Pobreza de cine

Pobreza de cine

Cualquier película de ficción que hagamos hoy sobre la pobreza y la desigualdad, no superará a la cruda realidad.

Charlot en 'La quimera del oro'. 

Podría parecer una escena de una película, algo de cine: largas colas en un barrio madrileño para poder conseguir una bolsa de comida, una imagen propia de postguerra. Pero, no. En este caso, se trata de una realidad que estaba oculta a medias, y que florece de forma tremenda, y de forma vergonzante para quien la sufre.  

Una mujer, con uno de sus hijos dependiente, que precisa tratamientos caros, reconoce a los medios de comunicación que tiene que elegir entre dos cuestiones: o comer toda la familia, o que su hijo muera sin su medicación. Por ejemplo. 

El año pasado, en un Festival de Cannes que se celebró sin atisbos de pandemias de futuro, se reestrenaba Los olvidados de Luis Buñuel, una muy necesaria visión de la pobreza en un barrio marginal de Ciudad de México. La película del genio aragonés reflejaba la realidad de los años cincuenta del siglo pasado, pero es perfectamente extrapolable a los tiempos actuales. En esa misma edición del festival se estrenaron otras películas que hablan sobre la desigualdad social, como Atlantique, Sorry We Missed You o Les Misérables. Y mientras, desde España se estrenaba mundialmente Buñuel en el laberinto de las tortugas, bellísima película de animación sobre el rodaje de la reveladora y revulsiva película de Buñuel, Las Hurdes, Tierra sin pan

En los barrios ricos se permiten el lujo de salir a protestar sin ningún tipo de protección, en los pobres, guardan la distancia de seguridad en la fila para pedir comida. Siempre ha habido clases.

El cine habla de la pobreza, la desigualdad social y la marginación desde los tiempos en que Charlot se comía la suela de su zapato. Desde los tiempos del cine mudo, es una cuestión siempre presente en las películas, hasta los títulos más o menos recientes, que también merecen una revisión. Como Lluvia y su historia sobre refugiados afganos, la marginalidad de Buenos Aires en El Polaquito, la desigualdad neoyorquina en Chop Shop, la pobreza de São Paulo en Pixote, la ley del más débil, o la trata de personas y la esclavitud sexual que narra Lilya Forever. Películas necesarias.

También el cine español nos habla de la desigualdad social incluso desde antes que Plácido se buscase la vida en nochebuena. El mundo sigue, Mi tío Jacinto, Techo y comida, Hermosa juventud… El cine de desarraigados, con Los golfos, Día tras día, Young Sánchez, o el cine quinqui de los ochenta, con Perros callejeros, El Pico o Deprisa, deprisa. Hasta el cine de terror como Sweet Home. Y por supuesto, en el mundo documental, destacando los impagables trabajos de Mabel Lozano.

Sí, el cine ha tratado la pobreza y la desigualdad cientos de veces. Desde El chico a Ciudad de Dios. Pasando por Las uvas de la ira, El pan nuestro de cada día, Rocco y sus hermanos, Macario, Cafarnaún, Milagro en Milán… cientos de veces. Pero no son suficientes para cambiar la realidad, aunque algo ayude al exponerla.

Cualquier película de ficción que hagamos hoy sobre la pobreza y la desigualdad, no superará a la cruda realidad.

La pandemia que vivimos estos días está acentuando aún más las clases sociales. Por ejemplo, en los niños. Si las condiciones familiares son determinantes en la antigua normalidad, ahora más aún. Algo tan sencillo como hacer las tareas del cole, discrimina. ¿Tiene todo el mundo un ordenador e Internet para hacer las tareas…? ¿Resulta el mismo confinamiento para los niños y niñas con medios, que los que están obligados a vivir hacinados en un piso, con una familia desestructurada, en el mejor de los casos sin violencia intrafamiliar…? Sin ingresos, y con dificultades para pagar el alquiler, la luz, el gas… Y para tener lo más básico, que es la alimentación.

La desigualdad social ha ido siempre por barrios. Estos días se puede ver muy claro en los barrios de Madrid. En los ricos, se permiten el lujo de salir a protestar sin ningún tipo de protección, cautela o prevención frente al virus, bailes y cánticos festivos incluidos. En los pobres, guardan la distancia de seguridad en la fila para pedir comida. Siempre ha habido clases.

Cualquier película de ficción que hagamos hoy sobre la pobreza y la desigualdad, no superará a la cruda realidad. Como mucho desde el documental se podrá contar. Por ello, mi sincero homenaje a los técnicos y voluntarios que están luchando contra la desigualdad social, y al muy necesario trabajo social. Su labor diaria e iniciativa supera lo que cualquier película nos pueda contar.