo oculto en nuestros actos durante la pandemia.

Estoy en Colombia. Aunque las indicaciones de cuarentena siguen siendo estrictas, no todos las cumplen. No pueden hacerlo. En la última hora varias personas han visitado mi casa pidiendo alimentos. Me acerco con temor, protegido con tapabocas, y les paso algunos víveres. No es mucho. Me aterra quedarme sin nada, sin lo suficiente; hay un egoísmo oculto en nuestros actos durante la pandemia.

Me es imposible no pensar en mi privilegio de regreso a la cocina y a los conversatorios vía streaming. No estoy en la calle buscando cómo alimentar a mi hijo y exponiéndome al virus. Miguel sigue en clase y yo preparo salmón. ¿Cuántos pueden comer salmón por estos días? No muchos, creo.

Lo mismo pasa con estos eventos, me digo. No todos pueden verlos. A pesar de que las redes sociales han democratizado el acceso a la información, sigue existiendo una enorme brecha determinada por la condición social y económica. Muchos niños no pueden estudiar por falta de computadores. Muchas calles de Colombia se tiñen de trapos rojos para indicar que no hay alimentos. Estar conectado, a fin de cuentas, es lo de menos. El hambre es un animal feroz mordiendo las tripas. Cuando ataca, poco importan los conciertos en línea, las presentaciones de libros o las visitas virtuales a museos.

Mi hijo me dice que su día de clases ha terminado. El virus, por el contrario, sigue afuera. Leo que varios países europeos han comenzado a levantar las restricciones debido a la crisis económica. El mundo del libro empieza a reactivarse. Lo mismo sucede con otros sectores. De lo contrario, habrá más pobres. De hecho, muchas personas han perdido su empleo en estos días. Hay negocios en bancarrota.

La vitrina digital, me atrevo a afirmar, continuará creciendo. Incluso si un día hay una vacuna y podemos regresar a las ferias y conciertos.

Salir de confinamiento no significa volver al mundo detenido meses atrás, sino continuar con la distopía de estos días. Es decir, salir con medidas de protección específicas. ¿Continuarán los eventos en línea? Estoy seguro de que sí, aumentarán con los días; ofrecen un potencial comercial que puede ser explotado y perfeccionado. La vitrina digital, me atrevo a afirmar, continuará creciendo. Incluso si un día hay una vacuna y podemos regresar a las ferias y conciertos.

También crecerá la brecha social. El coronavirus nos ha enseñado que la distopía es diferente para los privilegiados, que pueden ver cine en Netflix, trabajar desde casa, tener a sus hijos estudiando y ejercitarse con equipo propio; otros lo viven como en las películas, con el mundo derruido a sus pies, sucios y con hambre; esperando una muerte piadosa mientras intentan sobrevivir.

Llamo a mi hijo, lo invito a pasar a la mesa.