Ebrahim Raisí: Irán cambia de presidente... pero es lo único que va a cambiar

Ebrahim Raisí: Irán cambia de presidente... pero es lo único que va a cambiar

Ultraconservador, exresponsable del poder judicial, ha ganado con más del 60% de los votos en unos comicios preparados para su salto. No tenía casi oponentes.

Ebrahim Raisí, tras emitir su voto en un colegio electoral de Teherán, el pasado 18 de junio. WANA NEWS AGENCY via VIA REUTERS

Cambiar, cambiar, cambia el nombre. Poco más nuevo traerá el presidente de Irán, el ultraconservador Ebrahim Raisí, elegido la pasada semana como sustituto de Hassan Rohaní. Si acaso, echará más leña al fuego religioso y apretará más el puño contra la disidencia, porque es radical e implacable. Un hueso en un momento esencial en la negociación para que el acuerdo sobre las investigaciones nucleares de Teherán vuelva a estar vivo. Por ahora, van por buen camino.

Raisí fue elegido en primera vuelta con el 61,95% de los votos, en unos comicios a los que no pudieron presentarse sus principales adversarios, con candidaturas vetadas por los ayatolás, y que registró la participación más baja de la historia, del del 48,8 %. No es tampoco su mejor carta de presentación.

Jefe de la autoridad judicial, Raisí, de 60 años, era el archifavorito, algo lógico ante la falta de competencia real por la descalificación de sus oponentes. Sólo hubo tres candidatos más en liza. “Con la bendición de Dios, haremos lo mejor para que la esperanza de un futuro viva ahora en el corazón de la gente crezca más”, dijo tras conocer su victoria, agregando que quería reforzar la confianza de la ciudadanía en el gobierno para una “vida brillante y agradable juntos”.

Las elecciones fueron diseñadas, en realidad, para pavimentar el camino a la victoria de Raisí. Es lo que ha llevado a un buen número de iraníes -ya profundamente descontentos con sus condiciones de vida en una economía paralizada por las sanciones de Estados Unidos-, pero también por la mala gestión, a no ir a votar.

Nació el 14 de diciembre del año 1960 en Noghan, un distrito de la ciudad santa de Mashad, en una familia religiosa descendiente del imán chií Husein y, por tanto, del profeta Mahoma, de ahí su turbante negro. Siguiendo la estela de su padre y su abuelo materno, que también fueron clérigos, estudió hasta los 15 años en escuelas religiosas de su zona y, después, se trasladó a la ciudad santa y ultraconservadora de Qom para continuar su formación. Subiendo escaños en el mundo religioso y subiendo escaños en conservadurismo.

Fue alumno del líder supremo en uno de los seminarios chííes de Qom y amplió más tarde sus estudios con un máster postgrado en Derecho Privado y con un doctorado en Jurisprudencia y Derecho Privado. Con esa formación, entró en el mundo de la judicatura en la década de los 80. Primero fue fiscal de la ciudad de Karaj y, posteriormente, en la provincia de Hamedan, hasta que en el año 1985 dio el salto a la capital al ser nombrado sustituto del fiscal de Teherán.

De esa época data uno de los puntos más oscuros de su carrera: formó parte del comité que supervisó las ejecuciones de presos políticos de 1988, que acabaron con la vida de miles de miembros de la Organización Muyahidín del Pueblo y de partidos izquierdistas.

El guía supremo iraní, el ayatola Alí Jamenei, celebró este sábado la elección ganada por Raisí como una victoria de la nación contra la “propaganda del enemigo”. “La gran ganadora de las elecciones de ayer es la nación iraní porque se ha levantado otra vez frente a la propaganda de la prensa mercenaria del enemigo”, dijo.

Poco antes de difundirse los primeros resultados oficiales, el presidente saliente Hasan Rohani anunció que había un ganador en primera vuelta. “Felicito al pueblo por su elección”, declaró en un discurso televisado, tratando de mandar un mensaje de esperanza en un país muy golpeado por la pandemia de coronavirus, que ha dejado oficialmente cerca de 83.000 muertos en una población de 83 millones de habitantes.

La campaña electoral fue sosa, con un trasfondo de malestar generalizado de los ciudadanos ante la crisis que vive este país rico en hidrocarburos, pero sometido a sanciones estadounidenses.

Raisi se presentó como el líder de la lucha anticorrupción y defensor de las clases populares que perdieron poder adquisitivo por la inflación. Durante la campaña electoral ha intentado suavizar su imagen, consciente del temor que despierta en los sectores de la población más liberales, y se ha presentado como “un candidato de consenso” que, al margen de tendencias políticas, va a “servir a todo el pueblo”.

Siempre ha ostentado altos cargos en el sistema de la República Islámica, en su mayoría de supervisión del correcto cumplimiento de las estrictas normativas del país, y es una de las figuras con más posibilidades de suceder al líder supremo, Jameneí.

Reelecto en 2017 en primer vuelta justamente frente a Raisí, que entonces obtuvo 38% de los votos, Rohani, un moderado que dejará la presidencia en agosto, termina su segundo mandato con un alto nivel de impopularidad. No era complicado encontrar en Teherán a abstencionistas que acusaron al gobierno de no haber “hecho nada” por el país o que no veían interés en participar en una elección decidida por adelantado, e incluso según ellos “organizada” para permitir el triunfo de Raisí.

Frente a los llamados al boicot lanzados por la oposición en el exilio, Alí Jamenei abrió con su voto los comicios e instó a participar masivamente.

Sin llamar a la abstención, el expresidente Mahmud Ahmadineyad, populista cuya candidatura fue invalidada en mayo, denunció en un mensaje de video el viernes unas elecciones organizadas “contra los intereses del país”. “No quiero participar en este pecado”, dijo.

El presidente tiene poderes limitados en Irán, donde el poder real está en manos del guía supremo. Así que no se espera mucho diferente en esta legislatura. El balance de Rohani, su antecesor, quedó manchado por el fracaso de su política de apertura tras la retirada de Estados Unidos en 2018 del acuerdo sobre el programa nuclear iraní sellado con las grandes potencias en 2015 en Viena. Esta decisión de Washington y el restablecimiento de sanciones punitivas que le sucedieron hundieron al país en una violenta recesión, privando por ejemplo al gobierno de sus ingresos por exportaciones petroleras.

En diciembre de 2017 y enero de 2018 y en noviembre de 2019, dos olas de protestas fueron violentamente reprimidas por las autoridades.

Para la oposición en el exilio y las oenegés, Raisí es la encarnación de la represión y su nombre está asociado a las ejecuciones en masa de detenidos de izquierda en 1988, aunque él niega toda participación. Raisí figura en la lista negra de responsables iraníes sancionados por Washington por “complicidad en graves violaciones de los derechos humanos”.

Con la llegada Raisí a la presidencia, los partidarios de la línea dura habrán tomado todos los centros de poder: el poder ejecutivo, así como el legislativo y el judicial. Irán será una sociedad más cerrada. Es probable que las libertades se recorten aún más que antes. El régimen buscará a China para que ayude a su economía a salir de la profunda crisis. Habrá más tensión con Occidente. Las conversaciones indirectas entre Irán y EEUU en Viena sobre la reactivación del acuerdo nuclear pueden ser más inciertas. Ya se ha informado de que las conversaciones se interrumpirán durante unas semanas, lo que permitirá a todas las partes hacer un balance de la nueva realidad en Irán.