Cinco años de la crisis de los refugiados: lo hecho y lo por hacer

Cinco años de la crisis de los refugiados: lo hecho y lo por hacer

El acuerdo con Turquía cerró el grifo de las llegadas, pero el problema no se ha resuelto, con guerras como la siria activas y sin polítias claras en la UE.

Un grupo de refugiados sirios logra desembarcar en la isla griega de Lesbos, el 9 de septiembre de 2015.Petros Giannakouris / ASSOCIATED PRESS

Cinco años. Un mundo. Aquel verano de 2015, el de la llamada crisis de los refugiados, alteró el alma de Europa, para bien y para mal. La Unión agrandó su corazón, con legiones de voluntarios y rescatadores tratando de asistir a los migrantes que llegaban a sus costas y luego peregrinaban por sus caminos en busca de futuro. Pero también demostró sus lagunas de gestión y de legislación, su rostro más autoritario e intransigente, la falta de unidad. Solidaridad y cerrojazo. Todo a la vez.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) sostiene que ese año llegaron a Europa más de un millón de migrantes, de los que 850.000 al menos entraron vía Grecia. En su mayoría eran sirios (56%), afganos (24%) e iraquíes (10%). Fue el mayor éxodo humano desde la Segunda Guerra Mundial. Entre ese año y el actual septiembre de 2020, en la ruta mediterránea del este al oeste han muerto o desaparecido 20.014 personas, de las que dos tercios han acabado sus días perdidas en el mar, sin dejar rastro.

Los datos muestran una clara curva descendente: 405 ahogados en 2014, 799 en 2015, 441 en 2016, 59 en 2017, 174 en 2018, 70 en 2019 y 46 en lo que va de año, según el ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados.

Sin embargo, pasado el tiempo, la Unión Europea sigue teniendo carencias a la hora de abordar este fenómeno. Primero, porque los problemas de raíz se mantienen. Nadie ha puesto paz en los principales conflictos que obligan a los ciudadanos a escapar, a intentar sobrevivir: Siria lleva nueve años de guerra, en Afganistán hay intentos pero sigue habiendo señores de la guerra y talibanes, Irak está fragmentada y arrastra el desgaste de la presión del ISIS...

El tanque de pensamiento International Crisis Group reporta incluso un deterioro de la situación en países como Etiopía o Sudán, que podría incrementar el flujo de refugiados y poner a prueba, de nuevo, las costuras del traje migratorio comunitario. O hacerlas saltar, porque en un lustro no se ha afianzado una política firme y sostenible en el tiempo.

¿Por qué bajaron las llegadas? Influyen factores como la disminución de los bombardeos en Siria -donde el régimen ya controla casi todo el territorio, con ayuda de Rusia- o el fin del Califato del Estado Islámico entre Siria e Irak pero, sobre todo, el tapón turco es la respuesta. En marzo de 2016, Bruselas decidió pagar 6.000 millones de euros al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan para que le hiciera de cancerbero e impidiera el paso.

Ankara empezó haciendo su labor -sin que nos preguntáramos mucho qué pasaba con los que llegan hasta su territorio-, pero ha ido haciendo dejación de funciones. Erdogan ha proclamado una política de fronteras abiertas como forma de presión sobre la UE y, cada vez que la cosa se pone fea, amenaza con ese escenario que asusta a Europa.

El mandatario ya amenazó a sus aliados cuando el Parlamento Europeo pidió en octubre pasado suspender el mecanismo de preferencia comercial como consecuencia de la incursión armada turca en Siria. Lo repitió después de que subiera la tensión por las actividades turcas en aguas territoriales de Chipre. En marzo, por ejemplo, animaba a los migrantes a pasar a la fronteriza Grecia que, sobrepasada, respondía con represión policial. “¿Qué hicimos ayer? Abrimos las puertas. No las cerraremos más. ¿Por qué? Porque la Unión Europea debe cumplir sus promesas”, dijo entonces. Se llama chantaje.

El pacto consistió en que todos los nuevos inmigrantes irregulares y solicitantes de asilo que lleguen desde Turquía a las islas griegas y cuyas solicitudes de asilo hayan sido declaradas inadmisibles deben volver a Ankara. A cambio, Bruselas prometió esos 6.000 millones de euros de asistencia hasta el 2020, reubicar hasta 72.000 refugiados en países de la UE y garantizar el acceso libre de visado a los visitantes turcos. Todo acaba este año.

