Por qué dejé un trabajo bien pagado para quedarme en casa a cuidar de mis hijos

Por qué dejé un trabajo bien pagado para quedarme en casa a cuidar de mis hijos

TANYA KERTSMAN

Hace unos siete meses, dejé un trabajo bien pagado en la industria farmacéutica para quedarme en casa a cuidar de mis hijos. Llevaba ocho años siendo farmacéutica y un día a finales de agosto emprendí mi última vuelta a casa del trabajo.

Evidentemente, no fue una decisión de la noche a la mañana. Tomé la decisión de quedarme en casa para cuidar de mi hijo de casi dos años y mi hija de tres años después de varios meses de reflexión, de elaboración de listas de pros y contras y conversaciones nocturnas con mi marido.

Hace cuatro años, no me habría creído esta decisión. Siempre había considerado que mi carrera profesional era mi máxima prioridad; planificaba mi siguiente paso adelante y fijaba objetivos para los siguientes cinco años. Mi empleo era exigente y me sentía realizada. No pasaba un día sin aprender algo nuevo de un estudio recientemente publicado, de un compañero de trabajo con más experiencia o de un nuevo medicamento aprobado para la venta. La decisión de poner todo esto en pausa no fue nada sencilla.

La encrucijada entre seguir trabajando o quedarme en casa para cuidar a mis hijos me desgarraba entre la emoción y el miedo. La emoción de pasar más tiempo con mis hijos en sus primeros años de formación sin tener que abarcar más de lo que era capaz. El miedo de no cotizar para la pensión y minimizar mis aspiraciones laborales al retirarme de la población activa.

Hace cuatro años, no me habría creído esta decisión. Siempre había considerado que mi carrera profesional era mi máxima prioridad.

La hora y pico que había entre mi casa y mi trabajo hacía que mi rutina de las mañanas y las noches fuera tremendamente difícil de armonizar con la de mis hijos. Recuerdo que escuchaba podcasts en los viajes de ida y de vuelta para justificar ese tiempo como un momento que necesitaba para mí misma. Cuanto más me integraba en el equipo, más proyectos empecé a liderar. Cada vez tenía que pasar más tiempo físicamente en mi oficina y tenía que asistir a más conferencias, lo que se traducía en menos horas trabajando desde casa con mi familia.

Pero para ser la clase de madre que quería, tenía que pasar más tiempo con mis hijos. Todas las mañanas, me decía a mí misma: ”¿A quién decepcionaré hoy?”. Sentía que siempre estaba sacrificando algo.

Cuando mi hija nació en 2015, a mi marido y a mí nos costó ajustar nuestras carreras profesionales con la paternidad. Recuerdo que empecé a hacer viajes de empresa poco después de volver de mi baja por maternidad. Entre coordinar el cuidado de los niños mientras estaba ausente, sacarme la leche en el centro de convenciones entre reuniones, determinar cómo iba a mantener la leche en buen estado y hacer bien mi trabajo, pasar fuera de casa varias semanas fue una pesadilla logística. Pero, tal y como hacen los padres, dimos con la tecla para alcanzar cierta estabilidad.

Cuando nació mi hijo en 2017, supe que habría complicaciones, pero planifiqué mejor mi vuelta al trabajo después de la baja por maternidad. Me sentía segura con un marido con el que me reparto las tareas al 50%, con unos cuidadores fiables y con unos abuelos que nos apoyaban, de modo que podía gestionar mi carrera y mi vida familiar. Comprendía que no era la situación ideal, pero estaba conforme.

Para ser la clase de madre que quería, tenía que pasar más tiempo con mis hijos.

Como cabía esperar, hubo periodos en los que las cosas iban mejor y periodos en los que un pequeño bache se convertía en un desastre. Como madre trabajadora con dos hijos, hacía más de lo que podía porque no quería que nadie pensara que estaba distraída o que no hacía suficiente. Puse demasiada presión sobre mis hombros. Como tenía que salir a las 16:30 para recoger a mi hija de la guardería, volvía al trabajo después de acostar a mis hijos para terminar lo que no me hubiera dado tiempo de hacer durante el día. A la mañana siguiente, vuelta a empezar.

Mi marido es médico, por lo que tiene que entrar pronto a trabajar y quedarse hasta tarde. Muy a menudo, le resultaba imposible ir a la guardería, así que ahí tenía que estar yo a las 7 de la mañana esperando a que abrieran las puertas. Era la única forma de estar a tiempo en mi trabajo. Recuerdo un día que nuestra canguro no pudo venir y nos pusimos a discutir a las 6 de la mañana en la cocina sobre quién tenía que quedarse en casa, porque yo tenía reuniones que no me podía perder y él tenía que estar en quirófano. La situación era una locura.

