El patriotismo por obligación es un peligro

El patriotismo por obligación es un peligro

La globalización prometía un mundo con cada vez menos diferencias y cada vez más libertad que aceptaría e incluiría a todo el mundo. El nacionalismo actual resalta las diferencias, hace hincapié en las virtudes particulares asociadas con las personas políticamente definidas y busca infundir lealtad y compromiso al Estado y a sus emblemas.

ARUN SANKAR VIA GETTY IMAGES

NUEVA DELHI - El creciente fervor del nacionalismo se anotó una curiosa victoria en India cuando el Tribunal Supremo (anteriormente considerado un reducto de liberalismo en una tierra de controvertida política) promulgó una "normativa provisional" que obliga a todos los cines a proyectar una imagen de la bandera nacional mientras suena el himno y los espectadores lo escuchan de pie.

La normativa, dictada por un tribunal de dos magistrados, dicta que "ha llegado el momento... en el que los ciudadanos del país deben darse cuenta de que viven en una nación y de que tienen el deber de mostrar respeto al Himno Nacional, símbolo del Patriotismo Constitucional". La parte de "ha llegado el momento" es una confirmación injustificada de las tendencias políticas actuales, respecto a las cuales la justicia siempre ha pedido que se vaya más allá. ¿Pero en qué se basan para insinuar que los ciudadanos de la India no se dan cuenta de que viven en una nación? ¡¿Y desde cuándo un cine es un lugar en el que hay que mostrar respeto a los símbolos del Estado en vez de un lugar en el que ver películas?!

El fallo del tribunal ha transformado el amor de un ciudadano de a pie por su país en un "deber" hacia el Estado; la Constitución ha pasado de ser una personificación de ideales de libertad a ser un instrumento represivo; y el cine ahora es un local en el que hay que mostrar respeto en vez de un lugar de ocio. Tal y como se esperaba, el partido gobernante ha aceptado con gusto el decreto judicial porque encaja a la perfección con el apoyo al nacionalismo por parte del Gobierno para unir a todos los indios mediante una serie de comportamientos comunes y aprobados oficialmente.

La decisión del tribunal busca promocionar un sentido del deber en vez del afecto hacia la nación.

Como quizás era de esperar, en Estados Unidos, los fervientes defensores de Trump han seguido un camino similar: el propio Trump ha propuesto penalizar (hasta una posible encarcelación o la pérdida de la ciudadanía) el acto de quemar una bandera estadounidense. El Tribunal Supremo estadounidense tiende a defender la postura opuesta; ya ha emitido dos veredictos que consideran quemar la bandera como un acto de libertad de expresión. Pero cuando Trump nombre a un par de candidatos para los puestos vacantes del tribunal, lo más probable es que esos veredictos no se sigan dando.

El auge global del nacionalismo obligado es un fenómeno sorprendente. El siglo XXI comenzó con una globalización aparentemente imparable. Parecía que las fronteras eran cada vez más accesibles, que los estados concedían la soberanía a organizaciones supranacionales (como la Unión Europea), a acuerdos regionales e internacionales de la Organización Mundial del Comercio y a instituciones jurídicas internacionales (como la Corte Penal Internacional). Pocas personas podrían haber previsto este cambio tan radical que ha tenido lugar en la segunda década del siglo.

La India es un país que se ha visto beneficiado al abandonar la autocracia poscolonial y al reducir las barreras proteccionistas que impedían la inversión extranjera y dificultaban el comercio. Además de haberse abierto al resto del mundo, la India es más receptiva a la hora de aceptar la normativa internacional vigente en cualquier ámbito: desde la cultura empresarial a un comportamiento sexual permisivo, pasando por conseguir que el patriotismo viva en armonía con un internacionalismo liberal más amplio. Todos estos logros han llegado a un punto muerto.

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El primer ministro indio, Narendra Modi, el 15 de agosto de 2016.

La respuesta negativa internacional ante las potencias que han definido la primera década y media del siglo XXI ha seguido en todo el mundo una tendencia que se basa en que las personas que han nacido en el país son más importantes que los demás. En Europa y en América ha aumentado el racismo hacia los inmigrantes y las minorías (étnicas o religiosas). En la India el partido gobernante ha llegado donde está gracias a culpar a los musulmanes y a señalar a los inconformistas políticos y sociales. Como este mensaje tan negativo necesita un equivalente positivo, el nacionalismo ha llenado ese vacío uniendo las diversas tendencias políticas de cada país en una unidad artificial obligada que se disfraza de patriotismo.

La globalización prometía un mundo con cada vez menos diferencias y cada vez más libertad que aceptaría e incluiría a todo el mundo. El nacionalismo actual resalta las diferencias, hace hincapié en las virtudes particulares asociadas con las personas políticamente definidas y busca infundir lealtad y compromiso al Estado y a sus emblemas. De ahí todo el revuelo con las banderas, los himnos, los broches en las solapas y la reverencia hacia lo militar.

Se busca promocionar un sentido del deber en vez del afecto hacia la nación y se acata el predominante discurso gubernamental en vez de darse la libertad para que cada ciudadano interprete la lealtad nacional a su propia manera. Por eso, ese "respeto" al himno y a la bandera se convierte en una norma de obediencia al Estado. La conformidad es la nueva insignia a la lealtad.

La conformidad es la nueva insignia a la lealtad.

Son tendencias preocupantes y potencialmente peligrosas. La idea de que una nación es una comunidad acogedora compuesta por todo tipo de ciudadanos -una comunidad que permite que cada individuo se refugie bajo el caparazón constitucional y persiga sus sueños y sus ideas de felicidad libre de las condiciones de los demás- se está tirando por la borda para dar paso a un deber patriótico con respecto a una versión de nacionalismo aprobada oficialmente. Recuerda al mismo camino peligroso que comenzaron Italia y Alemania con el fascismo y el nazismo en las décadas de 1920 y 1930. Puede que estos miedos se exageren en las democracias actuales por culpa de los medios de comunicación modernos y por la libertad de prensa, pero está claro que la complacencia ya no es una opción.

Por irónico que parezca, el himno nacional hindú lo compuso Rabindranath Tagore, un universalista e idealista que opinaba lo siguiente: "El patriotismo que reclama el derecho de sacrificar los derechos y la felicidad de otras personas pondrá en peligro al país en vez de fortalecer las bases de una gran civilización". Tagore no era un patriota irreflexivo. Hoy en día, se invoca al nacionalismo para santificar sus versos y para alejarlos del alcance de los inconformistas.

Hace poco, un hombre en silla de ruedas fue agredido en un cine indio por un ultranacionalista que le recriminó que no se levantara para escuchar el himno. Hay muchos patriotas orgullosos demasiado dispuestos a aceptar la normativa oficial y a exigir conformidad por parte de los demás. Hemos recibido la señal de alarma ahora que el Tribunal Supremo se ha unido a esta causa.

Este artículo fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.