Podemos y Ciudadanos ya no sirven para nada

Podemos y Ciudadanos ya no sirven para nada

Las direcciones de ambos partidos decidieron olvidarse de la gente.

Imagen de archivo de Albert Rivera y Pablo Iglesias. POOL New / Reuters

Con los nuevos partidos pasa como con los amores de la adolescencia.

Tienes un recuerdo nítido de cuando te enamoraste, era todo precioso, dos cajitas donde podías meter todas las ideas que no cabían ni en el PSOE, ni en el PP. Luego el tiempo va pasando, la distancia entre el deseo y la realidad se alarga, y todo se acaba.

Podemos y Ciudadanos se han olvidado de la gente. De otra forma no se explica lo que estamos viviendo.

Si algo tenía Podemos era que cada vez que había unas elecciones se producía un cambio, estaban atentos, era emocionante, escuchaban lo que se decía en los bares, en las calles, en los mercados... las conversaciones de los taxistas, en las gradas del fútbol, querían parecerse a la gente, no pedir a la gente que se parezca a ellos.

Si nacieron fue porque fueron capaces de instituir demandas heterogéneas desde abajo hacia arriba, en un momento en el que había una gran distancia entre representantes y representados. 

Era divertida aquella época. Los partidos buscaban entre la gente lo que tenían que decir públicamente, tenían miedo, escuchaban, y la gente hablaba, todo el mundo tenía algo que decir sobre cómo debían resolverse los problemas. En la época del bipartidismo, la cerrazón de los dos partidos dejaba muchos matices por el camino, donde una gran parte del electorado votaba con desgana a la opción menos mala. Eso cambió con lo nuevo.

Pero lo nuevo envejece, o por lo menos elige target. Por ejemplo; votar a Ciudadanos hace un par de años te permitía tener un ideario liberal en lo económico, sin ir de la mano necesariamente de los patrocinadores de la xenofobia y la homofobia.

¿Para qué queremos un sistema multipartidista si nuestros representantes no están dispuestos a llegar a acuerdos entre diferentes?

Era un momento muy estimulante. Vivíamos tiempos donde todo estaba mal, y mucha gente se creía capaz de cambiarlo. España vivió una respuesta ordenada y democrática a una crisis muy grave de representatividad. Meritorio. A la altura.

Pero todo eso se acabó. El ciclo se cerró, y los partidos nuevos comenzaron a priorizar asentar una sólida estructura con fuertes vinculaciones ideológicas y fieles correligionarios en lugar escuchar lo que emanaba del común de los mortales. Las direcciones de Podemos y Ciudadanos decidieron olvidarse de la gente, y a precio de ser más predecibles, apostaron por una forma de hacer política que carece de lo que oportunamente Mónica Contreras denominó hace unos días en El Confidencial como valentía.

No es país para la política del “vamos viendo”. Es muchísimo más aburrido, y bloquea investiduras. ¿Para qué queremos un sistema multipartidista si nuestros representantes no están dispuestos a llegar a acuerdos entre diferentes?

Antes era todo lo contrario. Los nuevos partidos llegaban a la política nacional para representar una expresión de ciudadanía que estaba ausente con los mimbres del bipartidismo, pero, ¿cuándo murió eso? Albert y Pablo pensarán que es buena idea estrechar las formas y los símbolos, pero... no se dan cuenta de que una organización fuerte e ilusionada se consigue con una amplitud social que haga posibles los cambios que promete, no con ideas de templo de sotana que sólo remedan cada mañana a los convencidos.

Quieren reproducir marcos ya dados y abanderar tradiciones históricas muy limitadas, con ideas creadas para problemas de otro tiempo. Eso es bonito, pero hace que te puedas quedar por el camino en aquello de cambiar las cosas hoy. Y se supone que un partido nuevo viene a cambiar las cosas. ¿Se puede cambiar acaso el futuro apoyándose en ideas y retóricas del pasado? Pienso que no.

Las direcciones de Podemos y Ciudadanos decidieron olvidarse de la gente.

Hay una pulsión constante entre las ideas de partida y el desarrollo cotidiano de la vida de la gente. Los aspirantes a representantes políticos se mueven por convencimientos previos, cerrados, que condicionan su adhesión a un proyecto. Una vez dentro de él, en el día a día, se da una tensión entre esas ideas y las novedades cotidianas. Es ahí cuando fallan: siempre hay que escuchar las demandas de esa mayoría que pueda hacer posible cambios sustanciales.

¿Cómo está respondiendo el sindicalismo y la izquierda a UBER y Cabify?, ¿Cómo va Vox a revertir su ideario pro-estrechez del Estado cuando quieran promover ayudas a la natalidad? La teoría y la práctica tienen mala relación, y en eso Pablo y Albert no están sabiendo atinar muy bien. Viven en sus casas y atienden sólo a sus percepciones más primarias. Y por eso estamos donde estamos, con un partido liberal dejando de serlo, y con un partido que venía a representar a “los nadie” camino de la irrelevancia política.

Afortunadamente, en este sur de Europa, la política suele producir nuevas identidades al hilo de la realidad y los problemas comunes, enfrentando vivencias cotidianas; formaciones políticas que nacen a raíz de un sentido común encontrado, con voluntad de generar comunidad, y no surgidas de la chistera mágica de la teoría política clásica. Ahí incluyo al Movimento 5 Estelle, o a Macrón con su En Marche, capaces de representar un constante que se diferencia de los partidos monolíticos, con la sana intención de resolver problemas de urgencia. ¿Es Más País la solución a las urgencias de hoy?

A estos partidos les une un método de construcción de lo político basado en generar voluntades amplias, muy útil, porque gracias a esas formas de ser, el sistema institucional pervive, siendo permeable a la vida cotidiana de la gente, buscando que la mayoría se implique más en el devenir político de la comunidad, y reduciendo los efectos perversos de la desmovilización y la abstención.

Y eso es precioso.

Ojalá aprendamos en España, y nuestros partidos se vistan de esas vivencias comunes, dando más salud a nuestro sistema institucional y resolviendo las problemáticas del presente de la mejor manera posible.

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