Vivíamos día a día, esperando que surgiera de repente algún tipo de equilibrio entre la vida profesional y la personal. Sabíamos que no era un estilo de vida sostenible.

Había veces en las que me decía: “Puedo hacerlo, no es imposible. Le doy demasiadas vueltas. Solo tengo que sacrificarme más, pero conseguiremos que funcione”.

Una parte de mí seguía susurrándome: “Jamás recuperarás estos años”. Había una vocecilla en todo momento conmigo diciéndome que necesitaba un cambio.

Las decisiones de este estilo son muy personales y dependen de las circunstancias de cada individuo, pero al final me di cuenta de que este era el momento para estar en casa con mis hijos. Cuando mi familia y yo estemos preparados, pensaré en la mejor forma de volver al mundo laboral.

Evidentemente, asimilar el cambio me llevó un tiempo. Al principio me pareció un cambio retrógrado. Me habían enseñado desde niña que debía ser ambiciosa y ganar dinero. Pasé muchos años en el colegio luchando por la clase de carrera profesional que quería alcanzar. Siempre tenía un siguiente paso en mente: estudiar Farmacia, sacar buenas notas, graduarme, completar un programa de prácticas, conseguir trabajo e ir subiendo escalones. Ahora estaba renunciando a todo eso sin planes concretos y sin saber cuándo volvería. Sentí que estaba renunciando a todo por lo que había luchado en mi vida.

Asimilar el cambio me llevó un tiempo. Al principio me pareció un cambio retrógrado. Me habían enseñado desde niña que debía ser ambiciosa y ganar dinero.

Mi madre inmigrante nos crio a mi hermano y a mí mientras trabajaba a tiempo completo. No tenía más elección. Cuando pensaba en dejar mi trabajo estable y mis ingresos constantes, me decía a mí misma: ¿qué pensaría mi madre?

No dejaba de pensar en los riesgos. ¿Qué me supondría esto a largo plazo económica y emocionalmente? ¿Tendrían motivos mis hijos para tomarme como ejemplo? Me preguntaba si seguiría siendo útil a mis futuros empleadores. Estaba al tanto del estigma con el que cargan las mujeres que dejan su trabajo para centrarse en la maternidad. Pensaba en que ya no traería a casa buena parte de nuestra renta. ¿Cómo cambiarían nuestros hábitos de consumo cuando ya no fuera una mujer que gana su propio dinero?

¿Quién sería cuando ya no fuera una madre trabajadora? Aún sigo buscando respuesta a esa pregunta. Echo de menos mi vida como farmacéutica y aún sigo redefiniendo cómo me veo a mí misma.

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Después de siete meses de quedarme en casa para cuidar de mis hijos, me doy cuenta de que tengo la oportunidad de reinventarme: una oportunidad de crecer y evolucionar como persona. El camino que fui trazando desde que solicité mi acceso a la facultad de Farmacia ya no es un camino que deba seguir sí o sí. Tengo la oportunidad de empezar de cero. Ahora voy a ser la copresidenta de la guardería de mi hija para una recaudación de fondos en la que los pequeños expondrán su arte a la comunidad. Tengo la ocasión de ser voluntaria en un grupo de apoyo al cáncer, una oportunidad que valoro muchísimo. Puedo llevar a mi hijo pequeño a escuchar al cuentacuentos de la biblioteca entre semana. Escribo un blog sobre estilo y maternidad mientras mi hijo duerme.

Doy gracias por poder quedarme en casa y que mi marido gane suficiente para mantener a la familia. Sé que no muchas familias se lo pueden permitir. Aunque ahora ya no contribuyo económicamente a la familia, aporto lo mejor de mí de un modo distinto.

Ya no mido mi valía por lo ocupado que tengo el calendario. Un día sin nada planificado es una oportunidad para explorar el mundo con mis hijos. Una nevada inesperada o una canguro que no puede venir ya no provoca una crisis, como pasaba antes. Si tuviera la oportunidad de volver a elegir, volvería a tomar mil veces la misma decisión.

Mi nueva normalidad no es el objetivo para el que estudié. Sobre el papel, no es necesariamente buena. No cobro seis cifras, no cotizo para la pensión y no tengo un despacho despampanante, pero estoy en casa por las tardes para celebrar fiestas de baile, puedo jugar al escondite después del desayuno y si quiero me leo Dragones y Tacos cinco veces seguidas. Y no preferiría estar en ningún otro sitio ahora mismo.

Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.