Por qué adoramos a Rafaella

Por qué adoramos a Rafaella

No es verdad que sólo se muere una vez.

Rafaella Carrà en un programa de la televisión italiana.RAI

Uno nunca sabe muy bien qué es lo que sentimos cuando nos golpea la muerte inesperada de un famoso. Obviamente, es alguien a quien nunca tratamos personalmente ni desempeñó ningún papel importante en nuestras vidas. Y sin embargo nos da un vuelco el corazón al recibir la noticia, con un susto que tiene más de extrañeza y estupor que de pena.

Sólo después viene la melancolía. En nuestro mapa del mundo, algunos personajes parecen estar ahí desde siempre y para siempre, como un elemento fijo de la vida, congelado con la edad y la imagen con las que lo conocimos. ¿Cómo va a haber muerto la chica que cantaba “para hacer bien el amor hay que venir al sur”? Si tenía treinta años…

Hay personajes que encarnan una época, y cuya muerte implica la muerte de dicha época. Y, con ella, en una pequeña medida, la de todos los que vivimos entonces. Es el certificado de que el lento goteo de los días termina abriendo abismos en nuestra biografía, y que algunas etapas de nuestra vida simplemente se han ido para siempre.

No tenemos sensación de cambio en el día a día, pero volvemos a ver a la Carrà hacer su golpe de melena y nos damos cuenta de que ya hay un océano entre ese ayer y este hoy. Quizá no haya mérito mayor que ser el símbolo de una década. Un himno decidido por aclamación popular. ¿Quién certificará con su muerte dentro de cuarenta años la muerte de la época actual? ¿Quién dejará desconcertados a los españoles al demostrar que era mortal?

Adorábamos a Raffaella Carrà porque no iba de nada. Mejor dicho, la adoramos ahora mucho más que en los años ochenta, cuando su muerte nos ha recordado que hubo un tiempo en el que un baile sólo era un baile, un programa de variedades en la tele sólo era un programa de variedades en la tele, y una canción era nada más —¡y nada menos!— que una canción.

Seguramente nosotros tampoco íbamos de nada en aquellos años. Qué tranquilidad no llevar a cien mil personas metidas en el bolsillo veinticuatro horas al día. Qué alivio de la presión. Qué brisita tan fresca aquella en la que se podían hacer cosas completamente la margen del postureo y del personaje que uno interpreta ante los demás.

Adoramos desde el pasado lunes a Raffaella Carrà porque sólo tenía una capa. No sabemos muy bien cómo ha ocurrido, pero el arte de la sencillez se ha vuelto imposible. Si la inocencia tiene algo que ver con no ser autoconsciente, entonces vivimos la época menos inocente de la historia, y miramos aquellas chocantes coreografías con cuerpos de baile compuestos por señores con bigote como Adán y Eva mirarían en la vejez sus fotos en el paraíso antes de que Dios les hiciera sentir vergüenza por ir desnudos.

No es verdad que sólo se muere una vez. Vamos desapareciendo lentamente según va desapareciendo el mundo en el que fuimos. Y el lunes en Roma una buena parte de los españoles morimos un poquito.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciado en Filosofía y doctor en Psicología. Es profesor titular de Psicología Clínica de la Universidad de Oviedo desde antes de que nacieran sus alumnos actuales, lo que le causa mucho desasosiego. Durante las últimas décadas ha publicado varias docenas de artículos científicos en revistas nacionales e internacionales sobre psicología, siendo sus temas más trabajados la conformación del yo en la ciudad actual y la dinámica de las emociones desde una perspectiva contextualista. Bajo la firma de Antonio Rico, ha publicado varios miles de columnas de crítica sobre televisión, cine, música y cosas así en los periódicos del grupo Prensa Ibérica, en publicaciones de 'El Terrat' y en la revista 'Mongolia'.