De acuerdo con el último informe de la Comisión Europea publicado en marzo, desde la implementación del acuerdo las llegadas han disminuido significativamente a través de la ruta turca. De 10.000 cruces en un solo día en octubre de 2015 a 6.849 durante todo el primer trimestre del presente año. Ya se han asignado 4.700 millones, de los que se han desembolsado 3.200, de ahí las quejas de Erdogan.

Al albergar a más de 3,6 millones de refugiados de Siria y casi 400.000 de otros países, Turquía concentra la comunidad de personas en busca de protección más grande del mundo, según datos de ACNUR.

La presión migratoria está volviendo a Grecia. Crecen considerablemente las llegadas irregulares a sus costas, por desviaciones de la ruta. A la lentitud y colapso del sistema de asilo heleno, se le ha sumado el hacinamiento, la insalubridad y la inseguridad en los campos de refugiados, como el de Moria, el mayor del continente. Ese viraje y la actitud turca hacen temer otro repunte en breve, aunque nadie sabe predecir si tan duro como el de 2015.

La nueva crisis podría pillar a Europa sin los deberes hechos. No hay un compromiso solidario, común, para ayudar a los países que son frontera externa, más expuestos a llegadas, como son Chipre, Italia y Grecia, ni fórmulas de reparto de solicitantes de asilo. Como no los hubo en 2015, cuando Hungría cerraba fronteras y Alemania se convertía en el destino soñado por todos. “Lo lograremos”, prometía la canciller Angela Merkel. Su afirmación no ha sido más que parcialmente cierta.

Los pasos que se han dado han ido en la senda de La apuesta es la de externalizar el problema en la medida de lo posible. El núcleo de la propuesta para crear una Política de Asilo Común, que debe hacerse pública a la vuelta de este nuevo curso político, es aumentar la cooperación con terceros países, tanto emisores como de tránsito, para frenar la inmigración irregular. Entre los Estados candidatos para la recepción o el trato de migrantes que aspiran con llegar a Europa figuran Marruecos -esencial será aquí el papel de España-, Argelia, Túnez, Libia y Mauritania.

Aún no se sabe cuál será el formato de dicha cooperación, si será el modelo turco de más de tres millones de sirios a cambio de 6.000 de euros, o la vía libia, esto es, entrenar a los guardacostas para interceptar navíos y devolverlos a suelo africano, una medida denunciada constantemente por organismos de derechos humanos. Actuar en estos países, por el camino que sea, es esencial. Los cálculos comunitarios son los de reducir en un 60% las embarcaciones que intentan llegar a Europa

En estos cinco años, la vida de los migrantes y refugiados llegados en este tiempo no ha sido sencilla. Europa no siempre era el paraíso. CAW, una organización de asistencia social que ha atendido a parte de los llegados a Amberes (Bélgica), explica que los principales problemas del colectivo son el empleo (y en concreto la homologación de títulos académicos) y la vivienda. La tasa de desempleo es entre 15 y 20 puntos mayor que la de un ciudadano medio de países europeos y eso, “aunque la integración es muy buena, sobre todo en niños”, hace que estén “seguros pero no estables”.

El reto es el de la “escala social”, el de la estabilización, sobre todo cuando han demostrado ser “un refuerzo demográfico”, y savia nueva para el empleo. “NO ha habido la sobrecarga de los servicios sociales que algunos avisaban”, afirman. Lamentan que se haya producido una criminalización del colectivo, sobre todo por parte de grupos de ultraderecha, que han asociado a refugiados con delincuencia, cuando los datos son inferiores a los de los nacionales y, además, proceden más de redes criminales o pandillas ya asentadas. ese contagio ha llegado incluso a partidos más moderados, de la derecha clásica. Incluso en Alemania, donde la integración ha sido mayor (en volumen y en profundidad), ha sido imposible obviar este debate, alentado por los ultras, de “los nuestros primeros”.

2015 trajo a nuestro suelo el dolor del mundo, nos puso a prueba y nos deja grietas y deudas pendientes. No hemos quedado en buen lugar.